Presidencia española: ¡Dios mío, lo van a ver todos!

Al entamar la presidencia española, señalé que lo peor diba ser que se diben enterar toos de quién teníamos al frente del Gobiernu, y, peor, entovía, diben tener una opinión fundada de nós al ver qué teníamos al frente del Gobiernu.

Repito equí l'anunciu que facía nun artículu del mes de xineru, al tiempu qu'aprovecho pa felicitar a Leire Pajín pola so visión de futuru: efectivamente, prodúxose la "conxunción planetaria" ente Obama y Zapatero, sólo que la relacion nun fue de collaciu a collaciu, sinón de señoritu a braceru.

Y, agora, l'artículu de xineru:

¡DIOS MÍU, COLO MAL QUE LO FAI!

Las voces que califican a Zapatero como un desastre personal y social, como una inestable perindola gigantesca capaz de rodar en un permanente vaivén sin sentido mientras derriba bolos a su alrededor, se han hecho extensivas últimamente a amplias capas del mundo y la militancia socialistas, es más, se hacen públicas, se manifiestan en los medios de comunicación, superando la tradicional reserva e incondicional fidelidad que suele caracterizar a los miembros del PSOE. Por sólo ceñirme a las declaraciones aparecidas en la última semana en La Nueva España, señalaré las de un conocido profesor y crítico de arte —que se ha movido siempre en ese ámbito político, aunque ignoro ahora su concreto estado de afiliación—, quien señalaba que, desde el principio, Zapatero no había sido más que una cáscara vacía envuelta en una magnífica campaña publicitaria, y las de don Francisco Villaverde, apuntando que el leonés don José Luis «sólo» se había equivocado «en el impulso de los estatutos de autonomía».

Lo que primero sorprende en todo este proceso de modificación de las opiniones es lo que han tardado algunos en ser conscientes de quién es realmente Zapatero. Es el mismo que, a la semana de tomar posesión decide, por sí y ante sí, sacar magnis itineribus las tropas de Irak (me refiero a las formas, anómalas desde todos los puntos de vista —salvo el propagandístico—, no a la cuestión de fondo); el que, pocos meses después, invita en Túnez a todas las naciones aliadas a abandonar a los estadounidenses en Irak; quien, poco más tarde, anuncia que el centro de proceso de multas de León va a “retirar” de la carretera a la guardia civil; quien confunde términos tan elementales como la deuda y el déficit o que trata en plan faltón a Merkel, y al que, como una madre que debe ir tras de su hijo recogiendo sus prendas a fin de disimular un poco su desorden, permanentemente los asesores de Moncloa tienen que seguir para explicar a la opinión pública aquello que el líder quiso decir o rectificar lo que no debió decir. De su larga lista posterior de disparates, mentiras, errores, imprecisiones, bocayaes y demás (incluidas las relativas a Asturies), especialmente en relación con ETA y con la crisis económica, tienen ustedes notarial redacción, con cita literal y fecha, en múltiples entradas de internet.

Pero ese tipo ignaro, atrevido y mendaz al que, cuando llega al Gobierno en el 2004, había que enseñar las más elementales nociones de economía en tres días, a quien había que vigilar de cerca para tapar o reparar los cacharros rotos a su paso, que no tenía la menor idea de lo que es la administración o de lo que son las reglas generales que rigen las relaciones entre estados, no había sido sacado, al igual que Cincinato, de su huertículo en el páramo leonés mientras cultivaba lechugas, ni había caído de la luna como decía Cyrano que le había ocurrido: tenía su culo sentado en el Congreso desde 1992 y venía siendo el patrón del PSOE desde el 2000. En todo ese tiempo, ni un exiguo conocimiento, ni un ápice de mejora en su capacitación, tan solo el perfeccionamiento de su taimada capacidad para la seducción, el engaño y la liquidación de sus competidores políticos.

Ahora bien, reparemos en que don José Luis Zapatero no es un dictador. Está ahí porque fue seleccionado como “el mejor” tras un arduo proceso de selección por y de entre los militantes del PSOE. Y sus proyectos han sido todos aplaudidos y vitoreados por los suyos. Fijémonos solo en uno: el de la reforma de los estatutos de autonomía, cuya inadecuada orientación ha traído la confrontación territorial, el caos financiero, el descrédito a las instituciones y el daño a algunas comunidades. Pues bien, ese proyecto fue jaleado, aplaudido, votado y palmeado por bases, ejecutivas, militantes, diputados y senadores del PSOE. Aquí mismo he contado muchas veces cómo el califa, don Vicente Alberto, y el aspirante a califa, don Javier, entre otros, corrieron a aplaudir en persona todos esos avatares catalanes. Los demás los votaron. Y cuando discreparon, callaron como afogaos, con ese silencio cómplice que ellos llaman “patriotismo de partido”.

¿Qué es lo que ha ocurrido en las últimas semanas para que de la máscara que velaba o disimulaba la realidad de don José Luis parezcan irse desprendiendo pedazos que permitan ver, como en la antigua narración, al rey desnudo, al personaje leonés más como es? Pues ha ocurrido lo que aquel viejo chiste decía. Se lo cuento en breve:

Se encuentran dos vecinas en el ascensor. La del segundo le manifiesta a la del quinto —naturalmente, expresándole el apuro que le cuesta decírselo— que el marido de ésta tiene un lío con la del tercero-E. La del quinto: —¿Qué me dices? ¿Con la del tercero-E? ¿Con esa rubia teñida y despampanante? ¿Con esa que pasa el día contando a todo el vecindario lo que pasa en su casa y en todas las demás y que es la más chismosa del barrio? ¿Con esa? La del segundo: —Sí, chica, con esa. ¡No sabes cuánto lo siento! La del quinto: —¡Ay, Dios mío, qué vergüenza, ay, Dios mío! ¡Se va a enterar todo el vecindario! ¡Qué vergüenza! Pausa y sollozo.

—¡Qué vergüenza, Dios mío, qué vergüenza! ¡Colo mal que lo fai` mio paisanu! ¡Agora va enterase tol mundu!

Y es que la salida a Europa y al mundo de don José Luis ha permitido que el resto del orbe viese lo que hasta ahora teníamos más o menos escondido o fingíamos ignorar. Y esa exposición y el reflejo de esa visión en los ojos ajenos a unos les ha permitido percatarse de la verdadera dimensión del problema; a otros, atreverse a decir lo que hasta ahora tenían callado, no fuesen a conceptuarlos entre el número de los marranos o bastardos. Lo que a ninguno exime ni un ápice de su pasada responsabilidad y su contumacia.

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