El secuestro del atunero Alakrana en aguas somalíes ha vuelto a poner de relieve, una vez más, el espectáculo bufo que, en muchas ocasiones, constituyen nuestros tribunales. Pero, fundamentalmente, lo que viene a evidenciar, es que en nuestro país «se legisla con las témporas», según he dicho aquí, en la Nueva España, decenas de veces; esto es, se legisla, de un lado, sin tener conocimiento de la realidad ni contar con ella, de otro, con la única finalidad de caer bien y ser simpático a los bienpensantes, sean cuales sean las consecuencias de lo que se legisla.
Porque, por ejemplo, al respecto del pirata de edad indefinible no es lo absurdo o lo ridículo el vodevil de contoneos y parajismos de escrúpulos que manifiestan jueces y fiscales en Madrid, sino que nuestro Parlamento haya legislado de modo y manera que un tipo que coge una ametralladora y se lanza a robar, secuestrar y matar mundo adelante sea considerado un ser no plenamente dotado de madurez, y, por lo tanto, parcial o totalmente irresponsable si no ha cumplido todavía lo dieciocho años. No es necesario recordar que, con doce y catorce años, muchos de nuestros abuelos emigraban a América, basta con mirar alrededor en nuestro mundo contemporáneo para ver la realidad tal como es, o con reparar en que nuestros gobernantes consideran suficientemente madura a una mujer de dieciséis años para que tome la decisión de abortar.
Hasta ahora ese disparate legislativo —en cuanto genérico, pues bien se podrían separar, en ese tramo de edades, tipos de delitos, gravedad de los mismos, armas utilizadas para su ejecución… —, ha servido para que determinados grupos de delincuentes se aprovechen de él y pongan a menores a cometer robos y hurtos. ¿Qué ocurrirá si grupos terroristas pasan, asimismo, a aprovechar el portillo?.
El otro elemento cuyas facetas grotescas se han puesto de manifiesto es el de la justicia global, lo que incluye el de la actuación de la justicia —por sí y ante sí— fuera de las fronteras. Es del todo seguro que el traslado a España y el sometimiento a la justicia española de los dos piratas somalíes capturados por la armada constituyen un factor que pone en peligro las vidas de los pescadores o, al menos, agrava su situación. En el mejor de los casos, encarecerá el rescate y lo dificultará.
Pues bien, ¿cómo se puede legislar sin tener en cuenta las situaciones de guerra —y el secuestro de barcos, no es más que una forma de conflicto armado— y sin pensar, en consecuencia, que, en ese marco, es la actuación de la fuerza y la política la que debe guiar la actuación del Estado, y no la aplicación burocrática de la legislación? ¿Es que nadie tiene aquí la mínima capacidad para pensar en el mundo real? ¿Sólo preocupan las exigencias de la moda bienpensante?.
(Por cierto, ¿qué clase de país es este donde se nos cuenta con detalle cuál ha sido el método y los medios para detener a una banda de mafiosos o a un grupo de terroristas, o se nos radia, como si fuese el resultado de un partido de fútbol, la actuación de la armada deteniendo piratas?).
¿«Con las témporas», he dicho que se legisla? Pues no tengan ustedes duda, porque, como en aquel chiste antiasturiano, podríamos decir:
—Señor, nuestros parlamentarios carecen de la cabeza.
—¡Serán acéfalos!
—Pues seránlo muy guapamente.
Al menos a juzgar por sus frutos.
Nota: esti ensiertu asoleyóse na Nueva España del 01/11/09
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