CHAPUGOBIERNO Y DICTADORACOS
Eximamos al Gobierno de algunos errores que no son
exclusivamente suyos: otros países europeos han recibido mascarillas (Holanda)
o tests (Reino Unido) inválidos, o han tardado en tomar medidas de
confinamiento (Reino Unido, China). ¿Que en España esa reacción ha sido más
tardía aún? ¿Que tuvo ese retraso motivaciones políticas, las de las
manifestaciones feministas? Pues es probable.
Por cierto, en lo tocante al recuento de los casos de
muerte por coronavirus no contabilizados, los de las residencias de ancianos, no
somos los únicos: Francia venía haciendo lo mismo hasta prácticamente ayer. En
cuanto a una de las acusaciones de algunos medios y de la oposición, la de que
se procura que no se den imágenes sistemáticas del dolor y la muerte, así como
la de no proclamar un luto nacional continuo y sistemático, creo que el
Gobierno acierta: no parece conveniente estimular los motivos para la depresión
en una población que ya tiene motivos para estar cerca de ella con un enclaustramiento
de más de un mes, que va a seguir y que tiene muchos aspectos claramente
injustificables.
Pero de lo que no se puede eximir al Gobierno es de sus
responsabilidades y sus chapuzas en la gestión de la crisis. Dejemos aparte el
asunto de los medios de protección de sanitarios y población, parcialmente
disculpable, también el de nuestro récord mundial en número de muertos por
millón de habitantes, en lo que algo tendrá que ver su gestión, vamos a sus
chapuzas explícitas y a su improvisación.
La primera de ellas es el Decreto de reclusión del 14 de
marzo, con una redacción inadecuada y confusa de las libertades coartadas. De
él se derivan algunos de los problemas y abusos que padece hoy la población en
general y, en particular, algunos “desafortunados” ciudadanos, víctimas de
sanciones caprichosas. Tales eran sus errores que en las semanas siguientes se tuvieron
que ir introduciendo modificaciones: por ejemplo, que los niños con
determinados problemas pudiesen salir a la calle, que quienes solo tuviesen un
progenitor pudiesen acompañarlos a la compra o que un matrimonio o pareja (que
comparten aire y fluidos en casa) pudiesen viajar juntos en el coche a su
trabajo.
Sobre sus defectos y carencias, además, el Decreto ha sido
interpretado sistemáticamente de forma literal y restrictiva: se prohíbe la
utilización de los espacios especializados en usos deportivos, también las
escaleras de tu edificio o los espacios comunes de tu urbanización, y no
digamos el correr individualmente al aire libre, lo que casi todos los países
permiten; no se contempla explícitamente que se puedan atender fincas rurales,
se sanciona.
¿Cuál es el objetivo del aislamiento? Que no entren en
contacto unas personas con otras. ¿Por qué razón, pues, una persona no puede
hacer equis quilómetros en su coche sin bajarse del él, de venirle en gana?
Pues se multa. ¿Y los niños? ¿Cuál es el motivo de que no puedan salir a la
calle, como ocurre en muchos otros países, aisladamente y acompañados de sus
padres? Explicación del ministro Illa: “son un foco de contagio”. Pero, si
están contagiados, estarán contagiando a los de casa, y si no lo están y salen
a la rúa sin contactos, ¿a quién van a contagiar? Falta sindéresis. En fin,
podría abundar en ello, dejémoslo aquí.
“No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para
el hombre”, recoge San Marcos. Pues bien, tal parece que el objetivo central de
las medidas de alarma sea encerrarnos en nuestras casas, y no el de evitar los
contactos para eludir los contagios. Da la impresión de que hay detrás de ello,
al margen de la buena intención, una cierta pulsión autoritaria.
Y todo ello, además, impulsa la aparición de dictadoracos:
policías que te indican a qué supermercado te puedes desplazar y a cuál no; la
exigencia del ticket de la compra; la limitación en márgenes estrechos –a
voluntad del que dicta o interpreta– de cuántos metros es el paseo del perro;
la prohibición en algunos ayuntamientos de comprar vino o la de establecer, por
ellos o por la policía, qué compras son de necesidad o cuáles no; o la
multiplicación de los despreciables Torquemadas de ventana o de vecindad,
increpando al transeúnte o queriendo expulsar de su vecindario a sanitarios o
empleados de supermercado y acosándolos.
¿Y las chapuzas del Gobierno? Sobre las rectificaciones
señaladas, recuerden el Decreto de la noche del
domingo 29 de marzo, tras haberse ya decidido la primera prórroga del
enclaustramiento, con una serie de medidas que deberían establecer las empresas
al empezar el trabajo horas después, el lunes. Recuerden sus imprecisiones
sobre cuáles eran las empresas que no “hibernaban”, que hubo que ir parcheando,
oralmente, en días sucesivos. O el de “deshibernación”, del 13 de abril, cerca
de las diez de la noche del domingo, corrector del inmediato anterior, que
nadie supo interpretar en su preciso alcance, y que sigue siendo confuso y
perturbador, sin demasiada razón, de
muchas actividades.
Y, ahora sigan, por favor, los dimes y diretes en torno a
la “renta mínima vital” o como se llame: Montero: “dentro de unos meses”; Iglesias:
“ya”; Iglesias: “temporal”; Escrivá: “definitivo y dentro de tiempo”; Iglesias:
“hoy la presentaremos en rueda de prensa”; Escrivá: “acabo de enterarme por la
prensa de lo que dice Iglesias”; ese hoy: no hay presentación; Escrivá, al día
siguiente, “será en mayo”. ¡Y todo eso en un par de días! ¡Unos fenómenos! Y
aun no saben en qué va a consistir tal artilugio, quiénes serán sus
beneficiarios, cuánto va a costar y, mucho menos, cómo se va a pagar. Pero de
ese disparate hablaremos.
¿Y qué me dicen del tragisainete de los paseos de los
niños, última chapuza?
Hace tiempo, cuando tras la moción de censura, casi toda
España, derecha e izquierda, patronal y sindicatos, medios de comunicación
suspiraba por un Gobierno, recordé en estas páginas la fábula de las ranas que
pedían rey a Júpiter. Hay versiones desde el romano Fedro hasta nuestro
Arcipreste de Hita o Samaniego. También extranjeras. Reléanla, aunque sé que la
conocen.
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