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De modo que, si la obra pública ya lleva tanto tiempo paralizada, ahora los efectos pueden ser devastadores, no sólo en los trabajadores directamente afectados por ello, sino en el transporte, los servicios, etc. Y además, como hemos sabido en El Confidencial a través de McCoy, son también los ingenieros estables de las grandes empresas los que están siendo despedidos. Estamos, pues, asistiendo, a una debacle sin precedentes, que va a tener tremendas consecuencias no sólo para el futuro inmediato, sino para muchos años.
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