La primera de las evidencias que se desprenden de la amplia victoria del PP en las elecciones europeas (casi un 4% de sufragios y 500.000 votos sobre el PSOE) es que Mariano Rajoy ha acertado en el tono que quiso dar a su partido tras el congreso de Valencia convirtiéndolo en un partido menos hosco y con menos aristas, menos rozcayeiru, de lo que era con Aznar y de lo que fue durante la primera legislatura de Zapatero. El éxito, por otro lado, tiene aún mayor valor si consideramos dos vectores: el primero, que este triunfo se suma al de Feijóo en Galicia y a la magnífica gestión de sus escaños, en Euskadi, por Antonio Basagoiti; el segundo, el que, durante más de cuatro años, el PP vagó por los predios públicos como un partido apestado, con el que nadie quería tratar ni negociar.
Yo nunca creí que Mariano Rajoy no fuese a encabezar la candidatura conservadora para las próximas elecciones generales. Lo dije a quien quiso oírme antes del congreso de Valencia y en los meses subsiguientes, en que algunos pensaban —y otros laboraban para ello firmemente— que la presidencia de Rajoy iba a disolverse con tanta rapidez como una medida de Zapatero contra la crisis: porque es conocer muy poco el ser de los partidos pensar que, salvo en situación al borde del abismo, estén dispuestos a embarcarse en aventuras cuyo final se ignora; del mismo modo, constituye también un sueño el pensar que personas de un partido con un estatus asegurado vayan a correr el riesgo de proclamarse candidatos si no tienen la seguridad de ganar. En cualquier caso, el de Santiago de Compostela no sólo tiene ahora garantizada su candidatura para el 2012, sino que va a disminuir el ruido de quienes pedían un tipo de oposición más vocinglera o al dictado de la agenda de algunos medios de comunicación.
En toda Europa la participación ha vuelto a ser escasa, un 43%. ¿Tiene ello alguna explicación? Pues, aparte de la menor proximidad emocional que suscitan en el ciudadano estas elecciones en relación con las de su país, conviene dejar sentado que una parte de lo que se quiere que sea Europa tiene mucho de camelo, de discurso que, por más que se engole la voz y se cuente en términos altisonantes, no interesa más que a parte de la casta política y a algunos intelectuales. Y, por otro, lado, la construcción de la Unión se atropella, se pone cada poco tiempo una nueva meta hacia la que correr afanosos, sin pararse a reposar un segundo en lo ya conseguido y, sin esperar, ni mucho menos, a que ello se asiente en la percepción de los ciudadanos.
Ahora bien, con todo lo que se diga, nuestra participación ha sido de las más altas de la Unión, tres puntos por encima de la media. Eso quiere decir, tal vez, que nuestros ciudadanos tienen más interés que los de otros países en el tema, o que —como es más verosímil— son más fáciles, en general, de ser excitados en términos de combate nacional para dirigirse a las urnas. Si ello es de esta última manera, como yo creo que es (téngase en cuenta que la afección política básica es un instinto muy primario, que residiría en la amígdala y el sistema límbico, y que las decisiones que de esa afección surgen lo hacen tanto a favor del propio como en contra del enemigo), no se puede decir que la campaña de los dos grandes partidos (tan denostada por faltona y por dirigirse a los instintos más primarios, en especial la del PSOE) haya fracasado, sino todo lo contrario: ha conseguido arrastrar a las mesas electorales todo lo que era posible arrastrar en estas circunstancias.
Si fuese así, como digo, la derrota del PSOE sería aún mayor de lo que parece, pues habría extraído de sus caladeros todas cuantas capturas allí pudiese haber habido en esta coyuntura (y ninguna se ha ido a IU, por otra parte). ¿Las razones de ese desasimiento? EL PSOE habrá de examinar si, además de la crisis y el paro, no habrán defraudado a sus fieles sus modos (la mentira, la negación de la evidencia, la improvisación, las medidas económicas que se desvanecen en cuanto han sido dichas), y la apertura —con ligereza de trato, además— de ciertos temas muy delicados, como el aborto decidido por menores o la píldora postcoital dispensada sin receta.
Finalmente, se debe felicitar a nuestro vecino, el “soseras” de Francisco Sosa Wagner, que ha ingresado en la eurocámara, y a su partido, la UPyD, que ha dado un paso importante en su crecimiento, pese a todas las dificultades que tienen las pequeñas formaciones. ¿Cuál será el futuro de la misma? De momento, su mensaje neoespañolista (el único que de verdad llega y ha calado de todo su programa) viene teniendo éxito fundamentalmente entre las capas medias ilustradas y el funcionariado, así como entre una parte importante de voto del PP. Para que su consolidación sea posible hará falta, cómo no, mucho trabajo y acierto por parte de sus militantes. Ahora bien, en la medida que ese desapego de los votantes del PP hacia Mariano Rajoy va a disminuir en el futuro —porque la estrategia no-rozcayeira de éste va triunfando, lo que propiciará una modificación de las posturas de rechazo; porque va a desaparecer en lo inmediato de los medios de comunicación una fuente permanente de incitación de la desafección, causa no pequeña de muchas de las infidelidades del voto; porque la coyuntura de las próximas generales, con el PP a punto de ganar, pondrá en un brete a muchos de esos ciudadanos coyunturalmente desprendidos—, las cosas se pondrán más difíciles para el nuevo partido.
Y aquí, en Asturies, el PP sigue siendo describible, en parte, con el nombre de aquel ficticio corresponsal del El Bachiller-Larra, Andrés Niporesas. Es decir, que no gana aquí, en Asturies, por mala que sea la coyuntura para el PSOE: allí con la crisis, aquí con los sobrecostes y los retrasos; allá con Zapatero, acá con Areces.
Ni por esas.
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