La nueva Ley de tráfico que acaba de aprobarse el día 29 da una vuelta de tuerca más contra los ciudadanos: se agrava la sanción por algunas infracciones que no ponen en peligro la seguridad (por ejemplo, aparcar en plazas reservadas a minusválidos); aumenta la inseguridad sobre los límites de tolerancia para superar la velocidad máxima permitida (será del 3% o del 10%, ¡según los radares!), sigue establecido un límite máximo de velocidad que no tiene ningún sentido en la mayoría de las autopistas y, sobre todo, aumentan las multas y la voluntad de ponerlas, lo que se complementará llenando media España de radares.
Y todo ello, además, se ceba con una trampa: acepte usted la multa (sea o no discutible, sea o no injusta) y pague. Si lo hace le rebajaremos una buena cantidad. Esto es: trague usted y déjese de líos.
Para situar esto en su justo término cabe señalar que entre 2005 y las previsiones del 2010 de recaudación por multas suben un 125%.
Por otro lado, hay que señalar que el 40% de los accidentes se producen por fallos de los conductores (sueño, cansancio, distracción...), no por excesos de velocidad, la gran bestia negra del discurso políticamente correcto.
De la misma forma, la mayoría de los accidentes mortales no ocurren en las autovías, sino en las vías secundarias, donde no está instalado el gran parque de radares.
Podríamos seguir por este camino argumental, pero seguramente no hace falta. Resulta bastante evidente que muchas de las nuevas disposiciones de esta Ley se deben no sólo a la voluntad recaudatoria, sino al prurito mandón y ordenancista de los socialistas y su cohorte. Porque hay algunos a los que, como dice la expresión popular, les gusta más mandar (y ordenar la vida de los demás) que jo...
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