Ficciones y realidades de la política assturiana

Asoleyo un artículu publicáu en La Nueva España el 06/03/2006. Pa que vean cuánto sigue igual, y cómo dalgunos, nesti casu concretu el PSOE, camuden el discursu de venti años ensin dalgún rubor (nesti casu sobre la Televisión Asturiana). ¡Lleguen, lleguen al final! FICCIONES Y REALIDADES DE LA POLÍTICA ASTURIANA He aquí los crudos datos de nuestra realidad: no somos capaces de bajar de los 50.000 parados, ni aún en los picos de ocupación veraniegos (aunque es cierto que el número de afiliados a la Seguridad Social ha tenido un incremento progresivo en los últimos años); nuestra tasa de desempleo es de las más altas de España (9,56% en términos EPA, rebasada únicamente por la de Extremadura, Canarias y Andalucía); la población activa asturiana es la más baja de España (47,03% / 55,68%); lo es, especialmente el segmento femenino, que, además, en las cifras de paro, supera en un tercio al número de varones (36.977, frente a 22.976, en los datos de enero de este año). Todo ello podría ser peor aún si no existiesen en Asturies una pléyade de prejubilados o de jóvenes emigrados, grupos ambos que, aunque no contabilizados como tales, son en realidad parados que el sistema no puede asimilar. Esos datos de primera línea aún tienen un peor cariz si examinamos la composición de algunas variables de los mismos. Así, los jóvenes asalariados de entre 18 y 25 años (56.000) tienen unos ingresos medios de 6.852 euros anuales, un guarismo inferior en casi 600 euros al promedio del Estado y la cuarta cifra más baja de España. En el caso de las mujeres los sueldos son todavía inferiores, 5.108 euros anuales, lo que no quiere decir que cobren menos por el mismo trabajo, sino que su empleo es de menor cualificación media. En una palabra, todos esos datos nos hablan de una economía relativamente estancada –y, por tanto, incapaz ocupar la población–; que tiene un número muy limitado de actividades económicamente punteras, las que proporcionan mejores empleos –y, por ello, ofrece salarios bajos o expulsa a la emigración–; y que, mientras mantiene en un nivel de rentas relativamente alto al sector mayor de 35 años, va mostrando su evolución futura en los salarios de los jóvenes, las mujeres, la emigración y, parcialmente, en el creciente número de autónomos que lo son en actividades antiguamente típicas de asalariados. Pero lo más grave de todo ello es que esos datos no responden a una coyuntura: SON NUESTRA REALIDAD. Dicho en otros términos: desde que existen autonomía y democracia, Asturies no ha dejado de perder posiciones en el conjunto de España. Así, en términos absolutos, hemos sido la comunidad que menos ha crecido desde la incorporación a la UE, y desde esa fecha (1986) hasta el 2004 hemos perdido 11,37 puntos en relación con la media nacional del PIB por habitante. Parece evidente que la responsabilidad de todo ello reside en quienes han venido gobernándonos –los partidos dependientes de Madrid– desde que existe la posibilidad de que los ciudadanos elijan a sus dirigentes, tanto en los ayuntamientos como en las comunidades autónomas y en el Gobierno del Estado. Ello, en el obvio entendimiento de que la política y la Administración tienen alguna influencia sobre la realidad, porque, de no ser así, más valdría cerrar todas las instituciones (se aclara esto dado que muchos ciudadanos piensan que “los suyos”, cuando gobiernan, no pueden hacer nada, ¡prubinos!, porque están atados por las fuerzas del mal). ¿Son éstas, las económicas, las preocupaciones de las fuerzas políticas representadas en nuestras instituciones? Más bien, no. Principalmente sus debates versan sobre “la política de los políticos” (por ejemplo, en estos días, sobre la Sindicatura de Cuentas); se afanan en engarradielles que son ajustes de cuentas por delegación (la guerra de Irak, la lucha antiterrorista), y en las que reiteran los gestos y las gracias que aprenden de sus mayores en Madrid; contienden en justas que son resultado de las imposiciones de sus jefes o que se realizan para contentar a poderes de otras comunidades (téngase por tal, para el PSOE, y, a resultas, para el PP, el debate estatutario). Es cierto que, a veces, tratan sobre asuntos económicos y que, siempre, tienen mucho dinero que gestionar. Pero, en general, lo que dicen sobre ello es puramente banal o desencaminado, si no es ya que se aprovecha la ocasión con el único objetivo de morder al enemigo con los caniles de un correligionario del mordido (piénsese en el comportamiento del PP a propósito de los fondos mineros). Y, en todo caso, la gestión es mala, lenta, y camina en sentido inverso a la realidad. Prueba fehaciente de ese continuo despropósito lo son los datos de nuestra economía, que recordábamos al principio de este artículo, o la evaluación de los escasos resultados reales que han dado los cuantiosísimos fondos extraordinarios que hemos recibido del Estado o de Europa. Lo que no les falta a los benditos es una cara dura extraordinaria para cometer fraude de verdad o llamar “blanco” a lo que han dicho “negro” durante lustros. Una sola muestra: durante dos décadas el PSOE se ha opuesto a la televisión asturiana que desde el PAS proponíamos (y ha llegado o votar, en unión de IU, contra una inicial dotación presupuestaria para la misma). Todo ello acompañado de una intensa campaña de agitación soterrada contra los proponentes, y el discurso de que Asturies no se lo podía permitir por razones económicas, y que, sobremanera, habiendo tanto paro, debían ser otras las prioridades. Pues bien, hace dos semanas don Fernando Lastra, director destacado de aquel discurso, manifestaba: a) que la televisión asturiana era un gasto asumible y necesario; b) que generaría empleo y una potente economía a su alrededor (un argumento nuestro, por cierto, pero de hace veinte años); c) que oponerse a ella era ¡”una actitud reaccionaria”! No se pregunten ustedes por el valor de don Fernando, que lo tiene demostrado hasta la saciedad, indaguen más bien entre los afiliados al PSOE, sindicalistas afines y simpatizantes de la primera línea, que repitieron con empeño aquel mismo discurso anti-televisión por las calles y plazas durante tanto tiempo. Averigüen si es que se acuerdan de sus palabras de ayer; inquieran si observan alguna contradicción entre lo que entonces creían y hoy sostienen; cuestionen si sienten pudor o manifiestan rubor por ello. Por si esta política fundamentalmente intrascendente, autista, servil e incompetente fuera poco, la representación social y política de nuestra estructura económica responde a parámetros del pasado (y a intereses, por tanto, minoritarios) y no del presente. Piensen ustedes, por un decir, que sobre un total de 410.000 ocupados, los servicios emplean a 260.000 personas (más de las tres quintas partes del global), y que los autónomos, 68.000, suponen tanto como el conjunto de los trabajadores industriales, 70.000. Sin embargo ni los trabajadores de los servicios ni los autónomos apenas presencia en el discurso ni en la representación pública, ocupada por sectores o subsectores que apenas rebasan los 6.000 o 7.000 empleos. Y es que no es tanto la estructura económica la que condiciona la representación de la misma, cuanto los discursos que consiguen instalarse como verdaderos para describirla, suplantarla o dirigirla. El problema más acuciante de la sociedad asturiana reside en la incapacidad colectiva para identificar nuestra dificultades reales y los responsables de las mismas. Ese es nuestro verdadero, y trágico, conflicto de identidad. Hasta que no lo resolvamos, las cosas seguirán como hasta ahora: desde lo malo hacia lo peor.

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