QUIEN CANTA SU MAL ESPANTA
Para ayudarnos un poco a sobrellevar estos tiempos de
turbación, repasemos el rico patrimonio de nuestra canción popular.
Evidentemente, este repaso tendrá pleno
valor para quienes conozcan las piezas a que nos referimos, pues, junto con la
letra, evocará la música. Para quien no, posiblemente lo estimule a acercarse a
nuestro cancionero y, en todo caso, la mera lectura de las letras tendrá acaso
su interés.
Nuestro acervo presenta algunos momentos de
enorme intensidad lírica, donde la señardá (la soledad del hombre ante el
mundo, el destino o el paisaje) del emisor parece vehicular el desvalimiento
universal del ser humano. Así aquel “L´aire m´apagó la vela, / al pasar
L´Agüeria, madre, / l´aire m´apagó la vela, / yá pa mí siempre ye nueche”, en
que la voz anónima que emite ese desvalido llanto en sordina adquiere
dimensiones que van más allá de la estricta literalidad. Semejante sentido de
desvalimiento universal alcanza, pese a sus elementos de saludo y despedida de
un lugar concreto comunes con otros cancios, el “Al pasar La Colladona / di la
vuelta al mio sombreru. / ¡Adiós, pueblu de Collanzu, / pedacín del mismu
cielu!”. En “A la Pipiona, madre, a la Pipiona / porque me dan castañes, llechi
y boroña”, a la murnia de la soledad y el desgarro individuales parecen unirse
el grito omnipresente del hambre, de la afamiada, esa plaga universal de la
sociedad asturiana que todavía en 1857 provocaba el Manifiesto del hambre, del
Marqués de Camposagrado.
Un puñado de canciones tienen un contenido
anticlerical, generalmente de tono jocoso, como la popular “Al señor cura de La
Piñera tóca-y la gaita la molinera” y aquella no menos conocida en que el
paisano regresa a casa inesperadamente y encuentra la puerta trancada, cuando logra
entrar ve algo bajo la cama matrimonial y pregunta qué es: “–El gato del señor
cura / que vien ver la nuesa gata”. “–Nunca vi gatu nin gata / cuna corona
rapada”, concluye el diálogo. Pero tal vez la más sutil y cruel sea esta
vaqueirada, con su yunción tan disparatada como aviesa: “Morrió l’obispu
d’Uviéu, / morrió’l nuestru capitane. / Morrióse’l cabritu mochu, / morrió’l
burru del tíu Xuane”.
La mofa del que presume de lo que no tiene o
que ambiciona sin medir las consecuencias es a veces burlesca, a veces cruel.
Popularísima de las del primer tipo, es el escarnio del indiano que contiene´l
“Fai diez años que marchó Ramonzón de la Panera”, a cuya vuelta de las Américas
no trae, pese a lo anunciado, “ningún dinero”, sino “un sarnazu que apestó al
conceyu enteru”. O esta otra: “Yo caséme con un
vieyu / por comer bon xocolate, / y a la mañana va y dizme: –el morenillu
(molinillo) non bate”. Del segundo, “Al pasar la portiella / vite los
baxos: / nun llevabes puntielles, / yeren pendaxos”.
Concluiré con un conjunto notable, las canciones de cuna. De una
triste ternura es la que empieza: “Debaxu d’una panera / mio madre echóme a la
vida: / de papilla, les farrapes; / y de biberón, la
sidra...”. Esta otra envuelve una doliente e incomensurables señardá: “Mio
madre como era probe / nun tenía pan que me dare / fartucábame de besos / y
llueu rompía a llorare”.
Un grupo especial son las nanas de la adúltera,
que por cierto llamaron la atención de Lorca en su día, en las que la madre
avisa a quien viene a visitarla de que, inopinadamente, está el marido en casa:
“El que está a la puerta / que non entre agora, / que está en casa el padre, /
del neñu que llora. / Ea, mio neñín, agora non, / ea, mio neñín, qu’está’l
Papón. / Válante mil diaños, / qué mal entendéis: / que volváis mañana, / que
tiempu tenéis. / Ea, mio neñín…”.
¿Valoramos suficientemente nuestra riqueza
musical? ¿La conocemos, siquiera, medianamente bien? Comoquiera que sea, y ya
que esto va para largo, muy largo, prometo volver pronto para un nuevo repaso.
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