No personal, que sean y seáis felices. Salú pa vós y pa los vuestros.
YE LA HORA D'ASTURIES
Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Pd.- Estoy leyendo estos días , el nuevo libro de XXSV " Retrato de desposados con pamaná a su frente " , recomiendovoslu pa Reyes.
El llibru que os recomendé pá Reyes " Retrato de desposados con panamá a su frente" , tá escritu en la llingua de Don Miguel, un tal - de Cervantes Saavedra - un puntu que escribió el : Don Quijote de la Mancha ; ye la 2ª obra que el autor escribe en ESPAÑOL , de les sus casi 40 obres publicaes , ya que ye un escritor precursor del Bable ; puntualizó la cuestión con el ánimu de aquell@s que lu leais ó regaleis. (salió a la venta p.v.p : 22 €) .
La historia ta centra en nuestra tierrina , ye la vida misma , abarcando un periplo desde la II Repíblica hasta la Transición demócratica , la narración ta contada en elipsis y va de atrás pa dellanté en el tiempu , con lo cual engancha al lector ; algo axina cuando la pelicula se nos proyecta en retrospectiva , como per exemplu : (faciendo un símil con la gran pantalla) : Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar. ?, quien no se acuerda de " Forrest Gump ".
Personalmente poco mas puedo deciros , a mi me gustó .
EUSKADI: MIRAR DE FRENTE AL MAL Y VERLO SIN ENGAÑO (23/03/2008)
El viernes 7 de marzo, el día del asesinato de Isaías Carrasco, hacia las diez y media de la noche un reportero de Onda Cero se acercaba a una de las personas que abandonaban la capilla ardiente y, en su intento de interrogatorio, provocó uno de los testimonios más elocuentes y más dramáticos de lo que es hoy la realidad de Euskadi. En efecto, durante algo más de cinco minutos el interrogado se movió entre la Scila de su renuncia a hablar por miedo a lo que le pudiese pasar a él y su familia y la Caribdis de sus obligaciones para con el muerto, conmilitón suyo. Al final, y poco a poco, como si le fuesen arrancando las entrañas con cada uno de los datos identificatorios que ante el micrófono iba emitiendo, confesó su filiación socialista, su estado de casado y con hijos, su condición de edil de Zarauz y, ya muy al final, su nombre. Dicho éste, reclamó comprensión por su prudencia y nos dijo, para que lo entendiésemos bien, que uno de los prebostes del bando de los terroristas, Joseba Permach, se le acercaba de vez en cuando para reírse de él por su miedo y por tener que andar con escolta. Las palabras finales del ya no anónimo concejal socialista tuvieron un carácter patético que aumentó nuestra conmiseración hacia él: mostró su ánimo a la familia de Carrasco, se jactó de que, pese a todo, no tenían miedo a ETA y sus compinches, presumió de que resistirían y de que nunca los vencerían.
Este panorama de una sociedad amedrentada aun en los más valientes (como este edil de Zarauz), acosada en el día a día y con los criminales y sus cómplices ocupando calles, plazas e instituciones, donde campan impunes y a sus anchas, con jactancia de su poder y desprecio absoluto hacia las víctimas, no es una novedad para quien quiera verla. Se ha ejemplarizado en el caso de Pilar Elías, en Azkoitia, que ha de convivir con los asesinos de su marido en actitud retadora diaria. Lo han visto quienes han tenido la ocasión de contemplar algunos reportajes televisivos en que se entrevistaba a sujetos del entorno batasuno: lo que caracteriza a la mayoría de las personas de ese mundo es una absoluta falta de empatía para con el dolor de los demás, el entendimiento de la muerte ajena como un acto de justicia, la insensibilidad más absoluta hacia el padecimiento; todo ello, además —muertes, dolor, padecimiento—, contemplado como un aséptico sumando de una cuenta que acabará produciendo réditos cuanto más se amplíe y explicado mediante un discurso que justifica el exterminio como una mera cuestión política (es decir, externa a los individuos y, por tanto, independiente de ellos) y cualquier violencia como una mera devolución de las otras muchas que el pueblo vasco habría padecido. En una palabra, con quienes se trata no es con sujetos ordinarios, sino con profesionales del encanallamiento, la insensibilidad y el pragmatismo más egotista. Fiar en ellos como congéneres humanos es como poner la confianza en la Gran Ramera de Babilonia. Esto es, ellos no son como nosotros, ni en sentimientos ni en valores. No entenderlo así imposibilita cualquier solución al problema y cualquier negociación.
Y, sin embargo, esa evidencia no se quiere ver por muchos o se ve solo en los momentos en que los crímenes están recientes, y luego, a los pocos meses, se olvida. Las razones son varias. Una de ellas es general: la sociedad contemporánea se niega a considerar la existencia del mal absoluto, con la sola excepción del nazismo (pero no se quiere ver esa cualidad en su parejo, el comunismo). Por otro lado, funciona como agregado emocional de autocomplacencia un principio que se podría enunciar en esta máxima: olvídate de la víctima, sobre todo si ya ha desaparecido, ten tu solidaridad y tu capacidad de perdón para con el infractor, porque, en el fondo, suponemos, algo habrá provocado la inhumanidad del delincuente, de cuya condición él no será enteramente responsable. Si a ello le añadimos el miedo al riesgo —del que queremos alejarnos sin saber muy bien el costo implícito que para nosotros tenga o aun el que conlleva de forma patente para otros— y el síndrome de Estocolmo entre los afectados o amenazados por el crimen, entenderemos por qué existe tal prurito para querer llegar a acuerdos con el enemigo y por qué nos negamos a ver a éste en su verdadera inhumanidad y crueldad.
Pero no es tan difícil. Lo han visto así muchas gentes del partido socialista y de su ámbito, que han huído del PSOE por su política para con el mundo de ETA, o que no han huido pero la critican espantados a diario, o que, horrorizados, callan y siguen en él por ese inexplicable patriotismo de partido que tan bien ejemplarizó en su día Fernando de los Ríos ante Azaña. Lo han visto, por ejemplo, Redondo, Pagazaurtundúa, Rosa Díez, Teo Uriarte, Gotzone Mora, Savater, los Múgica, Buesa y un largo etcétera. Ellos saben muy bien que el problema real de la lucha contra el monstruo no es que deje de haber muertos, sino que empiece a haber libertad, porque, sin libertad, no habrá paz; y que, por tanto, para que exista libertad en Euskadi, la Bestia no puede volver vencedora a sus casas, debe hacerlo derrotada, aunque después de establecida esa situación de derrota se pueda ser clemente con los derrotados. Porque si el fracaso del bando de los asesinos no se patentiza como un descalabro histórico, si vuelven a sus calles y pueblos con su organización y su prestigio sociales intactos, la imposición no cesará, aunque aparentemente las pistolas no estén presentes. Es más, es posible que una hipotética situación de acuerdo o pseudo paz sin derrota no sirviese más que para el asentamiento de una plataforma de poder desde la que establecer nuevos objetivos: sobre otras partes de España, sobre Francia, sobre la propia sociedad vasca, en todo caso.
Pero las dificultades para que la izquierda enfrente de un modo adecuado (es decir, de un modo no ilusorio o de falsa conciencia) el problema no se limitan a las que hemos señalado, existen otras que radican en lo más profundo de lo que es la emocionalidad constitutiva de ese bloque político-social. La no menor de ellas es su capacidad para fingir sobre el mundo, es decir, para crear sobre él un discurso que —no siendo más que eso, o, a lo sumo, una tentativa de aproximación, como toda teorización— se presenta como una descripción objetiva de evidencia apodíctica, y su disposición para, después de haber fingido tal discurso, creer a pies juntillas en él y actuar en consecuencia. ¿Recuerdan, por ejemplo, cómo se constituyó en fe el decir que las reacciones de determinados partidos nacionalistas se debían a la falta de diálogo de Aznar? ¿Han anotado ustedes una sola corrección de esa visión cuando la realidad ha demostrado que el comportamiento y los objetivos de esos partidos seguían siendo los mismos con Zapatero? ¿No recuerdan haber visto y oído miles de veces a sesudos analistas y políticos asegurarnos que ETA, después del atentado de Atocha, ya no podría volver a matar porque sabían de sobra que la sociedad no lo toleraría de ninguna manera? ¿Lo recuerdan? No hace falta ir muy lejos para tener testimonios de ello. Y lo peor es que, llevados de esa ficción argumental y del deseo de que la realidad fuese como sus sueños, muchos socialistas de Euskadi, en una actitud entre militante e infantil, llegaron a creerse los discursos y dejaron los escoltas, como el propio Isaías Carrasco o, en otro momento anterior, nuestro Juan Priede, de Vallemoru.
Hay otra cuestión aún más notable y que tiene una enorme gravedad moral y política: y es que una parte muy importante de los militantes de izquierdas se siente más cerca del mundo de Herri Batasuna que del Partido Popular (o de la derecha, simplemente). Entienden que, a fin de cuentas, esa gente es de izquierdas como ellos, se enmarca, en metáfora taxonómica, en su mismo género o especie; mientras que el PP y la derecha pertenecerían a otro mundo, no solo distinto, sino, siempre, abominable. Es esa una emocionalidad que cruzaba ya el ámbito de la izquierda en la segunda república y que, en alguna medida, tras un cierto amortiguamiento en los años ochenta, ha ido creciendo en los últimos tiempos. Y ese veneno no es solo teórico o discursivo. Pudieron ustedes verlo traslucirse en el rechazo de la hija y la familia del asesinado Isaías Carrasco a recibir el pésame de los dirigentes del PP.
Traducido a términos reales, simpatizan más, ven como más natural, el llegar a acuerdos con los batasunos (de su misma especie, aunque temporalmente desviados o errados, pero convertibles) que con la derecha. Si a ello, además, se suma, como se sumó estos años atrás, la tentación de establecer una futura alianza con la nueva izquierda euskalduna, una vez pasada por el Jordán del llamado proceso de paz, completarán ustedes el panorama.
Así, pues, la resolución del problema vasco reside no solo en el encanallamiento mafioso de un bloque muy importante de su sociedad, sino en la falta de capacidad de una parte de la izquierda para aceptar la realidad de Euskadi tal como es, en su entero horror, y en la compleja urdimbre de emociones y valores que les hace preferible compartir territorio con lo que ellos entienden izquierda (pese a la ausencia de demócratas en una parte importante de ese territorio) a hacerlo con los demócratas, por los prejuicios irracionales que sobre la derecha tienen (y que ellos y sus medios de comunicación se encargan de alimentar y engrandecer hora tras hora).
Respecto al futuro, es seguro que va a volver a haber negociaciones con ETA, que, inevitablemente, volverán a ser en términos semejantes a los de la última vez. No hay más que acudir a las palabras de don José Luis Rodríguez Zapatero ante el Comité Federal del PSOE para comprobarlo.
He ahí la eficacia de nuestro Gobierno (IU + PSOE). He ahí su capacidad de presión a Madrid. He ahí cómo defiende el voto de los ciudadanos que confían en ellos, no digo ya el de los asturianos en general.
ENSUEÑOS DE ZAPATERO. REALIDADES DEL MUNDO (08/01/2007)
“Quien quisiere ser dictador haría bien en aprender semántica”, manifestaba en las décadas centrales del siglo XX un afamado maestro de lingüistas, señalando, así, la importancia que para la manipulación de la opinión pública tiene la fraseología. Pues bien, uno de los elementos más destacados de la política española entre el 17 de mayo de 2005 y la fecha actual ha sido el de la invención, desde el Gobierno y el PSOE, de un vestido lingüístico que disfrazase la realidad, ya para ocultarla por completo, ya para hacer tolerable la percepción de la misma. El más notorio de esos artefactos ha sido la troquelación “proceso de paz”, que venía a sustituir lo innombrable: “diálogo o negociación con ETA y sus ramificaciones”, tan poco tranquilizador que ni siquiera las palabras usadas como conjuro en otras ocasiones por la propaganda zapaterina (“diálogo”, “negociación”) venían a servir aquí. Es evidente que el núcleo duro del narcótico venía envuelto en el término adyacente del sintagma, “paz”; pero es igualmente manifiesto que en el año y medio transcurrido desde entonces, y especialmente desde el 22/03/2006 —fecha de la corporeización del espíritu de ETA, a través del velador de un vídeo, encarnado en tres enmascarados, con la correspondiente cuota femenina, al gusto zapateresco—, el voquiblo “proceso” ha tenido una enorme fecundidad: sirvió, por ejemplo, para justificar la extorsión o la violencia callejera durante esos meses (puesto que era un “proceso”, no había que esperar el término durante el mismo); para explicar por qué no había entrega de las armas o por qué las exigencias de los etarras eran cada día más explícitas (ya se entendía que ello nada quería decir, puesto que era un “proceso”); excusar cuál era la razón de seguir negociando pese a todo y aunque no se cumpliesen las condiciones de ausencia de violencia de la declaración del Congreso de los Diputados (el “proceso” era un camino, no un fin, evidentemente). En su último servicio, de momento, el parto lingüístico ha servido para la construcción de un eructo semántico por parte del señor Rubalcaba, tras el atentado del día 30 de diciembre: el proceso –excretó- era tan proceso que “ni siquiera había comenzado”.
Ciertamente el arte de enmascaramiento no se limitó a la invención de troquelaciones lingüísticas. Se centró, muy especialmente, en la comparación, más o menos desfigurada, con lo realizado en anteriores momentos de la historia reciente (la tregua de ETA durante el segundo gobierno de Aznar), la sambenitación como enemigos de los discrepantes (especialmente el PP y la AVT), el silenciamiento de los numerosos críticos de entre las propias filas (Nicolás Redondo, por ejemplo, Rosa Díez, de entre los más notables), la negación de la evidencia (las instrucciones desde ministerio fiscal, por ejemplo, durante ese tiempo) y la propaganda machacona de una sola interpretación y de algunas consignas desde los numerosos altoparlantes afines. No vamos a entrar aquí en el análisis de estos elementos, los conoce el lector de la Nueva España de sobra. Baste con señalar uno para que resplandezca la evidencia, las palabras publicadas en la página 36 de este periódico el 03/01/2007: “Los magistrados deben adaptarse a la nueva realidad (tras el atentado), según Jueces para la Democracia”. ¿Cabe más explícita confesión de parte de que, hasta ahora, muchos jueces venían acomodando sus actos a la anterior y ficta realidad del “proceso de paz”?
Las palabras son un poderoso instrumento para la relación con los otros: seducirlos, convencerlos, persuadirlos, despistarlos, engañarlos, entretenerlos, atraerlos... Y en ese sentido, las acuñaciones fraseológicas, fruto de las maquinaciones ingeniosas de los gabinetes de imagen (a quienes muchos votan en realidad, pensando que es el líder al que eligen el autor de las ideas y las frases seductoras), tienen una enorme importancia. Pero, en todo caso, las palabras también nos traicionan: bajo su cendal engañoso es posible siempre ver el cuerpo que tratan de ocultar. Pongan bajo esa lupa las últimas expresiones de don José Luis Rodríguez: “He dado orden de suspender todas las iniciativas de diálogo”, “Con este atentado criminal y atroz ETA ha elegido el peor de los caminos”, “La energía y la determinación que tengo para alcanzar la paz es si cabe mucho mayor”, “Insistiré en la búsqueda del fin de la violencia y de la paz”. Ese no es solo su pensamiento, es su programa de futuro.
El 21/06/2006 publicaba en este diario un artículo titulado En manos de la Gran Ramera, donde, a la vista de los primeros pasos, y, tras manifestar que “parecería más bien que han sido los demócratas quienes se han acercado a los asesinos, y no éstos a nosotros”, proclamaba mi escepticismo sobre la negociación con ETA y los suyos, concluyendo: “En la sinceridad, en la voluntad, en la “bondad” y en la palabra de quienes tienen en su haber mil asesinatos, extorsiones, secuestros, torturas y, sobre todo, una absoluta insensibilidad hacia las víctimas, una total intolerancia hacia los derechos de los otros para ser distintos. Ahí ha puesto toda su confianza y su esperanza don José Luis, el converso de la plaza de toros de El Bibio. Ahí. Como ponerla en la Gran Ramera de Babilonia.”
Pues bien, pese a que esa extrema dificultad era evidente para quien quisiera verla, especialmente dado el punto de partida, sin ninguna cesión de ETA; pese a que, a medida que el tiempo transcurría, las cosas iban a peor (aumento de la violencia y de las demandas, por un lado; reticencias a aceptar la evidencia, por otro), tengo que confesar que, de vez en cuando, me asaltaron dudas —como les habrá ocurrido a otros muchos ciudadanos a lo largo de estos meses—, ya no sobre mis deducciones, sino sobre mis percepciones. No es posible, me decía, que el gobierno sea tan ciego o necio para no ver lo que está pasando; no es concebible que tantos altavoces mediáticos y tantos corifeos e, incluso, tantas personas de buena voluntad que tienen una experiencia histórica sobre la cuestión, no vean lo que parece diáfano. Aquí tiene que haber alguna clave —me amonestaba—, algún compromiso secreto, que el gobierno y otros conocen y que permite hacer caso omiso de las señales de desastre.
Por desgracia no era así. Ocurría, una vez más, que se constataba la realidad que el Eclesiastés (I,15) enuncia: numerus stultorum infinitus; o, en términos más caritativos, que no existe peor ciego que el que no quiere ver. Lo asombroso de todo ello no es la sorpresa que la conducta de ETA y los suyos ha causado en el Gobierno o en Zapatero, un adanista arbitrista que desprecia la incapacidad de todos sus antecesores para arreglar los problemas de España, del mundo y hasta del pasado (por cierto, habría que averiguar cúyos fueron el cogote y la espalda que, en el escaño delantero a don José Luis, suscitaron tal vez sus ensoñaciones visionarias durante los muchos años en que permaneció mudo y rumiante en las Cortes). Lo que provoca más pasmo es la ingente cantidad de ciudadanos normales que se han manifestado sorprendidos y decepcionados por la conducta de ETA y Batasuna, algo así como si les hubiese traicionado un socio o amigo en quien hubiesen puesto toda su confianza.
Y es que ha sido concomitante con este episodio de nuestra vida pública un gravísimo problema que aqueja a la sociedad y a la política españolas desde hace tiempo, y que, en alguna medida, viene agravándose progresivamente. Ello es que una parte importante de la izquierda no reconoce legitimidad de existencia a la derecha. De la misma manera que durante la Segunda República (y ello explica, en parte, la resonancia de aquella época sobre nuestro presente), un núcleo importante de esos grupos políticos creen que la democracia es solo auténtica si ellos la ejercitan y que los conservadores son una presencia espurcísima en el sistema, en cuyos márgenes deben ser acorripiaos (así se entiende, por ejemplo, la anomalía de que, en la práctica, no exista más que un grupo de oposición en el Parlamento español). No hará falta aducir por qué esa forma de pensar y las conductas que de ahí se derivan constituyen un grave problema social y político para el conjunto del Estado en el futuro.
Pero, por otro lado, la autodenominada izquierda española se ha reducido fundamentalmente a poco más que un sentimiento de fratría, a una especie de representación emocional cuyos únicos parámetros objetivos son una cierta vivencia permanente del pasado (veraz o no, nada importa), la manifestación de hostilidad al PP (o a la derecha general del estado, no a toda la derecha) y la autoproclamación como de izquierdas (aunque los contenidos en la acción política de esa identificación sean ningunos o dispares). Desde ese punto de vista, pues, el mundo de Batasuna es para muchos su propio mundo, el mundo de la izquierda. Inaceptable en cuanto a su relación con la violencia, pero hermanible en cuanto que, como hijos pródigos, regresen a la casa común u hogar paterno. De ahí su decepción en cada ocasión que se niegan a reencontrarse con quienes los llaman, una y otra vez, con los brazos abiertos.
¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Corramos el riesgo de realizar predicciones. Mi opinión es que no habrá rectificación de fondo por parte del Gobierno ni del PSOE. En lo sustancial, seguirán teniendo las puertas abiertas para un diálogo futuro (vía PSE, ERC, PNV, o cualquier otra) y más o menos inmediato, aunque, eso sí, otra vez, discreto. En cuanto al Pacto Antiterrorista, seguirá siendo letra muerta. Al margen ya del adanismo o arbitrismo de Zapatero y su entorno, la política tiene sus reglas. Y esas reglas no son el interés general, los ciudadanos, la ética o la moral, son, fundamentalmente, el triunfo de los propios y la derrota del adversario, en la pretensión, en el mejor de los casos, de que el triunfo de uno supone, per se, el triunfo del bien y, por tanto, de las mejores opciones para el común. Pero de cualquier manera, a tuerto o derecho, el triunfo de los propios y su cortejo subsiguiente de poder, empleo y beneficios.
Por tanto, lo que se propondrá será un nuevo acuerdo donde puedan entrar “todas” las fuerzas políticas, esto es, aquellas que en su día, no entraron en el actual Pacto Antiterrorista o que se opusieron a la Ley de Partidos porque rechazan la ilegalización de Batasuna: el PNV, IU, ERC, EA, etc. Algunos de ellos ni siquiera han esperado a que escampase para mostrar sus verdaderos pensamientos. Así Joan Ridao y Joan Tardá, diputados de ERC, y socios del PSOE en Madrid y Barcelona: “A lo largo de estos nueve meses ETA ha sido más generosa que el Gobierno”. Amén. Otros, como Llamazares, esperan dar una nueva oportunidad al diálogo.
El único problema acuciante que tienen en estos momentos PSOE y Zapatero es el de la legalización de Batasuna (o una franquicia) para las próximas elecciones municipales de mayo. Aunque la memoria pública es tan volátil como los vilanos y tan poderosos los pregoneros del Gobierno, esa fecha está demasiado cercana para poder afrontar con éxito la operación y sortear, así, con el menor riesgo posible la otra dificultad que han de manejar, la tendencia de voto de las encuestas. El juego con esos tiempos y el modo de hacerlo, cocinarlo y presentarlo a los comensales —a todos nosotros— es la única incógnita que, razonablemente, presenta el futuro al respecto de la materia. Porque sobre la materia misma, sobre la pieza y los ingredientes que se pretenden disponer y manipular no hay, a mi juicio, duda alguna.