¿Recuerdan ustedes quién era un tal Rodríguez Zapatero? Un tipo que juró que nunca bajaría el sueldo a los funcionarios, que jamás tocaría las pensiones, que no podría pactar en ninguna ocasión con el PP "por razones ideológicas". Y especialmente, un punto que afirmó rotundamente: "No haré ninguna reforma que no esté acordada en la mesa del diálogo social entre sindicatos y patronal".
Ese era.
Pues bien, aquel tipo se murió, subió al empíreo, llevado, acaso, en un carro de fuego, como el profeta Elías, y allí se perdió su rastro.
Después, una buena tarde de mayo de este año, cayó de las nubes un quídam que se parecía a aquel primero y bajó sueldos a los funcionarios, congeló las pensiones, modificó las normas de contratación y despido, y, ahora, va a elevar la edad de jubilación y a reducir la cuantía de las pensiones.
Efectivo, dinámico, resolutivo, diferente a aquel otro que desapareció nubes arriba (tal vez arrastrado por la potencia gravitatoria de un agujero negro), tiene ahora por emblema y bandera la hiperactividad.
¡Y saben ustedes qué ha dicho en una reunión con empresarios (en la que estaba presente, por otra parte, el expresidente de la Reserva Federal Americana, Paul Volcker) celebrada el 11 de este mes en La Moncloa? ¿Lo saben? Pues tomen nota. Ha dicho esto: "Hay algo peor que la ausencia de consenso, que es la ausencia de reformas".
¡Menos mal que ha llegado este, porque el otro tuvo paralizado el país más de cuatro años, a cuenta del "diálogo social"!
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