La falacia del consenso

(Ayer, en La Nueva España) LA FALACIA DEL CONSENSO O engañifla, o mentira, o trampa saducea. Creo que fue doña Teresa Fernández de la Vega, abriendo el ciclo de conferencias del RIDEA para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la aprobación del Estatutu, quien por primera vez lanzó la idea casi conminatoria: “la reforma del Estatuto ha de hacerse por consenso, como se hizo hace cuarenta años”. Vengamos a un acuerdo reciente, el que firmaron, bajo los auspicios del Gobierno, sindicatos y CEOE. ¿Habría habido acuerdo si cada una de las partes hubiese mantenido todas sus exigencias sin caminar al encuentro de la otra? No. ¿Hablaríamos de consenso si una de las dos partes, digamos con el apoyo del Ejecutivo, hubiese impuesto sus exigencias en el texto final, sin considerar las demandas de la otra? Tampoco. En esos supuestos, y suponiendo que el Gobierno no hubiese legislado, ¿habría nueva legislación laboral? Ninguna. El consenso se produce porque cada una de las partes cede algo de lo suyo y acepta algo de la otra: se camina hacia el encuentro. Pues bien, en la reforma estatutaria asturiana no cabe consenso alguno, porque una de las partes (PP, CS, Vox) no está dispuesta a dar ni un solo paso hacia uno de los dos elementos claves de la reforma, la oficialidad del asturiano (el otro, salvo locura de petición competencial disparatada, es el de la duración de cuatro años del nuevo mandato a mitad de período electoral). Ni quórum, ni tiempos, ni limitaciones, ni…, nada, pura y simplemente, “de ningún modo”. Pues bien, para mi asombro, la idea del consenso como condición ineludible para la reforma estatutaria se ha convertido durante estos meses en un caudaloso e incesante torrente. Pero no nos engañemos, salvo algunos ingenuos o bienintencionados, lo que proclaman todas estas voces no es la exigencia de un consenso, sino una negativa a la oficialidad, pues, planteados los términos reales del debate como están, es lo que de facto, aquí y ahora, significa “consenso”: “Fuera el asturiano del espacio público”. Pero es que una parte del argumento, la comparación con la tramitación del parto estatutario, es absolutamente falsa. El Estatu no se aprobó –por ejemplo, el artículo 4º– por consenso, sino por mayorías en cada uno de sus artículos. En lo que sí hubo consenso fue en la aceptación democrática de los resultados. Todas las fueras políticas votaron afirmativamente al conjunto del texto, fuera cual fuera su éxito o derrota en cada uno de los artículos controvertidos. (Hubo, es verdad, el detalle de AP, a través de Juan Luis de la Vallina, de abstenerse para que no hubiese un voto negativo al conjunto). La falacia del consenso, de manera indirecta, o taimada, si lo prefieren, la ha utilizado Foro en la negociación. El 5 de noviembre publicaba yo en estas páginas un artículo titulado “Foro y su trampa saducea” en que manifestaba lo que era casi mi certeza de que el partido no pretendía llegar a ningún acuerdo sobre la oficialidad, pues planteaba cuestiones que sabía que, tal como estaban formuladas, en términos absolutos e inmodificables, eran inaceptables para las fuerzas de izquierdas. Es decir, Foro planteaba el consenso desde la exigencia de que los demás se moviesen de sus posiciones para realizar todo el camino hacia las suyas. Esa posición le ha permitido ocupar durante meses un amplio espacio en los medios, espacio que, de otro modo, con su representación no hubiera tenido. Si esa campaña propagandística lo va a beneficiar o no es otra cuestión, pero así ha sido. En todo caso, ya lo saben, cuando oigan la palabra “consenso”, si son parte de una negociación, miren a ver si su contrario tiene los pies clavados en el suelo para no moverse; si son oyentes, pónganse arrectis auribus, coles oreyes bien tieses, probablemente quieren decir otra cosa, y hasta es posible que los quieran engañar. Como dice el clásico, “latet anguis in herba”, un áspid se oculta bajo la hierba. Por cierto, ahora que ha concluido la pirotecnia, es hora de que el Gobierno asturiano se ponga en serio a hacer por el asturiano lo que debería venir haciendo hace tiempo en lo que puede, donde puede, y para lo que no necesita más consenso que su voluntad.

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