La reacción de una parte de la sociedad catalana con respecto a la revisión de su Estatut, la negativa a que pueda ser modificado por el Constitucional es perfectamente comprensible. El Estatut nunca ha sido considerado un texto constitucional, sino preterconstitucional. Es decir, ha sido concebido como un pacto entre dos soberanidades autónomas, la catalana y la española, que, en virtud de su voluntad, han pactado entre sí un acuerdo para compartir soberanía (una especie de intersección de conjuntos), la reglada, precisamente, en el texto catalán.
No se piense que ha sido ese un punto de partida privativo de los independentistas/particularistas catalanes, ha sido también el que ha guiado las actuaciones de todos quienes han apoyado el texto (PSOE e IU, entre otros) y el supuesto jurídico de facto con el que han legislado tanto el parlamento catalán como el de Madrid. En ese sentido, las palabras de Zapatero, «aceptaré el estatuto que venga de Cataluña», no eran otra cosa que el reconocimiento de esas dos soberanías previas.
De ahí que en una parte importante de Cataluña no se entienda que nadie pueda recortar un texto que goza de la legitimidad del pacto entre soberanías y que ha sido refrendado por el pueblo. Agotado ahí el trayecto legitimador, la intervención del Constitucional sería una intervención “desde fuera” («de una tercera o cuarta cámara», se ha dicho), de alguien que no tendría derecho a llevar una vela en ese entierro o epifanía: las competencias del Constitucional, pues —digámoslo con otras palabras—, tendrían que ver, desde esa concepción de las realidades políticas, con las leyes españolas, no con aquellas que emanan del pueblo catalán, al menos con aquella que constituye su «carta fundacional».
En otro orden de cosas, he de de dejar constancia de que, a lo largo de muchos años, cada vez que abordo el proceso constituyente catalán (vengo hablando de él desde que el PSOE decide ponerlo en marcha, desde el verano del 2003), hay personas que se extrañan de que yo, como asturianista, no me alegre de los logros de otras nacionalidades o que los critique.
En primer lugar, respecto a las alegrías o las celebraciones, he de decir que no soy de ese tipo tan frecuente de personas que coloca su proyección eufórico-empática en los colores del Real Madrid o del Barcelona (y, menos, de los que gozan con la derrota del adversario de su camiseta). Mi empatía —por seguir con la parábola— se vuelca sólo en los emblemas de aquí, el Sporting, el Oviedo, el Avilés… y, cuando toca, la selección asturiana. De modo que búsquenme los gozos con los propios, no con los extraños.
Pero es que en segundo lugar, el Estatut no es un texto ajeno a los intereses asturianos y a la dignidad de Asturies, los perjudica, la veja. Por decirlo muy resumidamente: concede a Cataluña y los catalanes una capacidad de interlocución y decisión que Asturies no tiene ni va a tener; les otorga representación en determinadas instituciones del Estado de las que no dispondremos, y, en la medida en que el Estatut estableció una determinada financiación autonómica para todo el Estado (¡qué disparate, qué vejación, qué ignominia!) y que esa financiación no es favorable para los intereses asturianos, nos perjudica en la bolsa y en el futuro.
Que los partidos catalanes hayan pugnado por la consecución de esos logros se entiende. Que haya sido el PSOE (y secundariamente otros, como IU) quienes hayan proyectado, impulsado, aplaudido y votado ese ataque a nuestros intereses, y que lo hayan hecho, parcialmente, con los votos de los ciudadanos asturianos y con el apoyo institucional de quienes dicen defendernos (desde el Presidente Areces, a los diputados y senadores del PSOE, pasando por la FSA e IU de Asturies) debe ser denunciado.
Es cierto que existen asturianos que entienden que los catalanes son más importantes que nosotros y que merecen más; es cierto, asimismo, que hay otros que creen que lo más trascendental en este mundo es lo que diga su patria política, su partido, y que, en virtud de esa premisa, van al sacrificio con corazón alegre y cantando himnos de alegría; los habrá, sin duda, también, que se sientan estafados cuando vean la diferencia entre las palabras y la realidad.
En todo caso, se comprenderá que quien, como yo, no tenga otro interés que Asturies y los asturianos no quiera tolerar que se nos inflijan daños en nuestros bolsillos, ni que se nos discrimine o asobaye política y socialmente. Las alegrías por lo que otros consigan, para los pobres de espíritu; la resignación, para los derrotados o para quienes tienen una baja estima de sí mismos y de sus compatriotas.
Nota: esti artículu asoleyóse na Nueva España del 03/12/09.
1 comentario:
¿Pa cuando un mea culpa, Xuan? ¿Cuando vas facer un articulu onde asumas la to responsabilidá, o polo menos parte d'ella?
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