DE CUEVAS Y PERVIVENCIAS
LA NUEVA ESPAÑA está publicando estas semanas una magnífica
colección de libros, tanto por sus fotografías como por sus textos, dedicada a
las cuevas con arte rupestre declaradas Patrimonio de la Humanidad.
La pervivencia de las pinturas de hace muchos miles de años
en las cavernas es un auténtico milagro. Pero el verdadero milagro (palabra que
a lo mejor no es más que el nombre que damos a nuestro desconocimiento y a
nuestra incapacidad de comprensión) nos parece el ingenio y la habilidad de
aquellos hombres –sin más medios que una tímida luz, sin más instrumentos que
sus manos, una piedra trabajada y unos minerales machacados– que buscaban en el
fondo de la espelunca un lugar oculto (¿secreto?, ¿sacro?) y afayaízu donde
poder plasmar esa figuras que hoy nos sorprenden por su expresividad, realismo
y potencia, junto con una serie de signos o marcas de cuyo significado nada
sabemos, como ignoramos, asimismo y en último término, cuál era la finalidad de
toda aquella actividad artístico-simbólica, acaso propiciatoria.
Si me lo permiten, voy a aportar algunos datos sobre lo que
se hizo en torno a la conservación de las cuevas entre los años 1979 y 1983,
época en que presidí, hasta su extinción con la aprobación del Estatuto, la
Fundación de Cuevas y Yacimientos Prehistóricos, ente creado por la Diputación
Provincial.
Naturalmente, en este recordatorio flota inevitablemente una
gotina de presunción personal, pero el objetivo central es realizar una pequeña
aportación a los datos de la colección de LA NUEVA ESPAÑA, y subrayar, además,
la colaboración entusiasta de tantas personas en aquella coyuntura. En primer
lugar, los propios miembros de la comisión, técnicos y diputados, como “el
disputado” José Manuel Alonso Paniceres; pero, sobre todo, algunos miembros del
Departamento de Prehistoria de la Universidad, de los que destaco los nombres
de Javier Fortea, Miguel Ángel de Blas y Rodríguez Asensio. Entre unos y otros
se procedió al cierre de muchas cuevas y abrigos –lo que significa su protección–,
tanto en la zona del Nalón como en otras del Oriente, entre ellas la de Llonín,
a propósito de la cual contaremos enseguida una sabrosa anécdota con la que les
garantizo una sonrisa.
Quiero
apuntar también la colaboración de los guías de las cuevas, especialmente la de
Aurelio Capín, el guía y conservador de Tito Bustillo, y de María Luisa
Quesada, de El Buxu, con los cuales y sus familias tuve una larga y amistosa
relación.
De entre
las muchas anécdotas que surgieron en aquellos años quizás la más destacable
tiene como protagonista a Manuel Fraga Iribarne (“Don Manuel”). Un atardecer
íbamos en coche cerca de Niserias por la que hoy es la AS-114 algunas personas,
entre las cuales Javier Fortea. A la orilla del río vemos cambiándose para ir a
pescar a Fraga y a Francisco Álvarez-Cascos, que era compañero de la Diputación
Provincial y con quien guardaba, como con todos los diputados de la época, una
buena relación. Bajamos, hablamos y los convenzo para pasar a buscarlos a la
mañana siguiente a fin de visitar la cueva, apenas estudiada entonces, de
Llonín. Como no tengo nada que regalar a Fraga, le doy un tocho de más de
doscientas páginas de piedras y huesos. Pues bien, al día siguiente les arreó a
los pobres cargos públicos de la zona oriental de su partido (estaba en
Niserias para una convención, bueno, no sé, igual estaba para pescar, y lo de
la convención era un pretexto), les arreó, digo, una ristra de datos de huesos
y piedras: ¡la famosa memoria de don Manuel!
El caso
es que al día siguiente tiramos con él y Cascos para Llonín. Con nosotros iba
el guía de Tito Bustillo, Aurelio Capín. No sé si ustedes sabrán que Fraga ya andaba
de aquella, no sé si fue así siempre, como un barco en una mar con marejada, oscilando
de un lado para otro. El caso fue que al llegar a la cueva, a la que se entra o
entraba por una cuesta bastante inclinada y húmeda, encendemos las linternas y
Capín, que venía observando el andar inseguro de Fraga, le dice: «Don Manuel, ¿lo
ayudo?”. Y Fraga estalla: “Usted limítese a cumplir con su deber, alumbre”. Y,
zas, allá fue unos metros la culera de don Manuel, sin más daño que el de su
autoestima.
Uno de
los propósitos que desde el primer día tuvimos en la Fundación, de la que, por
cierto, era miembro don Magín Berenguer, experto en las pinturas del arte
asturiano y del arte rupestre, fue el dar a conocer al público en general y a
los escolares, muy particularmente, la riqueza de la nuestra prehistoria. De
ese modo publicamos un Cartafueyu Escolar, subtitulado Asturias ayer: la Prehistoria, redactado
por Miguel Ángel de Blas Cortina. Además de estar profusamente ilustrado, el
librito contenía los últimos hallazgos de las excavaciones prehistóricas. Se
repartió por las escuelas. Se montó asimismo una exposición de arte paleolítico
y de cultura castrense que, inaugurada en la Feria de Muestras de Xixón, se
paseó después por los concejos asturianos. Postales y diapositivas se hicieron y
distribuyeron con el mismo fin. Y, finalmente, se rodó una película que se
estrenó en 1982.
Y, para
concluir, en relación con las actividades de la Fundación, el tres de abril de
1981, después de construir las escaleras de acceso y de adecuar el interior, se
abrió al público La Cuevona (o Cueva del Tenis, como también la llamaban los
vecinos de Ribesella). Poco tiempo más tarde, la Orquesta Sinfónica de Asturies
daría allí un concierto, comenzando así una práctica, la de utilizar la cueva
para conciertos y espectáculos.