Por diversas razones ando esta temporada releyendo nuestros clásicos. Y, como siempre, vuelvo a disfrutar con Teodoro Cuesta y me admiran muchos aspectos de su escritura. Aunque su imagen es predominantemente la de poeta festivo y más o menos ruralizante, lo cierto es que, al igual que muchos de los escritores del XIX y del primer tercio del XX, Teodoro fue poeta cívico (algunos de sus textos se centran en la guerra de Cuba y sus protagonistas, otros en la política internacional española), poeta ocasional (con composiciones dedicadas a Ramón de Campoamor, a Xovellanos, a Caveda y Nava, a Octavio Bellmunt, a Ventura Ruiz Aguilera, a la Princesa de Asturias…) y poeta que cantó los adelantos de la época («La inauguración del ferrocarril de Avilés»). Parte muy notable de su obra la ocupa la poesía mariana y religiosa, en que destaca de forma sobresaliente El protomártir asturiano Fray Melchor García Sampedro. En toda esta poesía de alto coturno los aciertos conviven con el prosaísmo o con la falta de viveza y es posible que, para el conjunto de ella, Teodoro, como la mayoría de los escritores posteriores, no haya conseguido encontrar ni un estilo ni un registro adecuados.
Por otro lado, no se puede negar que una parte importante de su visión del mundo, algunos valores con los que se entusiasma, particularmente, nos quedan hoy bastante lejos. Pero es también cierto que ocurre lo mismo con la mayoría de los clásicos de la literatura castellana (piénsese sólo en Quevedo) y ello no es óbice para que disfrutemos de su escritura.
Pero donde destaca muy especialmente Teodoro Cuesta es en la poesía de «estilo humilde», donde combina capacidad de observación, gracia en el decir, atención a lo inmediato, fluidez en el verso, lengua jugosa e ingenio, cualidad esta última, la del ingenio, la de la inventiva, la del hallazgo expresivo, que no se suele subrayar y que define una de las más destacadas características técnicas y ficcionales de muchos de nuestros autores —y es, paralelamente, un rasgo que requieren los lectores—. He aquí, como ejemplo, de qué modo encarece la cerrazón de garganta que le provocan unas terribles anginas: «(estoy) como llargatu na cueva, / con el pasapán tomáu / como`l Puertu cuando nieva».
Para solaz de nuestros lectores e incitación a una lectura morosa de algunos textos de Cuesta, les traigo dos muestras de una cierta extensión. En la primera, que pertenece a «El dispertar de Xuanón», pueden ustedes observar su viveza descriptiva y la gracia con que remeda ese tan popular enguedeyu meandrescu al contar que consiste en ir derivando permanentemente un dato de otro, fórmula narrativa que, por cierto, tanto enfadaba a don Quijote al oírla en Sancho:
Fai un sol qu`aplana al mundu; / y a la sombra d`un carbayu / con más fueyes que mudancies / tien una muyer al añu, / ronca Xuan el Topineru, / sobrín de Pepón de Pachu,/ primu de Eras, el Cebollu, / y de Xiromón, el Trasgu; / hermanu d'Antón, el Gochu,/ qu`ansina fo bautizáu / desqu`un día por apueste / i vieron rucar un sapu; / pariente de Rifaela,/ la fía de Cosme`l Nanu / y de Ritona la Coxa / que se morrió d`un mal partu / sin echar tres creaturos / que calabres i alcontraron / en la barriga del vientre / dimpués que`l güeyu i ciarraron. / Pos, como diba diciendo, / está Xuanón panza abaxo / metiendo peles narices, / al surniar, tierra y yerbatos, / xiblando como les víbores / al allendar fatigáu […]
La segunda, «La mio querencia», es una magnífica composición en octavas reales que está toda ella construida sobre adínatos o imposibles, una figura retórica por la cual el de La Pasera tiene cierta predilección:
Cuando esnalen les vaques, y xuncíos
acarreten carbón los picatuelos,
cuando llueva pemiles, y con fíos
llegues a ver les mules, y los xelos
faigan cocer los potes, y nos ríos
se piesquen alefantes con anzuelos,
quiciaes al mírame tos güeyinos
non me faigan nel alma revolguinos.
Xugarán los merucos al cascayu
y a les chaples los grillos y furones;
verás en la guitarra cómo un glayu
a un gochu teverganu da lliciones;
tamién podrás mirar cómo un carbayu
dos arañes lu sierren en tablones;
todo cuanto te cunto ye fatible,
mas suañar que t'olvide... ¡quiá! imposible!
Por otro lado, no se puede negar que una parte importante de su visión del mundo, algunos valores con los que se entusiasma, particularmente, nos quedan hoy bastante lejos. Pero es también cierto que ocurre lo mismo con la mayoría de los clásicos de la literatura castellana (piénsese sólo en Quevedo) y ello no es óbice para que disfrutemos de su escritura.
Pero donde destaca muy especialmente Teodoro Cuesta es en la poesía de «estilo humilde», donde combina capacidad de observación, gracia en el decir, atención a lo inmediato, fluidez en el verso, lengua jugosa e ingenio, cualidad esta última, la del ingenio, la de la inventiva, la del hallazgo expresivo, que no se suele subrayar y que define una de las más destacadas características técnicas y ficcionales de muchos de nuestros autores —y es, paralelamente, un rasgo que requieren los lectores—. He aquí, como ejemplo, de qué modo encarece la cerrazón de garganta que le provocan unas terribles anginas: «(estoy) como llargatu na cueva, / con el pasapán tomáu / como`l Puertu cuando nieva».
Para solaz de nuestros lectores e incitación a una lectura morosa de algunos textos de Cuesta, les traigo dos muestras de una cierta extensión. En la primera, que pertenece a «El dispertar de Xuanón», pueden ustedes observar su viveza descriptiva y la gracia con que remeda ese tan popular enguedeyu meandrescu al contar que consiste en ir derivando permanentemente un dato de otro, fórmula narrativa que, por cierto, tanto enfadaba a don Quijote al oírla en Sancho:
Fai un sol qu`aplana al mundu; / y a la sombra d`un carbayu / con más fueyes que mudancies / tien una muyer al añu, / ronca Xuan el Topineru, / sobrín de Pepón de Pachu,/ primu de Eras, el Cebollu, / y de Xiromón, el Trasgu; / hermanu d'Antón, el Gochu,/ qu`ansina fo bautizáu / desqu`un día por apueste / i vieron rucar un sapu; / pariente de Rifaela,/ la fía de Cosme`l Nanu / y de Ritona la Coxa / que se morrió d`un mal partu / sin echar tres creaturos / que calabres i alcontraron / en la barriga del vientre / dimpués que`l güeyu i ciarraron. / Pos, como diba diciendo, / está Xuanón panza abaxo / metiendo peles narices, / al surniar, tierra y yerbatos, / xiblando como les víbores / al allendar fatigáu […]
La segunda, «La mio querencia», es una magnífica composición en octavas reales que está toda ella construida sobre adínatos o imposibles, una figura retórica por la cual el de La Pasera tiene cierta predilección:
Cuando esnalen les vaques, y xuncíos
acarreten carbón los picatuelos,
cuando llueva pemiles, y con fíos
llegues a ver les mules, y los xelos
faigan cocer los potes, y nos ríos
se piesquen alefantes con anzuelos,
quiciaes al mírame tos güeyinos
non me faigan nel alma revolguinos.
Xugarán los merucos al cascayu
y a les chaples los grillos y furones;
verás en la guitarra cómo un glayu
a un gochu teverganu da lliciones;
tamién podrás mirar cómo un carbayu
dos arañes lu sierren en tablones;
todo cuanto te cunto ye fatible,
mas suañar que t'olvide... ¡quiá! imposible!
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