«El Principado admite que calculó mal sus ingresos», decía un titular de La Nueva España el 7 de abril. Ahí, en ese titular, se resume lo que es una parte muy importante de la política de los sucesivos gobiernos del PSOE y de sus socios de IU: la mentira sistemática, y, en este caso en particular, la mentira y el engaño con las cifras.
Porque el inflar la previsión de ingresos no es una cuestión ocasional, se viene realizando siempre: se hace como que se discute entre los miembros del gobierno, se eleva la estimación de la recaudación y después, efectuado el engaño, cada jefe indio se pone las plumas y realiza la danza tradicional con los gritos de rigor: «presupuesto social», «esfuerzo inversor», «política progresista» y otros del mismo jaez, destinados a provocar en la tribu «¡huhús!» de congratulación y, si es caso, engatusar a algún incauto de fuera. Posteriormente el presupuesto no se ejecuta o, si se ejecuta, se acude a un aumento extraordinario de la deuda, y aquí paz y después gloria (esto es, escaño y canonjías).
Esto es lo habitual, pero cuando la coyuntura y el ejecutivo central aprietan, como es la ocasión (cuatro millones y medio de parados en el conjunto de España, un déficit del 12%, una deuda creciente, problemas para la colocación de la misma), la trampa rescampla, como quien dice, y entonces es necesario confesar que «se fue optimista (un nuevo sinónimo de “mentiroso”)» tres meses antes y hay que meter mano a las cuentas para recortar 149 millones de gasto, aparte de devolver 180 millones de anticipo estatal cobrados de más en el 2009 (porque el gobierno zapateril también lleva dos años mintiéndonos en la misma materia). En total, nada más y nada menos que 342 millones de dinero inexistente, de déficit no declarado, que han de unirse a la deuda acumulada y al descubierto que surja en este 2010.
A unos no les importa mucho, y a otros, nada. Así, el gran jefe Jesús Iglesias se empenacha, sale a bailar a la plaza y lanza los esconxuros rituales: «El PSOE ha caído en el discurso de la derecha» —grita—. De este modo, identificado y exorcizado el mal, los suyos se aquietan y pueden seguir acudiendo, piadosos, al ritual de la comunión y fe colectiva que es el voto.
Pero ese trampear con las cifras y con la realidad y tratar de engañar al respecto no se limita al global de los presupuestos de la Comunidad, se extiende también a partidas, compromisos y contratos. Por ejemplo, se llega a un acuerdo en el 2008 con la patronal del transporte escolar, se incumple durante año y medio, la patronal exige el cumplimiento de lo pactado, se afirma con gesto de firmeza y expresión de rigor que «nunca se cederá al chantaje», se accede después a pagar los tres millones de euros que se deben y se afirma a continuación que la cifra es inferior, todo ello en menos de una semana.
Peor todavía: se presupuestan obras cuyo monto de ejecución acaba siendo notablemente superior al calculado inicialmente. Así, el futuro hospital, que tiene inicialmente un sobrecosto del 25% y que es posible que acabe llegando al 45%; así, el de El Musel, superior a un 40%. Pero cuando, además, observamos las «imprecisiones» o «faltas de planificación» de los proyectos originales —por ejemplo, la falta de ascensores en los planos iniciales del hospital; la no comprobada disponibilidad de las canteras de Aboño, en el caso del puerto— es difícil rechazar la sospecha de que tales descuidos no son inocentes, sino que se hacen con el propósito político de ocultar los costos finales, a fin de sustentar determinadas posiciones argumentales o para hacer verosímiles o posibles los cálculos financieros. En cualquier caso, pésima gestión del erario.
Ese mal uso o despilfarro del dinero público —que se extrae no de ningún arcano indoloro e inodoro, sino de los riñones y riñoneras de cada uno de los ciudadanos— supone, de un lado, y en cuanto realidad económica, sobre más esfuerzo de los particulares, inflación y paro para la colectividad, y, por tanto, para cada uno de nosotros en la parte que la suerte o la posición nos deparen.
Por otro lado —y al margen ya de los efectos económicos— el cubileteo y la mentira con las cifras sirve a sus manipuladores ya de milagrosa varita mágica, ya de rebenque, alternativamente. De varita mágica, para engañar a los incautos y a quienes no quieren realizar esfuerzos para ver el mundo circundante tal como es. De rebenque, para los numerosos votantes adictos a la disciplina inglesa y al cuero, que no esperan otra cosa sino a que los sigan golpeando con la fusta del engaño para tener el gozo de poder renovar su fidelidad una y otra vez.
Porque el inflar la previsión de ingresos no es una cuestión ocasional, se viene realizando siempre: se hace como que se discute entre los miembros del gobierno, se eleva la estimación de la recaudación y después, efectuado el engaño, cada jefe indio se pone las plumas y realiza la danza tradicional con los gritos de rigor: «presupuesto social», «esfuerzo inversor», «política progresista» y otros del mismo jaez, destinados a provocar en la tribu «¡huhús!» de congratulación y, si es caso, engatusar a algún incauto de fuera. Posteriormente el presupuesto no se ejecuta o, si se ejecuta, se acude a un aumento extraordinario de la deuda, y aquí paz y después gloria (esto es, escaño y canonjías).
Esto es lo habitual, pero cuando la coyuntura y el ejecutivo central aprietan, como es la ocasión (cuatro millones y medio de parados en el conjunto de España, un déficit del 12%, una deuda creciente, problemas para la colocación de la misma), la trampa rescampla, como quien dice, y entonces es necesario confesar que «se fue optimista (un nuevo sinónimo de “mentiroso”)» tres meses antes y hay que meter mano a las cuentas para recortar 149 millones de gasto, aparte de devolver 180 millones de anticipo estatal cobrados de más en el 2009 (porque el gobierno zapateril también lleva dos años mintiéndonos en la misma materia). En total, nada más y nada menos que 342 millones de dinero inexistente, de déficit no declarado, que han de unirse a la deuda acumulada y al descubierto que surja en este 2010.
A unos no les importa mucho, y a otros, nada. Así, el gran jefe Jesús Iglesias se empenacha, sale a bailar a la plaza y lanza los esconxuros rituales: «El PSOE ha caído en el discurso de la derecha» —grita—. De este modo, identificado y exorcizado el mal, los suyos se aquietan y pueden seguir acudiendo, piadosos, al ritual de la comunión y fe colectiva que es el voto.
Pero ese trampear con las cifras y con la realidad y tratar de engañar al respecto no se limita al global de los presupuestos de la Comunidad, se extiende también a partidas, compromisos y contratos. Por ejemplo, se llega a un acuerdo en el 2008 con la patronal del transporte escolar, se incumple durante año y medio, la patronal exige el cumplimiento de lo pactado, se afirma con gesto de firmeza y expresión de rigor que «nunca se cederá al chantaje», se accede después a pagar los tres millones de euros que se deben y se afirma a continuación que la cifra es inferior, todo ello en menos de una semana.
Peor todavía: se presupuestan obras cuyo monto de ejecución acaba siendo notablemente superior al calculado inicialmente. Así, el futuro hospital, que tiene inicialmente un sobrecosto del 25% y que es posible que acabe llegando al 45%; así, el de El Musel, superior a un 40%. Pero cuando, además, observamos las «imprecisiones» o «faltas de planificación» de los proyectos originales —por ejemplo, la falta de ascensores en los planos iniciales del hospital; la no comprobada disponibilidad de las canteras de Aboño, en el caso del puerto— es difícil rechazar la sospecha de que tales descuidos no son inocentes, sino que se hacen con el propósito político de ocultar los costos finales, a fin de sustentar determinadas posiciones argumentales o para hacer verosímiles o posibles los cálculos financieros. En cualquier caso, pésima gestión del erario.
Ese mal uso o despilfarro del dinero público —que se extrae no de ningún arcano indoloro e inodoro, sino de los riñones y riñoneras de cada uno de los ciudadanos— supone, de un lado, y en cuanto realidad económica, sobre más esfuerzo de los particulares, inflación y paro para la colectividad, y, por tanto, para cada uno de nosotros en la parte que la suerte o la posición nos deparen.
Por otro lado —y al margen ya de los efectos económicos— el cubileteo y la mentira con las cifras sirve a sus manipuladores ya de milagrosa varita mágica, ya de rebenque, alternativamente. De varita mágica, para engañar a los incautos y a quienes no quieren realizar esfuerzos para ver el mundo circundante tal como es. De rebenque, para los numerosos votantes adictos a la disciplina inglesa y al cuero, que no esperan otra cosa sino a que los sigan golpeando con la fusta del engaño para tener el gozo de poder renovar su fidelidad una y otra vez.
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