La falacia del consenso

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(Ayer, en La Nueva España) LA FALACIA DEL CONSENSO O engañifla, o mentira, o trampa saducea. Creo que fue doña Teresa Fernández de la Vega, abriendo el ciclo de conferencias del RIDEA para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la aprobación del Estatutu, quien por primera vez lanzó la idea casi conminatoria: “la reforma del Estatuto ha de hacerse por consenso, como se hizo hace cuarenta años”. Vengamos a un acuerdo reciente, el que firmaron, bajo los auspicios del Gobierno, sindicatos y CEOE. ¿Habría habido acuerdo si cada una de las partes hubiese mantenido todas sus exigencias sin caminar al encuentro de la otra? No. ¿Hablaríamos de consenso si una de las dos partes, digamos con el apoyo del Ejecutivo, hubiese impuesto sus exigencias en el texto final, sin considerar las demandas de la otra? Tampoco. En esos supuestos, y suponiendo que el Gobierno no hubiese legislado, ¿habría nueva legislación laboral? Ninguna. El consenso se produce porque cada una de las partes cede algo de lo suyo y acepta algo de la otra: se camina hacia el encuentro. Pues bien, en la reforma estatutaria asturiana no cabe consenso alguno, porque una de las partes (PP, CS, Vox) no está dispuesta a dar ni un solo paso hacia uno de los dos elementos claves de la reforma, la oficialidad del asturiano (el otro, salvo locura de petición competencial disparatada, es el de la duración de cuatro años del nuevo mandato a mitad de período electoral). Ni quórum, ni tiempos, ni limitaciones, ni…, nada, pura y simplemente, “de ningún modo”. Pues bien, para mi asombro, la idea del consenso como condición ineludible para la reforma estatutaria se ha convertido durante estos meses en un caudaloso e incesante torrente. Pero no nos engañemos, salvo algunos ingenuos o bienintencionados, lo que proclaman todas estas voces no es la exigencia de un consenso, sino una negativa a la oficialidad, pues, planteados los términos reales del debate como están, es lo que de facto, aquí y ahora, significa “consenso”: “Fuera el asturiano del espacio público”. Pero es que una parte del argumento, la comparación con la tramitación del parto estatutario, es absolutamente falsa. El Estatu no se aprobó –por ejemplo, el artículo 4º– por consenso, sino por mayorías en cada uno de sus artículos. En lo que sí hubo consenso fue en la aceptación democrática de los resultados. Todas las fueras políticas votaron afirmativamente al conjunto del texto, fuera cual fuera su éxito o derrota en cada uno de los artículos controvertidos. (Hubo, es verdad, el detalle de AP, a través de Juan Luis de la Vallina, de abstenerse para que no hubiese un voto negativo al conjunto). La falacia del consenso, de manera indirecta, o taimada, si lo prefieren, la ha utilizado Foro en la negociación. El 5 de noviembre publicaba yo en estas páginas un artículo titulado “Foro y su trampa saducea” en que manifestaba lo que era casi mi certeza de que el partido no pretendía llegar a ningún acuerdo sobre la oficialidad, pues planteaba cuestiones que sabía que, tal como estaban formuladas, en términos absolutos e inmodificables, eran inaceptables para las fuerzas de izquierdas. Es decir, Foro planteaba el consenso desde la exigencia de que los demás se moviesen de sus posiciones para realizar todo el camino hacia las suyas. Esa posición le ha permitido ocupar durante meses un amplio espacio en los medios, espacio que, de otro modo, con su representación no hubiera tenido. Si esa campaña propagandística lo va a beneficiar o no es otra cuestión, pero así ha sido. En todo caso, ya lo saben, cuando oigan la palabra “consenso”, si son parte de una negociación, miren a ver si su contrario tiene los pies clavados en el suelo para no moverse; si son oyentes, pónganse arrectis auribus, coles oreyes bien tieses, probablemente quieren decir otra cosa, y hasta es posible que los quieran engañar. Como dice el clásico, “latet anguis in herba”, un áspid se oculta bajo la hierba. Por cierto, ahora que ha concluido la pirotecnia, es hora de que el Gobierno asturiano se ponga en serio a hacer por el asturiano lo que debería venir haciendo hace tiempo en lo que puede, donde puede, y para lo que no necesita más consenso que su voluntad.

Clemenceau, las campanas y las leyes

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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU CLEMENCEAU, LAS CAMPANAS Y LAS LEYES Cuenta la leyenda que, preguntado un capitán del XVI por qué no se habían tocado las campanas para celebrar una conquista, el militar empezó: “Lo primero, porque no había campanas”. Su interlocutor exclamó: “¡basta!”. Un juzgado de lo social de Alicante ha fallado contra la consellería de Sanidad de Valencia a indemnizar con entre 5.000 y 49.180 euros a 145 facultativos por falta de medidas de protección contra el covid en los primeros momentos de la pandemia. Recordarán aquellos momentos porque no podían ustedes hacerse con mascarillas ni guantes; en los hospitales se fabricaban equipos de protección con plásticos; los gobiernos europeos buscaban desesperadamente por el mundo suministros, los disputaban y hasta se los robaban; es decir, no había. El juzgado de Alicante entiende que esto es así, pero que, en cualquier caso, la obligación del Ejecutivo era proteger a sus empleados. Así que no importa que no hubiera campanas, hubieran debido tocarse aunque no las hubiera. Pero el problema de la sentencia no es solo el de su ilogicidad, sino que abre una espicha que pudiera producir decenas de fallos en el mismo sentido en otros tribunales. El problema es que ese dinero, producido por un hecho inevitable (salvo que no se atendiese a los enfermos), no sale de los bolsillos del Ejecutivo, sino del de cada uno de nosotros. En cierta ocasión, en el ámbito también de lo social, tuve que asistir a una sentencia traídisima por los pelos (o, más bien, por la calva monda y lironda) que beneficiaba a un particular en detrimento del dinero público, es decir, del de usted y mío. El abogado que llevaba la causa pública trazó una parábola sobre el ámbito judicial de lo social trayendo a colación una frase de Clemenceau en relación con el “caso Dreyfus”: “La justicia militar es a la justicia, lo que la música militar es a la música”. Pues eso.

L'anunciáu sonetu de Góngora col artículu de güei (Una garzonada de ida y vuelta)

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L'anunciáu sonetu de Góngora col artículu de güei (Una garzonada de ida y vuelta). La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas distilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, | amantes, no toquéis, si queréis vida; porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. | No os engañen las rosas que a la Aurora Diréis que, aljofaradas y olorosas, Se le cayeron del purpúreo seno; | Manzanas son de Tántalo, y no rosas, que pronto huyen del que incitan hora y sólo del Amor queda el veneno.

Una garzonada de ida y vuelta (y un prósimu sonetu de Góngora)

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(Ayer, en La Nueva España) UNA GARZONADA DE IDA Y VUELTA Las declaraciones de Garzón publicadas en The Guardian el 26 de diciembre del pasado año son más bien las de un tertuliano o un diletante, no las propias de un ministro de un Gobierno en el ejercicio de su cargo. Un ministro no puede hablar en términos “mundanos” como los que habla ni con enunciados irresponsables e imprecisos. Pero es que, además, la entrevista constituye, en gran medida, una reivindicación de su labor en el ministerio y un ataque a sus compañeros de Gobierno, es decir, un discurso de promoción personal. Don Alberto afirma que las macrogranjas “exportan esta carne de calidad pobre de estos animales maltratados”. ¿Es todo lo que dice? No. ¿Habla bien de la ganadería extensiva? Sí. Pero ahí está la idea: “España (que es el quinto exportador mundial de carne de vaca y el primero de cerdo) exporta carne de calidad pobre de animales maltratados”. ¿Puede eso perjudicar a las exportaciones de carne? Evidentemente. ¿Mucho o poco? Dependerá. En todo caso la entrevista viene ilustrada con una foto de jamones y este pie: “Rows of dry-cured Jamon Iberico de bellota (acorns) in the Estrella de Castilla factory in Guijuelo, near Salamanca, Spain”. Razón tienen, pues, los socialistas, y especialmente el ministro Luis Planas en quejarse de Garzón y en corregirlo: "Los alimentos de España son los mejores productos agroalimentarios del mundo y todos cumplen con los mayores estándares de calidad”. Imprecisos: ¿Qué son las macrogranjas? Pues no existe ese concepto en la legislación española. Así que son lo que a Garzón o sus coopinólogos les parezca excesivo, ¿2.000, 3.000, tal vez 4.000 animales. ¿Pero existe legislación al respecto de cualquier explotación ganadera? Sí. ¿Se vigila la contaminación? Sí. ¿Se permite el maltrato animal? No. ¿Hay fallos de vigilancia? ¿Deben modificarse las leyes? Actúe el ministro desde el Gobierno, no haciendo propaganda de su discurso sobre el mundo en un medio de gran difusión. Está, además, su discurso ideológico: en España se come demasiada carne –proclama–, parte de la resistencia a reducir ese consumo está en el machismo: «Quienes han criticado mi campaña [una anterior de julio, de la que ahora hablaremos] son los hombres que sentían que su masculinidad se vería afectada por no poder comer un trozo de carne o hacer una barbacoa». Como un tertuliano cualquiera, como un… evitemos el término asturiano. Y es que estas declaraciones eran una segunda vuelta de unas semejantes en julio, que también corrieron a contrariar el ministro Luis Planas y Pedro Sánchez. ¿Se acuerdan?: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible”. Seguramente para don Alberto es don Pedro otro de esos afectados en su masculinidad cuando se les pide reducir el consumo de carne. Tal vez disparaba directamente contra él, en venganza. Porque la entrevista se presenta también como una queja contra el propio Gobierno del que forma parte. El periodista recuerda que sus declaraciones fueron rechazadas y que se hizo chanza de ellas por los propios compañeros del Ejecutivo. Y presume don Alberto: “Fue la primera vez que alguien en un gobierno español decía lo que llevan diciendo los científicos desde hace mucho tiempo”. Añadiendo: “Necesitamos seguir insistiendo y no hay un solo partido político que nos apoye. Ninguno. Ni siquiera en el Gobierno de coalición”. La reacción del PP mordiendo en las palabras de don Alberto e insistiendo en ellas es lo esperable en un partido de oposición, como también son esperables las reacciones del PSOE a la vista de la garzonada. Lo que sí resultó una novedad llamativa fue la respuesta del mundo podemita: negó las declaraciones de Garzón (“un bulo”) e hizo correr con éxito entre los suyos el bulo de que todo era un bulo, como primera línea de combate. Solo algunos, cuando se les apretaba mucho, precisaban que lo importante era la defensa de la ganadería extensiva, y no aquellas “naderías” de la exportación de carne de mala calidad y el maltrato. Y aquí llegamos a la parte mollar de la cuestión, en la que nadie repara o quiere entrar. Si eliminamos la ganadería intensiva y permitimos solo la extensiva (la del ganado en libertad, para entendernos), como pretenden don Alberto y sus coopinólogos, ¿cuál será la producción de proteínas?, ¿cuánto su costo en las tablajerías o los supermercados?, ¿quién podrá acceder a ellas?, ¿volverá a ser el pollo un plato excepcional para Navidades y grandes ocasiones?, ¿los huevos quedarán reservados, como encarecía la frase tradicional, para los padres? En los últimos tiempos, los grandes discursos de izquierdas parecen olvidarse del objetivo central de toda política, el ciudadano común, especialmente el que tiene más dificultades para acceder a bienes y servicios.

La soledad del clero y de los fieles

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(Ayer, en La Nueva España) LA SOLEDAD DEL CLERO Y DE LOS FIELES LA NUEVA ESPAÑA entrevista al párroco de San Miguel, Xixón, José Ángel Pravos Martín. Se queja de que “el clero está cada vez más solo, con un montón de parroquias para cuatro curas”; de la edad de los clérigos (“la media de edad es muy alta”); de su inevitable disminución (“en cinco o diez años habrá un 15% menos de sacerdotes activos”); de la drástica mengua de los fieles (“en algunas zonas la asistencia es muy relativa”, “el número de fieles está bajando”). Lamenta que seamos “una sociedad donde cada día más se aparta lo religioso y la fe, y hasta se está en contra de ello”. Nada que ustedes no sepan: en la mayor parte de Europa lo religioso tiende a desaparecer desde hace décadas, particularmente, lo religioso de raíz cristiana. Los fieles que ocupan las iglesias son pocos, en su mayoría, de una edad elevada. Funerales, bodas y bautizos, los actos sociales, son los únicos momentos capaces de congregar un número estimable de asistentes. A mí, que no soy usuario de los servicios de la Iglesia, salvo por razones sociales (he abandonado aquella “masculinidad–incredulidad” militante de quedarse a la puerta durante los entierros: honramos al muerto en esos actos, acompañamos a sus familiares, no al cura), esta progresiva, y creo que irreversible, decadencia me llena de señardá, porque representa la práctica extinción de una tradición y una cultura milenaria, que ha impregnado nuestras artes; ahormado nuestras leyes y maneras de ver el mundo; creado tradiciones y festividades. Y provoca en mí la empatía hacia tantas personas, fundamentalmente mayores, que ven cómo el mundo que habían creído firme e inmutable desde su infancia se va desvaneciendo poco a poco. Lo curioso es que hay una pléyade de personas que siguen combatiendo lo religioso y la Iglesia –en cuyo seno muchos de ellos se formaron– como si fuese la omnipresente entidad de hace décadas.

¡Fuera del espacio público!

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(Ayer, en La Nueva España) ¡FUERA DEL ESPACIO PÚBLICO! Un niño en la radio. “Aquellos eran Reyes Magos de mentira, porque hablaban asturiano, que no es una lengua permitida. Todavía, si fuese catalán en Cataluña, que sí lo es, o el castellano que hablamos en toda España”. Es evidente lo que dice el infante: aquellos Reyes no es que “hablasen mal”, es que hablaban lo indecible, lo que no se puede utilizar en el espacio público, en consecuencia, su hablar delata su progenie: son falsos. Es difícil encontrar una muestra más fehaciente de lo que está en debate con la cuestión de la oficialidad: la exclusión de la lengua asturiana del espacio público, del espacio de lo decoroso, su marginalidad (actual) y marginalización (ad aeternum). Las numerosas voces contra la oficialidad del asturiano, pretiriendo algunas chocarreras, insultantes o pintorescas, tienen unos cuantos argumentos: su costo en dinero, el peligro de un nacionalismo excluyente, la pretendida multiplicidad dialectal y la imposibilidad, por tanto, de una transcripción coherente (¿). Pero ya argumenten así desde la racionalidad o solamente desde el prejuicio o la manía, que de todo hay, el objetivo y las consecuencias de su postura son siempre los mismos: la voluntad de excluir el asturiano del espacio público, con dignidad y posibilidades parejas a las del castellano. El mozo, que repite lo que oye, realiza una inferencia impecable: “si no es bueno, no puede ser usado por los buenos; y si se usa en el espacio público, donde solo puede enseñarse lo decoroso, es que sus usuarios no tienen la autenticidad para hallarse en él”. Otro ejemplo de estos días. La consejera de Educación, doña Lydia Espina, persona de larga trayectoria política, miembro de un partido que dice apoyar la oficialidad, hablante ella misma de asturiano, jefe de docentes que enseñan asturiano en escuelas e institutos. La entrevistan. “Los nenos”, dice, y corrige: “perdón los niños”. He aquí otra vez lo mismo: fuera el asturiano del espacio público, del espacio del decoro y la dignidad. Si en el caso del chico era él quien censuraba y excluía en la práctica a los Reyes, es ahora la misma consejera quien se expulsa a sí misma. Son los demás, a través de la conciencia de la exigencia social del decoro, quienes la obligan a borrar sus palabras de ese espacio. Y fíjense, no es un discurso en “asturiano académico”, es una simple palabra: eso es lo que se margina “de los salones nobles sociales”, cualquier manifestación de lo nefando. ¿Entonces para qué dicen que vale “el bable” quienes afirman que lo aman y que tiene su sitio? Pues para contar chistes. Aquel, por ejemplo, en el médico. —¡Ai!, dotor, el mio paisanu carez de la cabeza. —Será acéfalo. —Serálo mui guapamente. Para eso, para que el doctor, el contador y los oyentes se rían; en su ignorancia, por cierto, de que la señora habla correctamente, porque “padecer” es lo que significa “carecer” en asturiano. Son ellos los que son ignorantes, pero como la lengua del espacio público decoroso es únicamente para ellos el castellano, la esposa del paciente habla risiblemente. O aquello otro que tantos amigos de los bables y, al menos, dos tribus universitarias anti oficialidad (digámoslo claramente, anti asturiano) repiten con frecuencia: “—U ta pá”. —“ta pa Ponga”. —“U ta ma”. —“Ta pa Tebongo”. Como si fuese una lengua de salvajes. Lo que provoca no solo la risa, sino la justificación de su marginalización. A fin de cuentas, burla y marginalización, que se ha hecho y se hace en todo el mundo con las lenguas de los que se tienen por inferiores o que arrastran al presente esa condición, lo que han hecho teatro y villancicos castellanos del XVII y XVIII. Como nos ejemplifica una profesora universitaria de origen alemán que, sobre incluirse en la estirpe buenista, se manifiesta contra la oficialidad del asturiano en LA NUEVA ESPAÑA DEL 03/01/2322: “En la escuela primaria [en Alemania] aprendemos el estándar y en el Instituto, a veces en plan de cachondeo, hablábamos en nuestros dialectos. En los bables de mi región no hay ninguna academia de la lengua, ni se estudian, ni hay idea de implantarlos en el colegio, ni voluntad política de fomentarlos. Todo lo contrario. Los bables alemanes solo se usan para el humor, para Carnaval”. Pues como siempre, señora, como siempre: exclusión del espacio público, risa y marginalización. Es esa la única y verdadera pelea. Pero el excluirse del espacio público los hablantes, como afirma la citada docente, no es el producto de la exclusiva voluntad de los mismos, sino de la presión (actual e histórica) sobre su lengua y contra ellos. Que se lo pregunten a doña Lydia Espina. Algunos le ponen la etiqueta de “diglosia”.

Ñisales, Prunus Pisardii, Prunus cerasifera atropurpurea, El Piles,

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Dende hai unos años vengo apuntando l'apaición de les primeres flores nes ñisales o cagarrionales del institutu El Piles, que dan una cargazón de ñisos, cagarriones o piripirulos encarnaos, en sazón allá pa finales de mayu. El nome científicu de los árboles (son dos), ye'l de Prunus cerasifera atropurpurea o Prunus Pisardii. Dende que me xubilaron ye'l mio compañeru y amigu José Luis Fernández López, Pepe, el que me manda eses semeyes. Estes únviameles el 12/01/2022, y señala que salieren peles mesmes feches de la famosa "Filomena" (el nome griegu del reiseñor, masque, propiamente, Filomela) del añu pasáu, que tanta ñeve y fríu traxo. En fin, en tou casu, y como tolos años, les flores de les dos ñisales lleguen col primer aumentu de la llume'l día. Y a partir d'equí entamen les floraciones de munchos árboles. Gracies, Pepe.
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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU UNA VOZ PATRIÓTICA ASTURIANA EN LA EMIGRACIÓN Montevideo. 1885. La Gralla, periódico catalanista escrito en catalán. El 14 de junio, reseña un artículo del 31 de mayo de otra publicación montevideana, La Voz Asturiana. Esta, que pretende “ser eco fiel de las históricas tradiciones y noticias de nuestra provincia natal”, al saludar la aparición de La Gralla declaró: “No somos cantonalistas; pero sí regionalistas dentro de la unidad nacional. Rechazamos el centralismo, que es la ruina de los pueblos”. El artículo reseñado está escrito por Rafael (Fernández) Calzada, un naviego emigrado, de vida exitosa en Argentina. Rafael Calzada se ha educado en la visión federalista de Pi Margall, que ya su padre profesaba. La Gralla afirma que el programa de Calzada es idéntico al del catalanismo del periódico, y que si ellos se hubiesen atrevido a decir lo mismo hubiesen sido tildados de separatistas. Y glosa las razones que el naviego aduce a la pregunta de por qué se muere por la patria, cuya enumeración cierra éste: “formando así lo que se llama la nacionalidad, cuyo honor y grandeza es la eterna preocupación de todos y cada uno de los que la constituyen” Y tras ese resumen concluye: “Hoy se advierte un gran movimiento regional en todas las provincias del norte de España, y los hijos de aquellas mismas provincias que viven aquí no deben pasar por alto tan patriótico movimiento, pues va encaminado a reconquistar lo que nos ha robado la absorbente metrópoli: la fisonomía provincial”. Sumamente llamativo: el fondo identitario asturiano reforzado por el federalismo pimargaliano sirviendo de modelo al catalanismo en la emigración americana. En todo caso, no deben olvidarse dos cosas: la potente presencia del federalismo en Asturies durante los últimos años del XIX, y el que Asturies era una de las naciones que formaban parte del proyecto de Constitución Federal de 1873. ¿Qué dirán los centralistas que piensan que eso de la nacionalidad asturiana es un invento?

DEL “NIN TE MUEVAS” AL “QUITA P’ALLÁ”

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(La Nueva España, 09/01/2022) DEL “NIN TE MUEVAS” AL “QUITA P’ALLÁ” ¿Se acuerdan de cuando no podían salir de casa por la pandemia, tan solo a comprar, y les registraban la bolsa por si lo había hecho de verdad? ¿De aquellos tiempos posteriores en que sí podían salir, pero por tramos horarios según la edad? ¿De la época en que estuvieron cerradas las empresas porque solo se podían realizar determinadas actividades? Bien, dirán ustedes, pero eso era en aquellos largos meses en que no estaba vacunada una gran parte de la población. De acuerdo, pero vengan ustedes más acá, a los días previos a las Navidades, sí, previos. Recordemos: si uno tenía síntomas de contagio debía realizar una PCR y, en caso de ser positivo, recluirse en casa, y, dentro de casa, aislarse de los demás habitantes de la misma; y debería hacerlo durante diez días y no volver a salir hasta no tener una PCR negativa. Y dar noticia de todos sus contactos. ¿Lo olvidan? ¿No, verdad? Y la misma víspera de la Pascua, cuando toda España corrió a comprar pruebas de antígenos, todos nos repetían lo mismo, desde los expertos a la ministra de Sanidad: “Los test de antígenos no son de fiar, pueden provocar una falsa sensación de seguridad, pues podemos estar infectados y no dar positivo”. Todos. Advertencia universal y machaconamente reiterada. Pues bien, han pasado pocos días, una semana escasa, y hete aquí que el SESPA va a poner en marcha un par de puntos (en Uviéu y Xixón) para realizar test de antígenos, más rápidos y más baratos; eso sí, cuando los manden los médicos de atención primaria (con los que es imposible conectar a ninguna hora, salvo personándose en los centros de salud y esperando largas colas). La cuarentena para los infectados ha pasado de diez días a siete, y si usted no tiene síntomas en los tres últimos días, no hace la segunda PCR. Y mientras algunas comunidades pretendían seguir poniendo en cuarentena cualquier contacto estrecho de un contagiado, se ha decidido no hacerlo con ellos si es que están vacunados. Lo mismo ocurre con el rastreo de contactos: se ha abandonado en la práctica y se deja la cuestión en manos de la prudencia y la sensatez de encovidados y contactos. En todo caso, anoten ustedes la recomendación más reiterada, una y otra vez, “no llamen a su centro de salud para casi nada”, ni bajas laborales, ni sospechas, ni peticiones de pruebas, ni… Nada, salvo en caso de síntomas muy graves. Pero es igual que llamen, nunca contestará el teléfono por estar siempre ocupado. ¿Las razones? Parecen y se aducen estas: la pandemia está descontrolada por el número de casos y es inabordable. Los centros de primaria están colapsados. Se teme dañar gravísimamente la economía. Lo ha dicho Pedro Sánchez en su última alocución: “Hay que convivir con el virus”. Sobre esas realidades se construyen una serie de argumentaciones basadas en medias verdades científicas, que, en cuanto que no son certezas, son simplemente falacias. La primera, que la variante ómicron, si bien más contagiosa que la delta, es menos dañina. Hace un mes se decía exactamente lo contrario. En todo caso, puede que su menor gravedad se deba a las vacunas y no a ella misma, sin olvidar que el crecimiento exponencial de esta sexta ola se debió inicialmente a la delta y no a la recién llegada. En concreto, en el momento del “quita p’allá” de la última semana, delta constituía el cincuenta por ciento de las infecciones. Paralelamente a este supuesto reciente de la menor gravedad, corren otros que son más deseos que certidumbres: que esta variante ha venido para ser la triunfadora definitiva (lo que implica que no aparecerán otras) y que se instalará, con su menor gravedad, como un virus permanente, una especie de gripe (que, por cierto, ¿úla?, por segundo año consecutivo, sin que nadie haya sido capaz de explicar su ausencia en relación con el covid). Finalmente, que hacia mediados de mes disminuirá la cifra de contagios, con lo que, tal vez, no se saturen los hospitales como ya lo está la atención primaria. LAS MASCARILLAS Y EL DISPARATE DEL PASAPORTE COVID El Gobierno central y los autonómicos han tratado de compensar esta restricción de medidas con dos muy discutibles, la obligatoriedad del uso de mascarillas en exteriores y la exigencia del certificado de vacunación para acceder a determinados sitios. En ambos casos, la utilidad es dudosa, en el primero porque es difícil contagiarse al aire libre; en el segundo, porque el vacunado puede contagiar igual, aunque el que lo esté aporta una cierta seguridad (una cierta probabilidad de no hacerlo) y, como efecto colateral, ha empujado a vacunarse a muchos que no lo habían hecho antes. Ahora bien, la exigencia del certificado ha causado problemas en muchos sitios al ser requerido. Aparte de lo que hayan leído en las redes, yo personalmente he visto llamar “franquista” y “dictador” en dos casos a hosteleros que lo pedían; del mismo modo, he contemplado cómo hubo que impedir la entrada en sendos establecimientos a personas de edad, una de ellas en silla de ruedas. Y es que aquí, como en tantas ocasiones, nuestros políticos legislan “con las témporas”, según he dicho muchas veces, con un profundo desconocimiento de la realidad. Han partido de la idea de que todo el mundo dispone de un teléfono inteligente o un ordenador, y que sabe moverse en el mundo digital. ¡Con lo fácil que hubiera sido eximir del pasaporte a los mayores de sesenta o setenta años, por ejemplo, que son, por cierto, quienes tienen las dosis más altas de vacunación! Porque ello no solo ha causado molestias y disgustos a los ciudadanos, sino que ha colapsado los centros de salud y sus teléfonos, con colas y colas de personas demandando ayuda para hacerse con el dichoso certificado o telefoneando insistentemente sin respuesta. Pero, en fin, estos son nuestros cráneos privilegiados.

Sin duda, mejor con autonomía

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(En La Nueva España del 30/12/2021, nun estraordinariu dedicáu al cuadraxésimu aniversariu del Estatutu. SIN DUDA. MEJOR CON AUTONOMÍA Últimamente ha decaído en las encuestas el fervor por la autonomía, pero aún así siguen siendo mayoría los asturianos que apuestan por ella, frente a los partidarios de una vuelta a un sistema competencial centralizado. A estos últimos los mueven, en general, dos tipos de razones, una que consiste en un complejo emocional donde se junta la añoranza de supuestos mejores tiempos pasados con premisas ideológicas; otra, la de una hipotética mayor eficacia del centralismo, unida a un supuesto menor coste. Quizás, antes de adentrarnos en debates tan abstractos, deberíamos tocar tierra con ejemplos concretos, videlicet, ¿existirian los hospitales de Xarrio (1989) y Les Arriondes (1987) de no existir la autonomía asturiana? Pues seguramente no, especialmente este último, fruto de la presión social y política de la zona. Ambos hospitales, con sus carencias, que se suplementan con los servicios del HUCA, prestan, sin embargo, un valioso servicio en sus respectivas zonas, tanto a los enfermos, ingresados o no, como a sus familiares. He ahí, uno de los frutos de la autonomía. Alejémonos ahora del examen a ras de tierra. Pensemos en el conocimiento de los problemas reales de la población, en toda la extensión de nuestro territorio, de norte a sur, de este a oeste. ¿Sería más fácil su conocimiento para una Administración cuyo centro estuviese en Madrid y que aquí contase solo, como antaño, con delegados territoriales? La respuesta es obvia, tan patente como lo son sus limitaciones en el pasado. Démosle la vuelta: ¿podrían los ciudadanos trasladar con más facilidad sus exigencias o necesidades a un poder radicado en la capital del Reino a través de delegados de ese poder? Es difícil dar más que una contestación negativa a esa pregunta. Aún más: ¿presionarían sobre el poder central con más insistencia y fuerza unos subordinados cuya carrera depende fundamentalmente del agrado que causen a sus superiores de lo que lo pueden hacer, aun con todas las limitaciones que ustedes quieran, quienes dependen en parte de los ciudadanos que los votan? Es sabido que en Madrid se postergan, a veces por décadas, las soluciones de los problemas de Asturies y se favorecen las inversiones en las comunidades más poderosas políticamente (AVE, cercanías, soterramientos de trenes, estaciones de los mismos, carreteras, obra pública en general), es cierto que, en parte, por la sumisión a Madrid de nuestros diputados cuando son los suyos los que allí mandan, ¿pero se imaginan lo que ocurriría si ni siquiera dispusiésemos de la presencia y capacidad de exigencia que supone el poder autonómico, por limitado que sea? En algunos aspectos, es indudable que la existencia de la autonomía ha supuesto un elemento decisivo para defender e impulsar nuestra cultura: museos, monumentos, conocimiento en la escuela de nuestras tradiciones. Y, sobremanera, ¿sin la autonomía qué podríamos haber hecho a favor de nuestra lengua, aun con el incumplimiento del artículo tercero de la Constitución y la deficiente ejecución de la Ley de Uso? Es más, dentro de sus limitaciones y ramplonería, ¿cuánto no contribuye nuestra televisión al conocimiento de Asturies y de los asturianos entre sí y al refuerzo de la identidad colectiva? No ocultaré que una de las razones contrarias a la autonomía es el de los costes de la Xunta y del Gobiernu, así como la de la poca utilidad visible de los parlamentarios, argumentos que se refuerzan en estos tiempos (como en casi todos) con el desprestigio de la política. A ello puede oponérsele razonablemente lo que vendría ser el “lucro cesante” de su inexistencia, al no poder ser receptores ni transmisores de los problemas y exigencias de los ciudadanos, y el de no ejercer, en caso de no existir, el control y censura del Gobierno y la Administración, operativos en todo caso, ya sitos en el Gobierno central, ya en las delegaciones territoriales. La voluntad autonomista, que lo es de cercanía al ciudadano y de mejor gestión de las cosas, no debe, sin embargo, llevarnos a reclamar competencias indebidamente valoradas, como ha afirmado correctamente el Vicepresidente Cofiño a propósito de la de los ríos (“No aceptaremos esa competencia a cualquier precio”). No olvidamos que en el traspaso de Educación se nos “espetaron” 12.000 millones de pesetas de pufo y nada menos que La Laboral y su gestión, sin una sola perrona para su atención. Tampoco deberíamos, por una vocación autonómica idealista o por mera imitación, reclamar competencias que nos serán de muy difícil gestión por nuestro tamaño y la debilidad social de control y transparencia que conlleva dicho tamaño, como la de prisiones o la de la creación de una policía autonómica. Lo que sí parece absolutamente necesario modificar en la reforma estatutaria es nuestro sometimiento a la convocatoria general de elecciones de las “autonomías del 145” en caso de convocatoria anticipada de elecciones durante el cuatrienio posterior a una elección dentro del calendario general. Ese sometimiento al interés general de los partidos de ámbito estatal no solo es una negación de la autonomía, sino que supone un despilfarro económico injustificable, no únicamente por los gastos electorales, sino por la paralización administrativa y de ejecución de proyectos. Bajemos a tierra otra vez. Concluyamos con una manifestación patente de la utilidad de la autonomía: la magnífica gestión que de la vacunación ha hecho durante la pandemia nuestro Gobiernu, es decir, nuestra autonomía.

Éxitos empresariales

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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU ÉXITOS EMPRESARIALES Uno se alegra cuando a las empresas asturianas les va bien, y más si son empresas que se mantienen en el tiempo, se trasmiten de generación en generación y se expanden por el mundo. Una de esas empresas es ALSA. Desde el año 1923 lleva prestando servicio en Asturies, comunicando poblaciones que, de otro modo, estarían casi incomunicadas, y manteniendo hoy servicios con escaso tráfico de pasajeros. A partir de los años setenta del siglo pasado, ALSA se extiendo por Oriente, Sudamérica y Europa, y, naturalmente, España. En 2005 pasa a formar parte del grupo inglés National Express. En días pasados, el grupo del que forma parte ALSA ha absorbido otra gran compañía. El asturiano Jorge Cosmen seguirá como vicepresidente de la compañía ampliada. La familia Cosmen Menéndez-Castañedo mantiene una relación permanente con la sociedad y las instituciones asturianas. Otra buena noticia es que, por fin (ya se sabe que este tipo de inversiones requieren mucho tiempo de planificación, discusión y búsqueda de presupuestos), Santa Bárbara comienza a fabricar en Trubia las barcazas del Dragón, el nuevo blindado del Ejército, del que, de momento, ha de ir haciendo sucesivas entregas hasta 2027. Trubia ya está produciendo otro modelo de tanque, el Ascod, para Austria, Reino Unido y Filipinas. Con el Dragón, la plantilla trubieca pasará de 720 trabajadores a 900. Los astilleros Armón y Gondán se encuentran en plena expansión. Innovan, presentan productos únicos y consiguen contratos en varias partes del mundo. Armón, por ejemplo, está construyendo un remolcador impulsado por hidrógeno y ha dado remate este año al primer ferry rápido del mundo movido por gas natural. Actualmente ambos astilleros compiten para hacerse con el astillero de Vigo Hijos de J. Barreras, prueba de su fortaleza y su ambición empresarial. Ence, con su próxima ampliación, y Avilés, con su continuada expansión en el sector de renovables, son otros dos ejemplos de crecimiento y éxito.

Más fondos mineros y la mujer de Lot

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(En La Nueva España,, el 02/01/2022) MÁS FONDOS MINEROS Y LA MUJER DE LOT Han llegado de Europa una buena cantidad de millones, los llamados Fondos Next Generation, una parte de los cuales (615 millones) está destinado a iniciativas relacionadas, de forma más o menos imprecisa, con el turismo, y que tienen como finalidad principal, sobre su promoción, los tópicos del momento: la sostenibilidad, el ahorro energético, la digitalización, la resiliencia… El total de proyectos asciende a 169 en diferentes comunidades autónomas. A Asturies le corresponden 22,86 millones que se reparten entre cuatro ayuntamientos y dos mancomunidades. Es posible que tanto la intención de las autoridades europeas como la del gobierno español y las comunidades y ayuntamientos sea la mejor, pero a mí me parece que estamos fundamentalmente ante otros “fondos mineros” que, una vez invertido el dinero, poca riqueza y poco empleo van a producir. Incluso, es difícil que atraigan otro turismo más que el que ya llega naturalmente a esos lugares donde se producen las inversiones, aunque, eso sí, los visitantes pueden tener más lugares donde ocupar su tiempo. Pues, efectivamente, en toda España la mayoría de los proyectos, al margen de la digitalización y la mejora energética, consisten en abrir nuevas rutas peoniles o cicloturísticas, mejorar las existentes, adecuar edificios o lugares para un nuevo uso, comprar bicicletas o alquilarlas, disponer nueva señalización y cosas semejantes, con escasas excepciones. En Asturies llama la atención la propuesta del Ayuntamiento de Xixón. Incluye la recuperación de las baterías (de guerra) alta y baja de l’Atalaya (Cimavilla), y la del cabo San Lorenzo. Acondicionamiento del refugio antiaéreo de la Guerra Civil de Cimavilla y recuperación del de Begoña, “para reivindicar la memoria histórica”. Es curioso que ochenta años después de una guerra fratricida y tras cuarenta años de democracia, la obsesión de la izquierda siga estando centrada en la Guerra Civil, o mejor, en borrar la memoria histórica de quienes vivieron la guerra y la dictadura y, a consecuencia de haberla vivido y de saber sus causas y las responsabilidades de cada uno, decidieron enterrar aquella etapa como la de dos visiones enfrentadas de únicamente buenos y únicamente malos. Porque, por poner, se podría también reconstruir un recorrido virtual de iglesias quemadas y dinamitadas durante el 34 y la guerra ¬—y dejémoslo aquí—, a fin de completar la “memoria histórica” y enseñar de verdad a las nuevas generaciones lo que fue aquella época y, de paso, recordar cómo la valoraron a partir de 1960 quienes la vivieron, y algunos, como Azaña, ya en plena contienda. Pero sobre ese discurso “reconstructor” de la historia tan caro a gran parte de nuestra izquierda existe una componente más, lo que podríamos llamar “el síndrome de la mujer de Lot”, que, según la leyenda, quedó convertida en estatua de sal por mirar atrás al abandonar Sodoma. Es lo que en un reciente artículo de LA NUEVA ESPAÑA el expresidente Rodríguez-Vigil denominaba injustamente “villismo” (y digo injustamente, pues es propiamente el socialismo o izquierdismo mayoritario generalizado en Asturies el que piensa y actúa así), la pretensión de vivir en un pasado imposible o querer volver a él, y negarse a aceptar el mundo tal como es y evolucionar para tener éxito en el presente y en futuro. Y es ese síndrome de la mujer de Lot, tan extendido como mentalidad y discurso, el que viene condenándonos desde hace décadas a una progresiva marginalidad (a pesar de los esfuerzos de muchos), decadencia y emigración, tal como ven quienes, propios y extraños, nos observan desde fuera o llegan aquí por primera vez.