Ayer, en LNE: El Congreso, por la delincuencia


                                EL CONGRESO, POR LA DELINCUENCIA


            Usted es enfermera (o enfermero). Durante la pandemia no puede volver a su casa. Cuando vuelve ya no la tiene, viven en ella unos individuos que han entrado por la fuerza. Son ustedes una pareja de ancianos. Se hospedan en casa de unos parientes que los cuidan mientras persiste el estado de alarma. Al regresar a su domicilio tampoco pueden hacerlo: moran allí otras gentes.
            Ninguno de los dos es un caso hipotético. Son reales, como lo son todos los datos y sucesos que vamos a dar a continuación. Pero sigamos con los dos anteriores. ¿Cree usted que acude a la policía o al juzgado y ya está solucionada la cuestión? ¡Qué equivocado está! Su calvario no ha hecho más que empezar. Puede que tarde un año o dos en volver a entrar en su casa, depende de muchas cosas, entre otras del juzgado o del juez que le toque. Y cuando lo haga no se encontrará usted con su hogar, sino con una pocilga y con unos destrozos por muchos miles de euros que nadie le va a pagar.
            Algunos tienen aún menos suerte, si es que es posible, y están amortizando su hipoteca, con lo cual, además de tener que pagarse una renta o una pensión han de seguir aprontando todos los meses los metros cuadrados de que sus parásitos particulares disfrutan.
            Y no se les ocurra a ustedes merodear en el entorno de su exdomicilio, a fin de buscar un momento para entrar o simplemente para vigilar, las chinches se sentirán acosadas y llamarán a la policía que lo obligará a usted a largarse, en cumplimiento de la ley. Es más, puede que tengan una cámara bien visible para vigilar quién les ronda y amenazarlo si es que los echan (ya he dicho que todos los datos y sucesos son reales). ¡Pero instale usted en su casa una cámara sin las oportunas licencias y tasas y verá la que le cae! A ellos, nada.
            ¿Y si solo es usted vecino? Pues asistirá probablemente a peleas diarias, a basura en la escalera, a perros descontrolados, a amenazas, a ventas de droga. ¿Escapar? ¿A dónde? ¿Quién le iba a comprar a usted su piso si quiere venderlo? Y eso si no hay incendios que lo ponen a usted en peligro. Y, para más inri, igual después de mucho tiempo existe una sentencia de desalojo, pero el juzgado o el juez no acaban de ejecutarla.
            Además, la ocupación (ellos y sus mentores la escriben con “k” de “kaka”) se ha convertido en un negocio: hay quien ofrece viviendas ocupadas con luz y agua por 500 euros en internet; los hay que alquilan su vivienda y ocupan otras; gente con sueldo fijo que vive siempre en vivienda “de papu”.
            He dicho que es difícil desalojarlos: obtienen fácilmente un padrón en la vivienda ocupada, “demuestran” con un tique de un pedido a domicilio que aquel es su hogar, y eso les permite mantener en jaque al propietario y al juzgado, entretenido este en “traslado a la parte” y “a prueba estese”, como diría el mozo relator del retablo de maese Pedro.
                Todo ello ha hecho que “el negocio” vaya en aumento. Según el Ministerio del Interior, entre enero y mayo del 2019 se usurparon 5.928 viviendas en España; en 2020, hasta mediados de marzo, 5.770. En total se calcula que las viviendas ocupadas se acercan a la 90.000.

            Pero evidentemente todo esto no ocurriría si las leyes, con su permisividad, no incitasen a ello, pues, aparte de las cuestiones de empadronamiento, testificación ficticia y procedimiento dilatorio que convierten en interminable el trámite de devolución de su bien al propietario, el artículo 245.2 del Código Penal castiga la ocupación con una simple multa de tres a seis meses, que, naturalmente, nunca se supo que pagasen los condenados.
            He aquí, ciertamente, a dónde debe apuntar quien haya sido víctima del latrocinio o pueda serlo por tener una o más viviendas (¿cuántas familias obreras no han ahorrado durante años para dejar un piso en propiedad a sus hijos?): al Congreso de los diputados y a los partidos que allí, con su legislación, permiten este estado de cosas e incitan a ello indirectamente.
            No solo indirectamente. Algunos ven con buenos ojos el fenómeno y lo proclaman como una especie de lucha por la justicia social. Es más, parlamentarios y concejales han participado en actos de ocupación o los han alentado expresamente. Conocerán ustedes a unos cuantos.
            Por cierto, la palabra “ocupación”, ¿a ustedes a qué les suena? Yo antecedentes no conozco más que uno para su uso así, en términos absolutos, sin complemento alguno: la de la Europa libre ocupada por los nazis.

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