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Hoy, 9 de noviembre, se cumplen veinte años de la caída del muro de Berlín. O, por mejor decir, de la careta que enmascaraba la mentira de un sistema de ruina, cárceles, campos de concentración y dictadura. Y de la cortina que permitía a muchos occidentales negar la evidencia y añorar un sistema que adoraban porque creían que, en otro igual, ellos serían quienes dictasen a la gente lo que debería hacer, quienes los pastoreasen, quienes los "encaminasen hacia el bien y la verdad".
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Pero, especialmente hay que felicitarse porque, el colapso (el argayu, diríamos con una gráfica palabra asturiana) del muro y del sistema soviético (con su instrumento de opresión, el Pacto de Varsovia) permitió a millones de seres humanos gozar de la libertad y volver a ser seres humanos plenos.
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