La historia de nuestro pueblo







N`homenaxe y memoria d'Emilio Barriuso Fernández

Desde hace algo más de un mes tengo en marcha un blog. A propósito del mismo, he recibido la carta que a continuación transcribo literalmente. Invito a que la lean, incluso aquellos que son indiferentes ante nuestras señas de identidad u hostiles a ellas. Es la historia de nuestro pueblo, de una parte numerosísima de él, al menos; una historia de humillación y alienación para cuantos han sido sus víctimas.

Una última precisión: la comunicante, cuyo nombre silencio, no es una persona de edad provecta, no. Es seguro —por lo que he averiguado— que anda más cerca de los cuarenta que de los cincuenta. No es, pues, una historia del pasado. Es una historia todavía de hoy. Los dejo con ella.

«Quiero que sepa que soy fiel seguidora de su blog y sobre todo de los artículos escritos en asturianu.

Mire, cuando yo era pequeña y venía a Gijón mi güela siempre me decía: ¡Ay fillina! ¡Tienes que hablar finu porque van rise de ti!

Años más tarde acompañé a mi padre al médico y cuando le preguntó qué le pasaba, mi padre dijo: ¡Ay Señor! ¡Duelme un cadril que no lu aguanto! Y el médico se rió. Y a mí empezó a no gustarme. También con el tiempo le dolieron les llaveres, les banielles, los calcaños… y el médico en cuestión se reía y a mi cada vez me gustaba menos.

Este diciembre, mi padre, de 88 años enfermó, entró en una demencia senil que le llevó a sus orígenes. Así, pasaba los días mandándonos a mi hermano y a mi garrar el xugu, traer el sobeu de la tenada, uncir les vaques, ponéi la cabezada al burru… Una tarde, en el hospital empezó a mandame agarrar el burru pel ramal y amarralu detrás de la sebia. Como yo no le hacía caso se desesperaba. Por más que le arropaba, le cogía las manos, le acariciaba y le hablaba no servía de nada. Así que decidí coger el burru del ramal y atalu a la puerta de la habitación. Pero creo que no lo hice bien así que me dijo:
Paeces una tarabica dando vueltes. ¡Ay Maruxina! ¡Cuántu me das que facer!

¡Hacía tanto que no me llamaba así! Cuando iba yo al instituto y con cariño me lo llamaba me enfurecía tanto porque yo había decidido hablar finu como mi güela me aconsejó.

Pero ahora era diferente. Me emocioné y llore.

Hace años que ya no hablo finu, sino como mis padres me enseñaron y con gran orgullo.

Mi padre murió el pasado día 8. Ahora, además de no hablar finu jamás permitiré que nadie se ría porque yo hable asturianu.
Hace ya tiempo que me gusta mucho leer cosas en nuestra lengua. Ahora, además, siempre estará presente el recuerdo de mi padre.

Un saludo».
A quienes hayan llegado hasta aquí quiero trasladarles otra reflexión. Lo que acaban de leer es una historia individual que representa la humillación y el sufrimiento a que han sido sometidos —y lo son aún— cientos de miles de asturianos. Pero su significado y su daño no se agotan en el plano psicológico e individual, tienen un traslado a lo general. Es esa alienación individual la que explica, en gran medida, la causa de fondo de nuestra alienación colectiva, de nuestro desconocimiento de lo que es Asturies y de nuestra incapacidad de vernos como una colectividad; de nuestra apatía política, de nuestro conformismo y sumisión al poder central y a los poderes establecidos. Quien crea que detrás de nuestras cifras de paro, de nuestra economía poco diversificada y de nuestra más que mortecina vida social no se encuentra esa alienación fomentada durante décadas es que o bien quiere negarse a la evidencia o bien es uno de los (muchos) beneficiados de ese gigantesco argayu colectivo, de esa «ruina montium» que arruina nuestro suelo para beneficiar nuestro oro, ahora para otros explotadores.



Nota: esti artículu asoleyóse na Nueva España del 19/02/09.

1 comentario:

Solsticiu dijo...

Mui emotivu l'artículu. Prestome asgaya.