VAQUEIROS Y TORQUEMADAS
Caen progresivamente del
calendario las fiestas de los pueblos como van cayendo las hojas a medida que
avanza la seronda. Cada día que avanza el encierro, todos, ayuntamientos, pueblos, barrios,
parroquias, comisiones de fiestas tienen que reconocer que aquellos festejos en
que ponían su esfuerzo y su entusiasmo van convirtiéndose, al modo
esproncediano, junto con sus ilusiones, en “¡ay!, hojas desprendidas del
árbol del corazón”.
Una de esas suspensiones ha
tocado especialmente mi corazón: la de la boda vaqueira de Aristébano, a cuya
romería he acudido algunas veces. Pero las resonancias que el hecho ha
suscitado en mí no han sido fundamentalmente las de las evocaciones personales,
sino las históricas.
Como saben ustedes, el pueblo
vaqueiro fue en el pasado una colectividad marginada. Nada más expresivo de esa
marginación que la delimitación del espacio de los vaqueiros en las iglesias
mediante una viga, o su enterramiento en lugar aparte. Seguramente el carácter
trashumante de su principal actividad económica, junto con su fuerte endogamia,
crearon y reforzaron el prejuicio contra ellos. Xovellanos dedicó una de sus
“Cartas a Ponz” a demostrar la falsedad de todos los prejuicios que contra el
pueblo vaqueiro existían, y a denunciar el espíritu inquisitorial con que se
los perseguía.
Y el recuerdo de los
segregadores de vaqueiros me ha traído a hoy, a los Torquemadas actuales que
persiguen a otros vecinos, a los que convierten en malditos. Médicos a los que
pintan el coche e insultan, empleados de supermercados a los que sus vecinos
pretenden ahuyentar de sus inmuebles y los estigmatizan con carteles,
sanitarios a los que rompen las puertas de sus casas y denuncian a la policía…
Los casos no son seguramente muy numerosos pero son enteramente repugnantes, y
merecen un calificativo que no quiero poner aquí.
Por cierto, que algunos
inquisidores también aparecen entre las diversas policías, algunos de cuyos
miembros actúan con interpretaciones abusivas de la norma.
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