El 07/09 del 2008, el profesor don Álvaro Cuervo pronunciaba una conferencia (sustanciada poco después en LA NUEVA ESPAÑA) que ha suscitado ronchas y protestas entre los dueños y beneficiarios del cotarro asturiano, quiere decirse, entre «las fuerzas vivas». Sin embargo, las palabras del profesor carreñense no van más allá de lo obvio y lo mostrenco. Efectivamente, no constituye más que la mostración de la evidencia el señalar que, pese al esfuerzo inversor de las administraciones europeas y del Estado, nuestra economía no crece al ritmo del resto; el porcentaje de nuestra población activa es notoriamente menor; la innovación, escasa; la ocupación de mercados o expansión en ellos, limitadísima; las perspectivas futuras para la juventud, de color subsahariano; nuestro tejido productivo, ni variado ni puntero. Apuntar que ese fracaso no se debe únicamente a la situación de partida de nuestra estructura productiva, sino, fundamentalmente, a lo equivocado de las recetas (y, por tanto, a lo erróneo de las políticas de gasto), y hasta a lo disparatado de alguna de ellas, no es otra cosa más que indicar lo indiscutible. A ese respecto, por ejemplo, don Álvaro apuntaba el ejemplo de la inversión en El Musel, que podríamos calificar de "proyecto", pues, en efecto, pensar que un puerto, de por sí, genera actividad económica, cuando su utilidad es la de acelerar el intercambio económico producido en su periferia, es una idea semejante a la de levantarse uno a sí mismo en el aire tirándose de los pelos, como hemos afirmado ya hace mucho tiempo.
Hemos dicho que las propuestas de don Álvaro no van más allá de lo obvio y lo mostrenco. No se entienda que con esos términos queremos minusvalorar sus palabras, sino, por el contrario, subrayar lo inapelable de su verdad, su evidencia. Por ejemplo, una de sus ideas fuertes, la de la necesidad de poner el énfasis en el mercado y en los empresarios (o, mejor, de aceptar que esa es la sustancia de la actividad económica), la hemos impulsado nosotros a lo largo de más de diez años, poniendo en marcha un «Premiu a la meyor empresa asturiana del añu», precisamente para reconocer y estimular esos valores, esa verdad y esa necesidad. En otro orden de cosas, venimos señalando desde 1995 (remitimos a nuestro programa económico de esa fecha) la absoluta necesidad de disponer de suelo industrial barato, abundante y bien comunicado. No ha sido esa una atención que haya preocupado excesivamente a las «fuerzas vivas»: no hay más que ver que cada nueva parcela industrial en Asturias tiene una lista de espera de cinco empresas. Si quieren ustedes abundar en ello, visiten la accesibilidad de nuestros polígonos industriales o recuerden cómo el La Peñona de Xixón o el PEPA de Avilés tardan más de diez años en terminarse (y, con respecto a éste, todo el ámbito de la ría no está aún resuelto: comparen con Bilbao).
Hemos afirmado que nos hallamos ante evidencias no aceptadas y ante políticas equivocadas. Pero el fondo del asunto no es que los encargados de gestionar la administración y nuestros dineros se equivoquen a veces o yerren en algunas actuaciones. La sustancia del problema es que su política es la de i+i+i (inepcia, incompetencia, ineficacia). Por ejemplo, por parte del entorno de los gestores socialistas se suele afirmar que sobra suelo industrial en Asturies, y hasta se ha llegado a evacuar que el precio del terreno no es una variable que tenga un peso alto en las decisiones de la empresa a la hora de invertir. Por otro lado, tanto sindicatos como gobierno socialista han esperado hasta el año 2003 para afirmar que «había llegado la hora de los empresarios» (como si no lo hubiese sido siempre). No creo, finalmente, que sea una maldad especial el señalar que el alcalde que durante 9 años tuvo un polígono industrial, el de La Florida, en su concejo sin conseguir ocupar una parcela es precisamente quien desde hace años gestiona las políticas de actividad económica en Asturies. La lista de estas manifestaciones de i+i+i (y ahí sí que se invierte de manera incontinente) podría ser tan larga como ustedes quisiesen. Déjenme añadir una consideración muy pertinente, más ligada a la historia de nuestros fracasos de lo que algunos pensarían de mano: ¿Es posible que gestionen bien la economía quienes llevan como emblema en sus corazones a Carlos Marx (ese fabulador que vino a ser el pretexto y el impulso de tanta miseria y crímenes) y colocan su nombre como ejemplo en las avenidas de las ciudades donde gobiernan?
El problema no está, pues, en detectar nuestros problemas, tan ostensibles, como hace don Álvaro, ni siquiera en señalar las vías posibles de solución y progreso, tan ensayadas en todo el mundo, sino en lograr un cambio en la mentalidad mayoritaria en nuestra sociedad. Porque ya sabemos muchos lo que hay que hacer. De acuerdo. Algún otro, como el profesor y sociólogo Holm Detlev Köhler, viene apuntando reiteradamente otra obviedad: que hasta que no haya remoción de las elites asturianas no podrá haber cambio social ni renovación de nuestro tejido económico. De acuerdo también. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
Hagan ustedes una somera comprobación de cuál es el discurso sobre el mundo y la economía dominante en nuestra sociedad; observen su repetición diaria por «los dueños del cotarro» (perdón, las «fuerzas vivas») y beneficiarios del mismo; palpen su reiteración machacona en la mayoría de los medios de comunicación y comunicadores; anoten su refuerzo a través de las instituciones dependientes de las administraciones, del empleo que éstas producen y del dinero que reparten; vean la adhesión voluntaria y entusiástica al mismo de quienes nada ganan con él pero que, engañados, deducen la certeza de su verdad de la universalidad de su presencia; constaten la cobardía, la pereza o la desidia para enfrentarse a ese discurso dominante, si es que llega a percibirse como falso. Y todo ello, sin señalar la sumisión permanente de los intereses asturianos a otros que nos son contrarios o perjudiciales, sin que ello provoque rechazo ni castigo.
«¿Quién le pone el cascabel al gato?», he dicho. Es una pregunta errónea. Corrijamos: ¿Cómo pensar siquiera en ponerle el cascabel al gato si la mayoría de los ratones piensan que deben su vida y su mediano pasar al mismo, y que, desaparecido este—que les hace creer que es su guardián mientras los diezma y consume—, su esperanza y su vida serían mucho más insufribles? Es más, la mayoría de los ratones están seguros de que la solución de sus problemas y angustias estriba en un aumento del tamaño del gato y, proporcionalmente, de su esencia actuante, de su gatesquidad.
P.S. Año 2004, un tal Zapatero: "Eliminaremos, si gobernamos, el peaje del Huerna". Año 2008, el Gobierno (de un tal Zapatero): "Las autonomías que quieran eliminar los peajes deberán correr con el coste íntegro".
Hemos dicho que las propuestas de don Álvaro no van más allá de lo obvio y lo mostrenco. No se entienda que con esos términos queremos minusvalorar sus palabras, sino, por el contrario, subrayar lo inapelable de su verdad, su evidencia. Por ejemplo, una de sus ideas fuertes, la de la necesidad de poner el énfasis en el mercado y en los empresarios (o, mejor, de aceptar que esa es la sustancia de la actividad económica), la hemos impulsado nosotros a lo largo de más de diez años, poniendo en marcha un «Premiu a la meyor empresa asturiana del añu», precisamente para reconocer y estimular esos valores, esa verdad y esa necesidad. En otro orden de cosas, venimos señalando desde 1995 (remitimos a nuestro programa económico de esa fecha) la absoluta necesidad de disponer de suelo industrial barato, abundante y bien comunicado. No ha sido esa una atención que haya preocupado excesivamente a las «fuerzas vivas»: no hay más que ver que cada nueva parcela industrial en Asturias tiene una lista de espera de cinco empresas. Si quieren ustedes abundar en ello, visiten la accesibilidad de nuestros polígonos industriales o recuerden cómo el La Peñona de Xixón o el PEPA de Avilés tardan más de diez años en terminarse (y, con respecto a éste, todo el ámbito de la ría no está aún resuelto: comparen con Bilbao).
Hemos afirmado que nos hallamos ante evidencias no aceptadas y ante políticas equivocadas. Pero el fondo del asunto no es que los encargados de gestionar la administración y nuestros dineros se equivoquen a veces o yerren en algunas actuaciones. La sustancia del problema es que su política es la de i+i+i (inepcia, incompetencia, ineficacia). Por ejemplo, por parte del entorno de los gestores socialistas se suele afirmar que sobra suelo industrial en Asturies, y hasta se ha llegado a evacuar que el precio del terreno no es una variable que tenga un peso alto en las decisiones de la empresa a la hora de invertir. Por otro lado, tanto sindicatos como gobierno socialista han esperado hasta el año 2003 para afirmar que «había llegado la hora de los empresarios» (como si no lo hubiese sido siempre). No creo, finalmente, que sea una maldad especial el señalar que el alcalde que durante 9 años tuvo un polígono industrial, el de La Florida, en su concejo sin conseguir ocupar una parcela es precisamente quien desde hace años gestiona las políticas de actividad económica en Asturies. La lista de estas manifestaciones de i+i+i (y ahí sí que se invierte de manera incontinente) podría ser tan larga como ustedes quisiesen. Déjenme añadir una consideración muy pertinente, más ligada a la historia de nuestros fracasos de lo que algunos pensarían de mano: ¿Es posible que gestionen bien la economía quienes llevan como emblema en sus corazones a Carlos Marx (ese fabulador que vino a ser el pretexto y el impulso de tanta miseria y crímenes) y colocan su nombre como ejemplo en las avenidas de las ciudades donde gobiernan?
El problema no está, pues, en detectar nuestros problemas, tan ostensibles, como hace don Álvaro, ni siquiera en señalar las vías posibles de solución y progreso, tan ensayadas en todo el mundo, sino en lograr un cambio en la mentalidad mayoritaria en nuestra sociedad. Porque ya sabemos muchos lo que hay que hacer. De acuerdo. Algún otro, como el profesor y sociólogo Holm Detlev Köhler, viene apuntando reiteradamente otra obviedad: que hasta que no haya remoción de las elites asturianas no podrá haber cambio social ni renovación de nuestro tejido económico. De acuerdo también. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?
Hagan ustedes una somera comprobación de cuál es el discurso sobre el mundo y la economía dominante en nuestra sociedad; observen su repetición diaria por «los dueños del cotarro» (perdón, las «fuerzas vivas») y beneficiarios del mismo; palpen su reiteración machacona en la mayoría de los medios de comunicación y comunicadores; anoten su refuerzo a través de las instituciones dependientes de las administraciones, del empleo que éstas producen y del dinero que reparten; vean la adhesión voluntaria y entusiástica al mismo de quienes nada ganan con él pero que, engañados, deducen la certeza de su verdad de la universalidad de su presencia; constaten la cobardía, la pereza o la desidia para enfrentarse a ese discurso dominante, si es que llega a percibirse como falso. Y todo ello, sin señalar la sumisión permanente de los intereses asturianos a otros que nos son contrarios o perjudiciales, sin que ello provoque rechazo ni castigo.
«¿Quién le pone el cascabel al gato?», he dicho. Es una pregunta errónea. Corrijamos: ¿Cómo pensar siquiera en ponerle el cascabel al gato si la mayoría de los ratones piensan que deben su vida y su mediano pasar al mismo, y que, desaparecido este—que les hace creer que es su guardián mientras los diezma y consume—, su esperanza y su vida serían mucho más insufribles? Es más, la mayoría de los ratones están seguros de que la solución de sus problemas y angustias estriba en un aumento del tamaño del gato y, proporcionalmente, de su esencia actuante, de su gatesquidad.
P.S. Año 2004, un tal Zapatero: "Eliminaremos, si gobernamos, el peaje del Huerna". Año 2008, el Gobierno (de un tal Zapatero): "Las autonomías que quieran eliminar los peajes deberán correr con el coste íntegro".
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