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Lo sustancial de esas cifras es conocido: la población activa más baja de España, un jubilado por cada dos cotizantes, 83.600 parados, un 15% de nuestro PIB que proviene de transferencias de la Seguridad Social, una población progresivamente envejecida y con un récord negativo de nacimientos, lo que augura no sólo una mayor desproporción futura entre activos y jubilados, sino, especialmente, una menor capacidad social de entusiasmo e impulso, al descender la proporción de jóvenes.
Si deseamos completar el panorama actual, no deberemos olvidar que muchos de nuestros jóvenes, si no desean malvivir aquí con un salario bajo o depender de sus padres, deben coger el camino de la emigración, porque nuestra economía —sobre ser pequeña y generar pocos empleos en relación con la población potencialmente activa—no crece, sus empresas son escasamente innovadoras, tienen poco músculo y exportan poco.
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Se podría hacer una amplia lista de los principales parámetros en que se ha concretado esa política errónea: empeño en mantener lo imposible o retrasar lo inevitable, resistiéndose a aceptar la reconversión o la muerte de determinados sectores, empleando en ellos esfuerzos y dinero para que, al final, el resultado fuese el que tenía que ser; escasa atención a las inversiones en suelo industrial, siempre escaso, caro y puesto en servicio con mucho retraso; multiplicación de inversiones y equipamientos que no son necesarios y cuyo sostenimiento es después costoso; gasto en obras de escasa utilidad para el empleo, aunque sí para el ornato y el voto; empecinamiento en llevar las inversiones a territorios que no poseen condiciones para ello, cuando se podrían situar a 10 o 20 minutos de distancia; mantenimiento de una perspectiva laboral que no acaba de situarse en el mundo del presente, pese a su evidente transformación; la demora de las administraciones, entorpecedora y encarecedora de la inversión; la aceptación acrítica de las decisiones de Madrid en cuestiones que dañan nuestro interés. Pero esa actuación, ha de advertirse, no ha sido inocente: sobre la fidelidad a un discurso y a unos prejuicios, ha favorecido el voto a los partidos y los grupos sociales que han causado ese fracaso, el mantenimiento y aumento de su poder, la extensión de sus redes en la sociedad.
Hay que señalar, además, que todo ello se ha producido después de una enorme inversión del Estado en la reconversión de algunas industrias y sectores industriales y tras la llegada de miles de millones provenientes de Europa y del Gobierno central, cuyo efecto para renovar nuestra economía y modificar nuestra estructura productiva ha sido escaso por la incapacidad de nuestros gobiernos para gestionarlo. Porque cuando en toda España hay crisis, aquí también la hay, cuando en España las cosas van mejor, aquí sigue habiendo crisis.
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Nota: Asoleyóse na Nueva del 30/04/10
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