Decía Churchill a propósito de la Rusia de Stalin que constituía ésta “un acertijo envuelto en un misterio en el interior de un enigma”. Otros aseveran que la frase la aplicaba el estadista británico a la China de Mao, pero, en todo caso, nada nos hubiera extrañado que la hubiese dedicado a nuestro país, pues no hay, sin duda, en el mundo tierra más llena de enigmas y misterios por desentrañar que Asturies. Algunos:
El acto mismo del nacimiento de nuestra nación como sujeto político moderno está envuelto en tinieblas. ¿Quién era Pelayo y de dónde venía? ¿Era gallego, cántabro, toledano o asturiano? ¿Visigodo o de raigón llariegu? ¿Su rebelión se debió a motivos religiosos o vivenciales? ¿Rompió, más bien, con Munuza por las relaciones de éste con su hermana? ¿Lo hizo por razones de tipo tributario? ¿Fue Covadonga una gran batalla o, más bien —sin llegar a negar su existencia, como Barrau-Dihigo, Somoza o Chalmeta—, una simple engarradiella? En todo caso, no deja de ser una ironía que el mocín del nacimiento político del Estado asturiano y su acto fundacional sean arcanos inescrutables.
No constituye una incógnita menor el hecho de que los nombres prerromanos que con más certidumbre se ligan a nuestro nombre histórico, el de asturianos, así como con el de nuestra patria, Asturies, sean los del río Esla ( Qué significa “Asturies” es una cuestión que, según propia declaración ignoraba Ortega y Gasset. No es el único. Tampoco nosotros sabemos muy bien qué quiere decir el vocablo, y, aunque parece relacionado con el “agua” (sería un hidronímico, pues), ni siquiera sabemos si, en esa hipótesis, es una sola raíz o esta constituida por dos, “ast” y “ur”, que vendrían a nombrar las corrientes fluviales de dos formas distintas.
Si el velo de la ignorancia se extiende sobre nuestro nombre histórico no menor embozo encumbre la denominación de nuestras principales ciudades. Para la capital, Uviéu, se han propuesto todo tipo de nombres, desde “lugar abundante en ovejas”, hasta “canal de agua”, “la blanca” o un equivalente a nuestro actual “cuetu”: todo ello, muy lejos de cualquier posibilidad de certeza. E igual ocurre con Xixón, topónimo para el cual se han propuesto desde “mojón” a “peñasco”, y aún yo mismo he sugerido un “Sessio” (“sede o campamento”, vendría a ser en castellano). Poco más que conjeturas, en todo caso, como ocurre con Avilés, cuya etimología, si bien se han aventurado menos hipótesis para ella, también desconocemos.
Como se ve, misterios y enigmas son muy abundantes, tanto que hacen palidecer los de París de Eugenio Sue, y, desde luego, de haberlo sabido el prolijo Mario Roso de Luna, no se hubiera conformado con su Por la Asturias tenebrosa. El tesoro de los lagos de Somiedo, sino que hubiese dedicado a nuestro país una enciclopedia no menor que la Espasa. Pero las tinieblas se extienden, asimismo, a otros muchos ámbitos, incluso a los más comunes, como la gastronomía. Aceptemos resignadamente no saber el autor ni la fecha de la primera fabada, pero resulta insoportablemente doloroso el que no conzocamos siquiera lo que significa la denominación de uno de nuestros más insignes productos gastronómicos, el quesu de afuega´l pitu, porque es evidente que ni recibe tal denominación porque se dé a probar a los pitos, hasta afogalos, como proclaman algunos, ni porque tenga la virtud sanatoria de quitar el “pitu” o ferviella de los asmáticos o bronquíticos, según otros.
Pero es que también resulta un arcano qué fuera el primero de nuestros productos conocidos, el zytho, la bebida de los antiguos astures citada por el geógrafo Estrabón (zytho etiam utuntur, vini parum bebunt). ¿Qué era este zytho que nuestros antepasados encloyaben, pues bebían “poco vino”? ¿Un vino de peras? ¿Un alcohol de cereales, como la cerveza? ¿Sidra? A no ser que, por milagro, encontráremos una vejiga de antiguo compatriota en perfecto estado de conservación será difícil averiguarlo.
¿Y quién sería para explicar los misterios de nuestra naturaleza? Fijémonos sólo en uno, la vecería de les pumaraes. Creemos saber por qué se produce, por el agotamiento productivo de los pumares, que, tras su esfuerzo en una año, han conseguido un convenio —muy asturiano, por cierto— gracias al cual fuelguen durante otro para reponerse. Tengámoslo por cierto. ¿Pero alguien es capaz de explicar cuál es la empatía universal, la muda sintonía, que empuja a todos ellos, sea cual sea el año en que se planten, a cargarse de frutos en los años impares y a descansar en los pares? ¿Por qué no al revés? ¿Por qué no cada uno según su ritmo o ciclo?
¿Y nuestro himno? ¿Cómo es posible que una música que se encuentra en Cantabria se haga pasar por polaca, por cubana y por asturiana? ¿En qué cabeza cabe que hayamos adoptado un himno donde —en el colmo de la tacañería— el amante se sube a un árbol para coger una flor para su amada? ¿Y qué árbol, ¡Dios mío!, producirá flores aceptables para pasar como tales a los ojos de una joven, sino es, acaso, la cameliar, donde, dada su habitual escasa altura, resulta difícil engaramitase? ¡Y que ello pase por nuestro himno nacional! Al menos el tal, para el estigmatizado ramón Menéndez Pidal lo era nuestra danza prima.
Pero el mayor de los enigmas es, sin duda contemporáneo. ¿Cómo es posible que en un país en el que los jóvenes han de emigrar en busca de empleo y en el que a las mujeres les es muy difícil acceder al mundo del trabajo; en una tierra en la que los salarios de los jóvenes son menores que en el entorno; donde, desde hace treinta años, venimos viendo decaer nuestra economía y población, disminuir nuestras rentas en relación con los vecinos, menguar nuestro crecimiento, retrasarse nuestras obras públicas hasta límites intolerables; cómo es posible, decimos, que, con esa catástrofe reiterada durante más de treinta años, los ciudadanos acudan con entusiasmo impenitente a las urnas para volver a poner al frente de nuestro país a los mismos incompetentes responsables de nuestro daño? Ese sí que es el verdadero problema identitario asturiano, y no el de la llingua o el de la estructura económica dependiente del Estado, y, hasta que no se resuelva no habrá solución para los demás.
De modo que, de haber conocido el salvador de Europa los misterios de esta tierra también salvadora de Europa en su día, posiblemente no le hubiera parecido la Rusia comunista de Stalin un gran misterio. Porque, al pie de los enigmas de esta nuestra Asturies, de su intensidad y su cúmulo, los del resto del mundo, aun ciertos reputados arcanos teológico-trinitarios, son como bagatelas o acertijos de niño. Por entendernos todos, como un sudoku de a diario comparado con el Hara-Kiri dominical de La Nueva España.
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