Na despedida de don Vicente Alberto

Agora que don Vicente Álvarez Areces acaba de facer la so lloa nel llamáu "Estáu de la Rexón", como si tuviere él solucionao tolos problemes d'esti país, vuelvo asoleyar esti artículu qu'evalúa la so actuación y, sobre tou, avisa de que'l cambiu de candidatu, por Javier Fernández, nun ye más qu'una comedia y una engañifa, pa facer como que les coses van ser distintes, menos males, a partir d'agora.


El adiós de un espejismo

Cuando, allá por el 97, se empezó a rumorear que Fernández Villa (a quien ni siquiera lo echó atrás en su decisión el que una agorera caja de sidra le cayera encima en Rodiezmo) había decidido que don Vicente Alberto sustituyera a don Antonio en las listas del PSOE, sólo unos pocos alertamos de que la ilusión y la esperanza generalizadas con que se acogía a Álvarez Areces carecían de todo fundamento. Pues, efectivamente, aunque el personaje había obtenido fama de magnífico gestor como alcalde de Xixón, esa fama era fruto de la propaganda -para la que tan buenos son él y su partido-, no de ninguna realidad. De «pómpares de xabón» habíamos calificado su actuación como munícipe. Y, efectivamente, las grandes novedades de Xixón (zona portuaria, Muro de San Llorienzu, Playa de Poniente) fueron obras de la administración central. Por el contrario, todo lo que dependió del Ayuntamiento de Areces o no se resolvió (ahí queda todavía el saneamiento, comprometido en 1992, por realizar) o se hizo de forma muy discutible (recrecido de la muralla) o ni siquiera se abordó (lo relativo, por ejemplo, a suelo industrial y empleo; la estación de autobuses, para la cual, por cierto, pusimos dinero a través de los presupuestos regionales acordados con el Gobierno de Sergio Marqués) y, en algunos casos, no pasó de comedia (el tranvía, las lanzaderas «espaciales»).

De modo que, hay que recordarlo, la llegada de don Vicente Alberto Areces a la Presidencia fue acogida con enorme entusiasmo por una parte importante (no únicamente los socialistas) de la sociedad asturiana, que esperaba alguien que viniese a sacarla de su marasmo. Pasada la primera legislatura, empero, eran ya pocos los no habían caído en la cuenta de que la eficacia de don Vicente Alberto no había sido más que un espejismo en que habían querido creer o en el que les habían hecho creer.

Porque si pasamos repaso a su gestión al frente del Gobierno asturiano, el calificativo de «incapacidad» (o de «pómpares de xabón», otra vez) es el único que cabe: corrió a sustituir un programa de incentivos al empleo que funcionaba muy bien por otro de mero carácter ideológico, que no obtuvo los frutos del primero; se dejó pillar, por ambición, en un pésimo traspaso de la enseñanza y en un mal traspaso sanitario; no ha puesto en marcha, en la práctica, más obras de carreteras que aquellas que estaban ya diseñadas en los presupuestos que nosotros firmamos con el Gobierno Marqués; la disposición de terrenos industriales abundantes y baratos es muy defectuosa; no ha sido capaz de gestionar con eficacia los fondos mineros; no ha aprovechado los años de bonanza económica para animar a modificar la estructura económica del país; bajo su mandato han empeorado notablemente las cifras de paro; no ha completado los grandes saneamientos del país (Uviéu, Avilés, Xixón); no ha sacado fruto a los fondos milmillonarios que nos han llegado de Europa y el Estado; no ha terminado todavía los enlaces de la autovía minera, ha dejado pudrirse el metrotrén, no ha conseguido que avanzase suficientemente la Autovía del Cantábrico; ha dejado gangrenarse la cuestión del vertedero de la zona central...

Podríamos seguir, pero baste añadir dos cosas: se ha portado como el más sumiso de los siervos frente a las decisiones de Madrid y su partido que perjudicaban a Asturies y ha, incluso, acudido a aplaudir e impulsar otras, tal el estatuto catalán. Por otra parte, y en lo referente al mundo de la cultura, su balance es negativo en todos los sectores, especialmente, en el ámbito de la normalización lingüística del asturiano (radio, tele, enseñanza, toponimia, etc.), donde se ha comportado siempre con hostilidad.

Con todo, hay que reconocer que Álvarez Areces es una fuerte personalidad política, con una gran capacidad de seducir. En ese campo, incluso, ha sabido crear, ya desde los tiempos de Perlora (cuando abandonó el PCE porque el desdeñar el leninismo le parecía un paso atrás-¿en el camino de qué?-), un grupo de fervorosos entusiastas de los que ha hecho su guardia personal. Del mismo modo, ha sabido tratar adecuadamente a sus antiguos conmilitones comunistas (hoy en IU), cuyo exacto valor para llegar a acuerdos siempre ha sabido tasar eficazmente. Ha de decirse también que, en algunos aspectos, ha mejorado mucho con el tiempo. Aquel Álvarez Areces que pretendía quitar la palabra a la oposición en los primeros plenos de la Xunta Xeneral ha refinado sus maneras democráticas, aunque a veces parezca saltarle algún tic autoritario (que también pudiera verse como de decisión y autoridad, no digo que no), como cuando detiene con su propia mano bípedos implumes manifestantes. Asimismo, su capacidad para entender la realidad del mundo económico y para no complicar las cosas con decisiones caprichosas desde el Gobierno parece haber aumentado. ¡Lástima que haya costado tantos años el aprendizaje!

En todo caso, no vuelvan a dejarse engañar por un espejismo: salvo en el pequeño ámbito de su séquito y de su guardia pretoriana, Areces no ha sido más que un sumiso recadero del PSOE; todas sus políticas, estatales o asturianas, han sido dictadas, aprobadas o aplaudidas por la organización en cuyas listas se presentó. De modo que cualquier otro que venga es tan responsable como él del enorme fracaso y despilfarro que han sido los años arecistas. Si lo cambian, es para seguir haciendo lo mismo pero haciéndoles creer a ustedes, ante la urna, que va a ser distinto.

¡Atención al nuevo espejismo! Es el espejo donde Areces se reflejaba y el que seguirá reflejando sus misma políticas cuando éste se vaya.

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