Ni sus hijos, ni su piso,ni su hórreo


             
                (Asoleyóse en La Nueva España, el 01/03/2020)



              NI SUS HIJOS, NI SU PISO, NI SU HÓRREO

Ya saben ustedes lo que dijo la Celaá: “Los hijos no pertenecen a los padres”. ¿Y creía usted que la cosa acababa ahí? Pues no, bonita (o bonito), como diría Demóstenes-Calvo, usted tampoco tiene piso en propiedad, ni siquiera hórreo, en caso de creer tenerlos.
LA NUEVA ESPAÑA ha venido realizando una serie de reportajes que ponen los pelos de punta, que levantan hasta el cielo la indignación en algunos casos, y provocan que sintamos conmiseración hacia las víctimas de lo que son puros desmanes de la administración, legales, pero desmanes. Les doy a ustedes algunos datos: “Fallece un riosellano que tardó 38 años en construir un edificio”. “Cultura tiene paradas inversiones por cien millones de euros, dicen los constructores”. “Una mujer que no podía salir de casa murió antes de lograr licencia para un ascensor”. “Diez años para rehabilitar un edificio en Ribadesella”.
Piensen ahora ustedes en tantas poblaciones como tienen congelados sus planes urbanísticos, o en las que la tramitación dura años. ¿Cuál es el resultado? Que durante ese largo tiempo no es usted propietario de su terreno, si es que está sin edificar, ni de su edificio, si es que quiere remodelarlo. Y si usted ha tenido la mala suerte de caer en el entorno de un Bien de Interés Cultural, tal el Camino de Santiago, por ejemplo, dispóngase a dejar en ridículo la paciencia del santo Job o a saltar la ley, si está desesperado. Porque para arreglar la verja de su jardín o levantar las piedras de su muria, ha de pedir permiso; para pintar su casa, ha de pedir permiso; si quiere retejar, permiso; canalones, permiso… Y, encima le dirán cómo ha de pintar su casa. ¿Y el plazo de contestación de la administración? No “vuelva usted mañana”, no:  vaya a dar media vuelta al mundo, y retorne. Tal vez haya suerte.
Eso solo tiene un nombre: a usted le han expropiado su propiedad. Acaso el dinero público no sea de nadie, como proclamó Demóstenes-Calvo, pero lo que es seguro es que su piso, casa o finca no es suya: se han quedado con ella por un plazo indefinido (y muchas veces impredecible) entre políticos, burócratas y doctrinarios, aquellos sujetos que sueñan cómo ha de ser el mundo y lo prescriben (porque los políticos, ignaros, se someten a su doctrina), sin que les importe si el mundo no se ajusta al lecho de Procusto de sus ensoñaciones. Peor para el mundo, agitan: “fiat somnium et pereat mundus”.
Y unos y otros se convierten en un Chávez justiciero que ejecuta un “exprópiese”, eso sí, en nombre del ideal o del bien común, pero en contra del usted concreto.
Y tampoco su hórreo es suyo. Como saben ustedes, existen hórreos de tipología varia: los hay que están cerrados en su parte inferior; los que se levantan sobre una construcción, los que presumen de sus desnudos pegollos en el aire. Conocen, asimismo, que la utilidad de los hórreos fue principalmente la de granero, pero también, cuando hizo falta, tuvo otros usos, los de habitación, por ejemplo. ¿Y ahora que prácticamente ninguno tiene función por no tener sus propietarios actividad agraria? ¡Ah!, pues no pueden utilizarse para nada más. ¿Por qué? Porque así lo estatuyen los doctrinarios. Pero usted tiene la obligación, además, de conservarlo. ¿Para qué? Para que haga bonito. ¿Y hay ayudas para su restauración? Pues hace años que no, pero usted de todas maneras…
Durante nuestra estancia en el Parlamentu Asturianu presentamos dos proposiciones de Ley para modificar esa situación absurda y abusiva, que cualquier ciego veía. ¿Apoyos? Ninguno: doctrinarios, burócratas y políticos de toda laya, todos de acuerdo: los hórreos son de usted pero no lo son. Y si el mundo se desencaja o argaya con la ley, ¡peor para el mundo!, esto es, para el penitente.
Ya sabe, como sus hijos y su casa.
¡Ah!, pero mientras tanto, usted deberá seguir pagando impuestos por su finca y su hórreo como si fuesen plenamente suyos, aunque en realidad su título de propiedad es de una validez más bien teórica, un papelín lleno de palabras vacías, como si fuese un programa o una promesa electoral.

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