Ensierto equí esti artículu, escritu a lo llargo la campaña de les elecciones xenerales del 2008 (22 de febrero-9 de marzo), porque paezme que tien el so interés, tanto polo que diz como porque lo que nél s'anunciaba vieno resultar talo dempués.
Una parte considerable de los asturianos —y la sociedad institucional, en general— mantiene hacia lo asturiano una actitud que va del desconocimiento al odio, pasando por el menosprecio. Se trata de un complejo conjunto de complejos que afecta a lo que pudiéramos llamar nuestra tradición histórica y nuestras señas de identidad: va de nuestros símbolos a nuestros monumentos, de nuestra historia a nuestra llingua. Quienes de entre los ciudadanos no desconocen por completo todo ello suelen responder habitualmente, al ser acuciados para que vean su valor o lo estimen, con alguna de estas dos respuestas: «¿Y eso pa qué val?» O «¿Qué más da?» Pues bien, hay dos acuñaciones que subrayan lo negativo que para nosotros resulta esa actitud: «Col “qué más da del asturianu” faise ricu'l castellanu» y «Col “pa qué val” del asturianu'l catalán fae'l caudal».
Pues bien, que nadie crea que esas cuestiones afectan sólo al mundo emocional o la superestructura cultural. Ese entramado complejo que arriba señalábamos tiene su traducción en la vida diaria. Es, por ejemplo, imposible entrar en un establecimiento conquense o cántabro y esperar que el agua de mesa que allí le pongan no sea llariega; para que nos pongan aquí agua asturiana hay que exigirla casi con la pistola al cinto. Vaya usted a nuestras comunidades vecinas y verán los nombres de los productos locales en gallego o en el asturiano de Santander; aquí, en cambio, la mayoría de los hosteleros piensan que, si ponen «andarica» o «ñocla», el cliente se fugará hacia otro establecimiento —o morirá, tal vez, afogáu del susto. Y ello tiene también su traducción en nuestra proyección exterior: Asturies, la nación más antigua de España junto con la cántabra, es una desconocida total en España. A reforzar ese estado de cosas vienen contribuyendo tradicionalmente “las fuerzas vivas” del país, y especialmente los partidos políticos, aún más misoneístas y conservadores que el conjunto de la sociedad.
Pues bien, en los últimos tiempos parecen menudear las señales de que una de las fuerzas políticas mayoritarias —hasta ahora acérrima enemiga— viene pensando, si bien de forma confusa, en modificar su actitud con respecto a la más potente de nuestras señas de identidad, el asturiano. Las manifestaciones del candidato don Gabino de Lorenzo a La Nueva España y a otros medios en los últimos tiempos parecen indicarlo así.
Ahora bien, resulta también sintomática la reacción de la otra fuerza política mayoritaria, el PSOE, ante esas tímidas elucubraciones de don Gabino: la petición de que ese tema sea eliminado del debate político. Es curioso, de un lado, que quienes tildan a sus adversarios —sobre compararlos con Hitler (¡qué disparate!)— de intolerantes y reaccionarios pretendan dictar lo que debe y no debe entrar en la campaña electoral. Pero, por otro lado, el malestar que ello traduce indica muy a las claras la concepción que los socialistas tienen de Asturies, un territorio de su propiedad donde sólo ellos pueden decir lo que es lícito o donde sólo ellos pueden dar paso a nuevas realidades, como el AVE del Cantábrico: no sólo misoneísmo y conservadurismo, también una profunda aversión a la realidad y a la novedad, que entienden como una violación de «su territorio», esto es, «de su propiedad», que no puede ser sino como ellos la entienden.
Algunos —en esta sociedad también tan milagrera— ya han corrido a entusiasmarse con la que parece nueva actitud de los populares. Esperemos. Uno, que ha tratado sobre la materia con todos los partidos tantas veces —entre otras, en la última reforma estatutaria—, que sabe, además, tanto de los individuos que no desconoce ni siquiera qué teléfonos los ponen firmes y en el primer tiempo de saludo en materia lingüística, teme que todo quede en agua de borrajas y que, como algunos pulpos resabiados, una vez lanzado el tentáculo hacia la presa y tentada ésta, no lo retiren para encuevarse definitivamente.
En todo caso, y como, en una cena con otras varias personas, ye he oído a otro candidato del PP la misma propuesta y el mismo temor, «sí a la oficialidad, si no entraña obligación», les diré que eso es perfectamente posible. Es más, algunos lo venimos sosteniendo desde siempre. Si lo quieren ver, ahí tienen mi artículo «El asturiano no será impuesto», en mi «Teoría y práctica d'Asturies», de 1999.
Y por supuesto si quieren o necesitan consejo al respecto —que no lo creo— aquí lo tienen, lo mismo unos como otros.
Una parte considerable de los asturianos —y la sociedad institucional, en general— mantiene hacia lo asturiano una actitud que va del desconocimiento al odio, pasando por el menosprecio. Se trata de un complejo conjunto de complejos que afecta a lo que pudiéramos llamar nuestra tradición histórica y nuestras señas de identidad: va de nuestros símbolos a nuestros monumentos, de nuestra historia a nuestra llingua. Quienes de entre los ciudadanos no desconocen por completo todo ello suelen responder habitualmente, al ser acuciados para que vean su valor o lo estimen, con alguna de estas dos respuestas: «¿Y eso pa qué val?» O «¿Qué más da?» Pues bien, hay dos acuñaciones que subrayan lo negativo que para nosotros resulta esa actitud: «Col “qué más da del asturianu” faise ricu'l castellanu» y «Col “pa qué val” del asturianu'l catalán fae'l caudal».
Pues bien, que nadie crea que esas cuestiones afectan sólo al mundo emocional o la superestructura cultural. Ese entramado complejo que arriba señalábamos tiene su traducción en la vida diaria. Es, por ejemplo, imposible entrar en un establecimiento conquense o cántabro y esperar que el agua de mesa que allí le pongan no sea llariega; para que nos pongan aquí agua asturiana hay que exigirla casi con la pistola al cinto. Vaya usted a nuestras comunidades vecinas y verán los nombres de los productos locales en gallego o en el asturiano de Santander; aquí, en cambio, la mayoría de los hosteleros piensan que, si ponen «andarica» o «ñocla», el cliente se fugará hacia otro establecimiento —o morirá, tal vez, afogáu del susto. Y ello tiene también su traducción en nuestra proyección exterior: Asturies, la nación más antigua de España junto con la cántabra, es una desconocida total en España. A reforzar ese estado de cosas vienen contribuyendo tradicionalmente “las fuerzas vivas” del país, y especialmente los partidos políticos, aún más misoneístas y conservadores que el conjunto de la sociedad.
Pues bien, en los últimos tiempos parecen menudear las señales de que una de las fuerzas políticas mayoritarias —hasta ahora acérrima enemiga— viene pensando, si bien de forma confusa, en modificar su actitud con respecto a la más potente de nuestras señas de identidad, el asturiano. Las manifestaciones del candidato don Gabino de Lorenzo a La Nueva España y a otros medios en los últimos tiempos parecen indicarlo así.
Ahora bien, resulta también sintomática la reacción de la otra fuerza política mayoritaria, el PSOE, ante esas tímidas elucubraciones de don Gabino: la petición de que ese tema sea eliminado del debate político. Es curioso, de un lado, que quienes tildan a sus adversarios —sobre compararlos con Hitler (¡qué disparate!)— de intolerantes y reaccionarios pretendan dictar lo que debe y no debe entrar en la campaña electoral. Pero, por otro lado, el malestar que ello traduce indica muy a las claras la concepción que los socialistas tienen de Asturies, un territorio de su propiedad donde sólo ellos pueden decir lo que es lícito o donde sólo ellos pueden dar paso a nuevas realidades, como el AVE del Cantábrico: no sólo misoneísmo y conservadurismo, también una profunda aversión a la realidad y a la novedad, que entienden como una violación de «su territorio», esto es, «de su propiedad», que no puede ser sino como ellos la entienden.
Algunos —en esta sociedad también tan milagrera— ya han corrido a entusiasmarse con la que parece nueva actitud de los populares. Esperemos. Uno, que ha tratado sobre la materia con todos los partidos tantas veces —entre otras, en la última reforma estatutaria—, que sabe, además, tanto de los individuos que no desconoce ni siquiera qué teléfonos los ponen firmes y en el primer tiempo de saludo en materia lingüística, teme que todo quede en agua de borrajas y que, como algunos pulpos resabiados, una vez lanzado el tentáculo hacia la presa y tentada ésta, no lo retiren para encuevarse definitivamente.
En todo caso, y como, en una cena con otras varias personas, ye he oído a otro candidato del PP la misma propuesta y el mismo temor, «sí a la oficialidad, si no entraña obligación», les diré que eso es perfectamente posible. Es más, algunos lo venimos sosteniendo desde siempre. Si lo quieren ver, ahí tienen mi artículo «El asturiano no será impuesto», en mi «Teoría y práctica d'Asturies», de 1999.
Y por supuesto si quieren o necesitan consejo al respecto —que no lo creo— aquí lo tienen, lo mismo unos como otros.
4 comentarios:
olvides la nación autrigona, la nación caristia y la nación várdula, por nun citar a la nación bascona, l avccea, la lusitana y la tartésica, ente otres.
¿Desconocimiento? ¿Odio? ¿desprecio?...
Si resulta que ahora lo que siempre fue su riqueza: el saber de dónde eras según como hablabas, los cantarinos, el distinto "palabreru" y terminaciones, etc., desaparece por un invento llamado "llingua", que es , cuanto más, una caricatura mala de lo auténtico, ¿qué esperabas?, ¿a quién beneficia?.
Lo de arriba son actitudes normales cuando se cambia lo auténtico por lo artificial. En el pecado está la penitencia.
p'Anónimo 2:
nada va desapaecer pola estandarización de la llingua asturiana, o tu nun sabes lo que ye la normativa, l'estandar pa deprendelu a los escolinos, pa los medios de comunicación pa los llibros, les normes gramaticales pa escribir..... ¿o ye que la lengua española nun se estandarizó cola variante toledada refugando la variante burgalesa o ye que no uses les normes ortográfiques o ye que escribes como te peta?
Yo no digo nada de desaparecer, yo constato lo auténtico, lo original y lo artifial. Sus signos de distinción. Por ejemplo, en las obras de teatro al sereno, siempre le ponen el soniquete gallego, no el asturiano,, etc. Las normativas, cuantas menos mejor. Y lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, ¿a quién beneficia?.
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