Muchos de ustedes se habrán hecho, sin duda, esta pregunta: ¿por qué en Asturies no acaba de tener éxito el asturianismo? O, lo que es lo mismo, por qué en nuestro país no tiene una presencia notable y prolongada una fuerza política autónoma, si no como en Cataluña o Euskadi, sí, al menos, como en Cantabria, Canarias o Aragón. ¿En qué somos distintos los asturianos?
Las respuestas que, en general, se dan a nivel popular son sencillas y poco matizadas. Podría, sin duda, realizarse un análisis complejo de las varias causas de tipo histórico y estructural que, por ahora, vienen concurriendo a ello. En todo caso, conviene no perder de vista uno de los fundamentales, les perres. Cuando una formación política no recibe el chorro financiero con que —vía ayuntamientos, diputaciones, parlamentos, Cortes— los grandes partidos se proveen a sí mismos del dinero de los ciudadanos; cuando las entidades financieras no le condonan miles de millones (en pesetas) que antes le habrían prestado, ello significa que sus posibilidades de competir en el mercado de la comunicación que es la política están muy reducidas.
Pero no quiero hoy adentrarme en ese terreno, sino señalar algunas reflexiones que vienen a suscitar ciertas noticias, las cuales subrayan que ser asturianista en nuestro país es, simplemente, estar en la hora del mundo actual, frente a lo que son la práctica habitual del pensamiento y la conducta de los partidos dependientes de Madrid.
Reiteradamente aparecen en la prensa titulares como este: «Fomento recomienda iluminar autopistas con tráficos cuatro veces inferiores al de la “Y”». ¿Qué hay de notable en lo que parece una exigencia razonable que mejoraría grandemente la seguridad de nuestra “caleyona”? Pues, sencillamente, que tal propuesta ya fue realizada por el PAS en la Xunta hace más de quince años (y reiterada después); que, en su día, no fue apoyada por nadie, que, por supuesto, ningún gobierno la exigió.
Esa capacidad del asturianismo para detectar los problemas de Asturies y plantear soluciones, en contraste con la incapacidad de los partidos dependientes de Madrid para su percepción o su retraso en hacerlo, podríamos ampliarla con una lista muy extensa de ejemplos. Uno, de momento, en el mismo ámbito. Es sabido que nuestra pretensión de dotar de paneles informativos a la “Y” tardó casi dos lustros en ser atendida. Otro, que se convierte de vez en cuando en actualidad, es nuestra antigua propuesta de dotar a Asturies de un observatorio meteorológico propio. Reiteradamente rechazada la idea por los partidos centralistas, aprobada por fin parlamentariamente en 1998, duerme aún —para nuestro daño— en el sueño de los justos (léase “ineficaces”).
En el ámbito cultural podríamos rememorar cuántas veces fue rechazada nuestra idea de crear una selección de fútbol asturiana (un combinado de la cual, por cierto, había sido campeón de España en las primeras décadas del siglo XX), hasta que, por fin, el partido que más se había mofado de ella («mofado», sí) la puso en marcha —y, al igual que tantas cosas de las que emprenden los gobiernos de Areces, ha sido dejada posteriormente extinguirse sin pena ni gloria.
Quizás uno de los casos más notables haya sido el del requerimiento del PAS de una televisión asturiana. Durante más de quince años, entre ataques e infamias, sostuvimos su necesidad. Después, cuando muchos de sus efectos positivos ya son imposibles o casi (la creación de una industria cultural y tecnológica en torno a ella con capacidad de salir de nuestro estrecho mercado; la promoción de nuestros productos: piénsese simplemente en la presencia universal, durante el estío, de las orquestas gallegas, a las que insufla combustible durante el año la TVGA), quien más alto levantó el pendón contra ella, el PSOE, la puso en marcha.
Podríamos señalar también la incomprensión que acompañó alguna de nuestras denuncias o propuestas medioambientales, como la del peligro que el cámbaru roxu o cámbaru americanu representaba para nuestra especie —acogida con hilaridad—; o las críticas que, en algún momento, suscitó —fuimos tachados por ello de “nacionalistas radicales”— la demanda de que las osas Paca y Tola debían volver a Asturies.
El asunto de la planta regasificadora llama también la atención. De la que, en 1992, gobernantes González en Madrid, Villa en Les Cuenques, Vigil en Asturies, pretendimos incluir una regasificadora para nuestro país en la revisión del PEN, el desprecio fue olímpico. Diez años más tarde, el PSOE asturiano hace de tal inversión una de las claves del futuro de Asturies. ¿Eran incapaces de verlo entonces? ¿Supeditaban los intereses de los asturianos a otros de clan? ¿No se lo permitían desde Madrid?
Durante muchos años sostuvimos que las claves de nuestro desarrollo pasaban, entre otras cosas, por un abaratamiento drástico del terreno industrial y por la disposición inmediata del mismo, así como por una atención primordial a los autónomos y las empresas minúsculas. En esa línea, nuestros pactos presupuestarios con el Gobierno Marqués permitieron crear veinte mil empleos y bajar, por primera vez en muchos años, de los cincuenta mil parados —aparte de rebajar impuestos empresariales por primera vez en España—. El siguiente gobierno, de mayoría dependiente de Madrid y de los sindicatos, modificó muchas de aquellas prioridades, sus efectos se han visto en la drástica destrucción de empleo.
Ni siquiera en la plaza del desarrollo estatutario hemos llegado a tiempo. Nuestras reiteradas demandas de cumplimiento del mismo con la exigencia del traspaso competencial en los ámbitos hidrográfico y de transporte ferroviario «dieron en güesu». Más tgarde, quienes constituyeron el «güesu» (junto con otros) hacen una exigencia de lo que tildaban en su día como inconstitucional.
De modo que, ya lo ven ustedes, ser asturianista en este país, consiste fundamentalmente en estar a la hora del mundo, en analizar Asturies y su entramado social desde las necesidades de sus ciudadanos, en mirar hacia el futuro y no hacia el pasado, en realizar propuestas desde esa realidad y esos intereses y en no repetir como loros lo que ya han dicho nuestros mentores en Madrid o en acatar sin más lo que nos ordenen.
Claro que eso, en una sociedad que articulan unas élites sociales y políticas tan conservadoras, tan misoneístas, tan contrarias al progreso y a modificar su visión del mundo, tan apegadas a unos privilegios cuyo sostenimiento es contrario a los intereses de la mayoría, tan amigas de recitar una única y anticuada salmodia, todo eso, digo, constituye, aquí y ahora, una extravagancia.
Como una extravagancia resulta todavía, en gran medida, esa nuestra demanda de amar y estimar nuestras cosas: poner en valor nuestra tonada, apoyar nuestro folklore, promover nuestros instrumentos musicales (y bastante hemos hecho en este sentido) proteger y exaltar nuestra lengua, amar nuestra historia patria, mimar nuestro arte popular y nuestra arquitectura. Esa voluntad del PAS fue inicialmente recibida con rechazo, extrañeza y mofa. Después fue aceptada en parte. Pero, en nuestro entender, todo ese acervo nunca ha sido valorado y apreciado de forma sincera y consecuente por los partidos centralistas.
Sólo tengo que recordar que dos de los hechos más significativos en el ámbito identitario asturiano se deben a quien esto firma: el que Asturias se llame así ahora, y no “provincia de Oviedo”, y el que exista el artículo cuarto del Estatuto, el del asturiano. ¿Aciertan a intuir qué tipo de élites son las nuestras, que, entre tantos ponentes del Estatuto inicial, a nadie se le ocurrió restituir el nombre milenario de nuestra comunidad? ¿Creen que eso habría ocurrido en algún otro lugar de España? Ya ven. Sin embargo, el proponer cosas tan elementales hubo de hacerse frente a la opinión unánime de los sabios y de las mayorías.
Querernos a nosotros mismos, amar lo nuestro y convertirnos, por tanto, en ciudadanos de una comunidad con iniciativa social y política en la hora de hoy en España y en el mundo, ver éste tal como es actualmente y no como lo soñamos en el pasado, constituyen asignaturas pendientes en la sociedad asturiana. Mientras ello resulte una excentricidad, las cosas no podrán irnos sino a peor. Las evidencias se acrecientan año tras año: emigran nuestros jóvenes (licenciados y no licenciados), nuestras mujeres no pueden incorporarse en cuantía regular al mundo del trabajo (y, por tanto, no disponen de libertad para desarrollar su proyecto vital); muchos de nuestros puestos de trabajo son mediocres y regularmente pagados en relación a otros sitios del Estado; los empleos se destrozan; nuestro sistema productivo se estanca y, en fin, desde que hay democracia y autonomía —gobernada siempre por los partidos centralistas y por sus organizaciones satélites, dominada por el pseudopensamiento que de ellos emana—, el vagón de Asturies sufre un continuo retroceso hacia la cola en ese tren a que es España, tanto si camina a toda velocidad, como hasta hace poco, como si está parado.