La taberna y la caverna

Pável Trofímovich Morózov«Poco más tarde se ha comprobado que el Hombre nuevo soviético- la utopía más sangrienta del siglo- cae más bien del lado del fiscal Vichinsky o de Pavel Morozov, un muchacho que denunció a sus padres poco entusiastas a la policía de Stalin, hazaña que le convirtió en un héroe de la Unión Soviética.» (J. Semprún, Viviré con tu nombre, vivirás con el mío)

Afirma Ortega que en el siglo XIX la mitad de los alemanes se emborrachaba con cerveza y la otra mitad con ideas. Hipérboles expresivas aparte, el decurso desvela ciertas verdades que van más allá de su literalidad, del mismo modo que la yunción de “taberna” y “caverna” revela conexiones que sobrepasan su casi identidad fonética.

En efecto, según el dicho popular, la ingestión de alcohol –que, a nuestros efectos, no constituye una extravagancia suponer encloyáu en una tabierna o chigre- provoca en la persona una serie de transformaciones que, en último término, tras pasar por la exaltación de la amistad y los cantos regionales, procumben en la negación de la evidencia.

La negación de la evidencia constituye, precisamente, una de las características más frecuentes de los sistemas de ideas, de las ideologías y de las teorías. Si falsario o infértil siempre, ese rechazo del mundo se convierte en siniestro y sanguinario cuando la realidad y las personas se menosprecian en nombre de otro mundo, vislumbrado o predicado, en aras de cuya superioridad imaginaria la sociedad y las personas reales del presente deben ser ahormadas para dar lugar a un futuro mejor y al hombre nuevo que ocupará ese futuro.

No es casual que fuese Platón, al mismo tiempo, el inventor de la ficción de la caverna como explicitación de la imperfección de la realidad, y el fabulador de aquella dictadura que conformó en La República, según la cual el todo sería el Estado y los ciudadanos poco más que nadas sometidas a la voluntad colectiva. No resultaría, pues, improcedente, dada la primacía temporal de la expresión de ese contemptus mundi en el filósofo académico, ejemplificar ese tipo de pensamiento político que desprecia o menosprecia la evidencia con la imagen de la caverna.

Güesera de Pnom PenhCuando esa ensoñación encarna en la acción (en las sucesivas hordas medievales que proclaman el igualitarismo y el fin del mundo –joaquinitas, flagelantes, Hermanos del Libre Espíritu-; en las lumbradas savonarolienses contra el pecado, el desorden y la codicia; en la prédica anabaptista de Thomas Münzer; en los campos de exterminio de Hitler o los de Stalin, Pol Pot o Mao-Ze-Dong; en las diversas acometidas de odio y violencia con que las religiones pretenden a menudo conformar este orbe para hacerlo digno del otro) se constata siempre, reiterada, inevitablemente, que la realidad tiene una textura diferente a la de los sueños, y que es refractaria a ellos, intraspasable por ellos. Constituye esa la razón de que, finalmente, tras años, tras lustros, tras décadas, los experimentos crisolarios, horneros y reeducativos deban ser abandonados, dejando tras sí barracones, expedientes, tumbas, huesos, y la memoria silenciosa de un caudaloso río de tortura, soledad, angustia y sangre. Y es su olor, el hedor insoportable de los miles o millones de cuerpos traspasados por el laceramiento, la soledad y el terror, el que podrá guiarnos hasta ellos, hasta los campos donde está teniendo lugar o tuvo lugar o va a tener lugar la búsqueda del hombre nuevo, un hombre nuevo para el que, hasta ahora, los alquimistas-profetas no han dado con ninguna otra piedra filosofal, con ninguna otra sustancia prima transmutativa que no sea la de la sangre: arroyos, torrenteras, mares, océanos de sangre.

Esa experiencia constante e inevitable de la relación entre utopías y sangre mantenida a lo largo de la historia no impide, sin embargo, que sigan afluyendo a ellas nuevos adeptos o que, inasequibles al desaliento, se mantengan en ellas los antiguos; por lo que es de temer que, mientras dure su historia, la humanidad seguirá sometida al terror resultante de las segregaciones holísticas y simplificadoras de sus lóbulos frontales.

Hermanos CastroUno se pregunta, cuando ve, por ejemplo, a nuestros “clérigos” (y “clérigas”) revolucionarios entusiasmarse con la Rusia –perdón, Cuba- de Castro, si lo que a ellos los atraería sería vivir en ella con escasez de papel, con apenas medicinas corrientes, padeciendo limitaciones alimentarias o buscándose la vida –ellos, sus cónyuges o descendientes- como jineteros o como jineteras. Y la respuesta obviamente es que no. Que el papel en el que ellos se ven, en caso de darse ese supuesto, es en el de administradores de la revolución, no tanto, obviamente, por gozar de las ventajas de que siempre gozaron los aparatistas de los partidos comunistas, cuanto por administrar la revolución y ser ellos quienes –Moisés, Lenin, Mao-Ze-Dong- iluminen al pueblo y lo conduzcan a la felicidad del futuro a través de las (inevitables y purificadoras) estrecheces del presente.

No en vano otros ilustres adoradores de la caverna, como Platón y Marx, proclamaron que había sonado la hora ya no de que los filósofos interpretasen el mundo, sino de que lo ahormasen en el lecho de Procusto de sus utopías. Y en eso sale ganando la taberna a la caverna. Porque la negación de la evidencia con que concluye en ella el proceso lleva únicamente al sueño del sujeto que ha visto distorsionada la realidad. En la caverna, por el contrario, los ensueños del sujeto provocan la miseria, el dolor y el sueño eterno de los demás.

Por cierto, he utilizado, tres líneas más arriba, la palabra “proceso”. ¿Les ha sugerido otra cosa, además del nombre de Kafka? Pues de ello hablaremos otro día.

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