Algunos asturianos sabrán, sin duda, cuál es el significado histórico del 25 de mayo de 1808. En esa ocasión, y como respuesta a las tropelías napoleónicas, se suceden diversos altercados populares en Uviéu, que tienen como colofón el que la Xunta Xeneral del Principáu, el órgano soberano de Asturies, declara por sí y ante sí la guerra a Francia y envía embajadores a Londres para pedir el auxilio de Inglaterra. El recuerdo de aquella fecha aparece hoy en día ligado a los sectores nacionalistas / asturianistas y es relativamente reciente su escasamente popular conmemoración, desde no más atrás de 1978.
¿Pero cuál fue su significado histórico para las generaciones que sucedieron al hecho? ¿Y qué valor daban a su protagonista institucional, la Xunta Xeneral? Un país desvertebrado y eviscerado, como el nuestro, tiene, por lo general, escasa profundidad de campo en su visión de la historia, que se reduce, si acaso, a las décadas más recientes. En ese sentido, el relato mítico de la izquierda establecería un tiempo de tinieblas, tras el cual se abriría la luz del progreso con la industrialización, el proletariado y las organizaciones obreras. Tras la vuelta a las tinieblas, con la dictadura, se trataría ahora de reemprender aquella marcha truncada. El relato mítico de la derecha postula algo semejante (aunque de manera más vergonzante): tras los tiempos de oprobio y caos del rojerío vendría el orden y la paz establecidos por Franco; el imperio del tiempo presente es dar continuidad a aquella paz escasamente entrópica de la dictadura. Fuera de esos dos frentes no habrían existido otras ideas, propuestas o fórmulas políticas.
He señalado varias veces (“Asturies, secuestrada” [1999 y 2005]) que ese discurso reductor tiene tanto de empobrecedor y mentiroso como de interesado. Así, por ejemplo, las organizaciones obreras del ámbito de la II y III Internacionales alcanzan en Asturies escasísimo peso hasta la II República. Valga como muestra el dato de que en el ámbito de la izquierda la formación dominante en los períodos de elecciones libres es durante mucho tiempo el Partido Republicano Federal. Por ejemplo, aún en las elecciones a concejales en Xixón del 12 de abril de 1931, del total de ediles escogidos por el Frente Electoral Republicano Socialista, once son federales y tan sólo tres socialistas. El alcalde es Isidro del Río Rodríguez, un federal, lo mismo que lo había sido otro federal, Alejandro Blanco, en 1873, durante la I República.
Esa ocultación y manipulación de la verdad, compendiando toda la historia en un simple enfrentamiento entre la izquierda (de hoy y siempre) y la derecha (de hoy y siempre también) encubre que la realidad social ha sido más rica; las posturas, más diversas y complejas, y hasta contradictorias, a lo largo del tiempo.
Así, en general, a lo largo del XIX y parte del XX, los grandes defensores de la autonomía, de los “fueros” y de la institución sustentadora de los mismos, la Xunta Xeneral, han sido el mundo tradicional y la derecha, mientras que el campo autodenominado progresista y de izquierdas ha venido representando el jacobinismo centralista, la enemiga frente a las autonomías y los particularismos, la negación misma de que la Xunta Xeneral hubiese tenido alguna autonomía considerable. Veamos a continuación algunas manifestaciones del patriotismo fuerista o institucionalista en el ámbito de la derecha y del tradicionalismo.
Cuando en 1809 el Marqués de la Romana disuelve la Xunta Xeneral, Xovellanos y Camposagrado recurren la decisión, calificando a la institución como “constitución de Asturias”, “inviolable”, “soberana” y poseedora de “fueros” o “derechos”. Esa postura soberanista será derrotada en 1834, con la disolución de la Xunta, a la cual no sólo empuja el Gobierno central, sino una serie de asturianos (como Caveda), partidarios de una organización centralista del Estado. Sin embargo, esa visión no muere en la fecha, pervive casi un siglo en una parte de las derechas asturianas: la que articula sus vivencias y pensamiento político en torno al carlismo, muy notable en nuestro país (además de militar en él escritores como Xuan María Acebal, da señal de su importancia el que cuando Adolfo Posada llega en 1883 a la cátedra universitaria, el 25% de los catedráticos son carlistas); los que configuran un movimiento, más tardíamente, bajo la égida de Vázquez de Mella; los conservadores de la Liga Regionalista de De Las Alas Pumariño y La Voz de Asturias o quienes promovieron la Junta Regionalista, ambas en la década que va de 1910 a 1920.
Naturalmente, todos ellos propugnan una identidad específica de Asturies (que a veces califican de “estado”, otras de “nación”) en lo político, en lo histórico, en lo cultural y lingüístico, en sus fueros, en su derecho foral. La Xunta Xeneral, obviamente, es considerada como el vehículo orgánico de esa peculiaridad política a lo largo de los siglos y la declaración de guerra de 1808 es tenida como la más insigne manifestación de esa capacidad soberana. Quizás merece la pena apuntar que el manifiesto ideológico de la Junta Regionalista (Doctrina asturianista, 1918, uno de cuyos autores, Álvaro Fernández de Miranda Vives y Ponte –de Grau, naturalmente- es autor de un texto reivindicativo-histórico muy importante, La Junta General del Principado. Bosquejo histórico) propone como lema el de “Asturias libre, regida por sí misma”; el establecimiento de un “pacto o convenio” con el Estado en lo económico (“Debe ser el Estado quien pida a Asturias, no la Región al Gobierno de Madrid”); afirma que todos nuestros males nos vienen de más allá de El Payares y que el enemigo de la prosperidad de nuestro país es “El Estado español centralista” y concluye que en “Asturias deben gobernar los asturianos, y no como hoy los centralistas, políticos a la madrileña”.
Termino señalando que una de las personalidades más importantes del siglo XIX en los gobiernos de España, Alejandro Pidal y Mon (del que, por cierto, acaba de publicar un magnífico libro Joaquín Fernández, El Zar de Asturias, 2005), militante en el campo neocatólico y de gran influencia en el Vaticano, tenido desde el campo liberal por uno de los “cocos” del conservadurismo, era defensor de la llingua asturiana, partidario del regionalismo (sostenía que para ser buen español antes hay que ser buen gallego o buen asturiano y que el espíritu nacional no es otra cosa que la suma de los espíritus regionales).
Volvamos a nuestro 25 de mayo en sus palabras: “¿Qué hubiera sido de España –proclama- durante la guerra de la Independencia sin el espíritu regional? Si España hubiese sido una nación pulverizada y aglomerada después, es decir, centralizada a la moderna, hubiera sido deshecha mil veces por la mano de hierro de Napoleón?”.
¿Creían ustedes que la derecha asturiana había sido siempre centralista y enemiga del asturiano y de nuestras peculiaridades históricas, culturales y políticas? ¿Pensaban ustedes que estuvo siempre en la genética de la izquierda la defensa de las identidades nacionales y su cultura? ¿Son ustedes nacionalistas / asturianistas y piensan que la defensa de la Xunta y la autonomía es únicamente una demanda progresista o de izquierdas?
El 25 de mayo es una buena ocasión para dar una vuelta a estas cuestiones, más allá del tópico aculturador, de la manipulación interesada o del reduccionismo del catecismo simplificador, manifestaciones todas de una misma cosa: nuestra inmensa alienación como pueblo y como individuos de ese pueblo.