(Asoleyóse en La Nueva España del 3/4/2020
AISLAMIENTO, CIRCULACIÓN, CIERRES Y ECONOMÍA
Ya saben que he venido señalando
desde el primer día que en las medidas del Gobierno había mucho de
improvisación. Así, tras el cierre de las escuelas, se tardó varios días en
conceder a los padres el permiso de quedarse en el hogar con los hijos sin
perder su empleo. Del mismo modo, pasó una semana larga hasta que alguien cayó
en la cuenta de que un infante no podía quedarse solo en casa si su único
cuidador iba a la compra. Algo más de tiempo tardaron las autoridades en
percatarse del sinsentido de que una pareja conviviente no pudiese desplazarse
en el mismo coche a realizar alguna de las actividades permitidas. ¡Como si,
conviviendo todo el día en casa (y acaso en la cama), corriesen un riesgo nuevo
al hacerlo en el coche, o como si quien se desplazase estuviese menos amenazado
de ir en un autobús o en un coche! También se tardó casi dos semanas en
permitir la salida, acompañadas, de personas con ciertas limitaciones.
Pienso, además, que las disposiciones
de aislamiento presentan un excesivo rigorismo, tanto en sí mismas como en la
interpretación que de ellas hacen muchas veces las personas o instituciones
encargadas de hacerlas guardar. Me gustaría saber, por ejemplo, si se ha
sopesado el daño que el confinamiento provoca en personas enfermas que
necesitan ejercicio diario, como los diabéticos o los que tienen problemas
circulatorios. Es posible, pero no estoy seguro.
Por otro lado, no se ve muy bien
por qué se prohíben determinadas actividades individuales, como correr o discurrir
por el monte, salir con los vástagos a pasear controladamente delante de casa o
correr por las escaleras del portal. En algunas de estas prohibiciones parece
haber una interpretación rigorista o rabulesca de la norma general: el Decreto
de alarma prohíbe las carreras pedestres, pues prohibamos toda carrera; limita
la circulación de vehículos a determinadas actividades, limitemos su ocupación.
Y no digamos ya nada de cuando se realiza una consulta sobre un particular,
navegamos ahí entre la negativa sistemática y el asentimiento con dudas.
Pero es que, además, algunas de
las actividades terminantemente prohibidas aquí se permiten en otros países. Así, en Alemania, Bélgica o Francia se puede
sacar a los niños a pasear (por cierto, en LA NUEVA ESPAÑA del 26 de marzo el
pediatra Marcelino-García Noriega reclamaba una medida como esta) o se autoriza
hacer deporte de forma individual (también en Italia, pese al endurecimiento de
las últimas medidas). En Alemania al menos, pueden pasear dos personas juntas
si son de la misma familia.
En el caso de Asturies concurren
además circunstancias particulares. Muchas personas que no son profesionales de la agricultura
tienen huertas o pumaradas que deben atender o en las que plantar; incluso,
poner trampas contra la velutina, ahora que llega el momento. ¿Dónde estriba el
problema en que una persona vaya y vuelva sola de esa ocupación? Las
restricciones a la circulación se instauran para que no se encuentren las
personas, no para que no se muevan. Aquí, como siempre, parece que en Asturies
nadie es capaz de contemplar nuestras particularidades.
Ya sé que se puede argumentar
que si se abre la mano, luego todo el mundo hace lo que le viene en gana. No
soy insensible al argumento. Constituye un insulto a la mayoría, mas no soy
insensible al argumento. ¿Pero son distintos a nosotros alemanes, italianos,
belgas o franceses, por no hablar de otros países? Veremos a ver qué pasa en
los próximos días.
En pocos meses, nuestro problema
será mucho más grave, el económico, que revertirá no solo en el empleo, sino en
aquello en que el Estado pueda o no subvenir a los parados, cubrir en sanidad,
en dependencia… Y, al respecto, se plantea del debate de si se debe cerrar toda
actividad que no sea la estrictamente necesaria. Algunas comunidades, como
Cataluña y Murcia, habían planteado tal medida. También algunos epidemiólogos.
Y, desde luego, en las consultas internéticas la respuesta era apabullante,
“más leña”.
Mi opinión, la que he sostenido desde
el principio de la crisis, era que la actitud inicial del Gobierno era la
correcta: hay que mantener en funcionamiento el mayor número posible de
empresas no solo para que la recuperación sea más rápida, sino para seguir
recaudando y para no aumentar el número de cabezas que pendan de los pechos del
Estado. Razonablemente, tanto la patronal (no el IBEX 35, como regurgitan los
ultras del discurso huero) como los principales sindicatos, UGT y CCOO, eran de
la misma opinión. Inopinadamente (“en la fracción de un segundo cambia la
opinión del mundo”) el Gobierno (con discrepancias internas) y los sindicatos
variaron de idea y se procedió a la “hibernación de la economía”, lo que se
efectuó como un cañonazo de gran potencia y de poca precisión. ¿Se sabía, por
ejemplo, si la construcción estaba constituyendo un foco activo o no había
prueba alguna de ello? No la había.
Que la decisión fue una más de
las chapuzas del Chapugobierno lo demuestra además lo que ha ocurrido con la
gran industria en las horas siguientes a la publicación del nocherniego Decreto
del domingo 29: los gobiernos asturiano, vasco y gallego clamaron contra la
medida por los daños irreparables a esa industria –también los sindicatos– y
tuvo que salir la ministra Nadia Calviño para “aclarar” que ese tipo de
actividad no estaba suspendida. De todas formas, no de forma precisa, de modo
que algunas empresas no han acabado de fiarse de esa aclaración oral. ¡Qué
inseguridad jurídica!
Anotemos con un aplauso que el
Gobierno asturiano ha actuado aquí bien (no lo está haciendo mal, en general),
adelantándose el lunes a última hora (seguramente, tras una consulta y una
“negociación” con Madrid) a publicar una interpretación del Decreto-Ley de la
noche del 29, precisando una serie de industrias básicas que sí podían seguir
trabajando, aunque fuese “de aquella manera”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario