Una garzonada de ida y vuelta (y un prósimu sonetu de Góngora)

(Ayer, en La Nueva España) UNA GARZONADA DE IDA Y VUELTA Las declaraciones de Garzón publicadas en The Guardian el 26 de diciembre del pasado año son más bien las de un tertuliano o un diletante, no las propias de un ministro de un Gobierno en el ejercicio de su cargo. Un ministro no puede hablar en términos “mundanos” como los que habla ni con enunciados irresponsables e imprecisos. Pero es que, además, la entrevista constituye, en gran medida, una reivindicación de su labor en el ministerio y un ataque a sus compañeros de Gobierno, es decir, un discurso de promoción personal. Don Alberto afirma que las macrogranjas “exportan esta carne de calidad pobre de estos animales maltratados”. ¿Es todo lo que dice? No. ¿Habla bien de la ganadería extensiva? Sí. Pero ahí está la idea: “España (que es el quinto exportador mundial de carne de vaca y el primero de cerdo) exporta carne de calidad pobre de animales maltratados”. ¿Puede eso perjudicar a las exportaciones de carne? Evidentemente. ¿Mucho o poco? Dependerá. En todo caso la entrevista viene ilustrada con una foto de jamones y este pie: “Rows of dry-cured Jamon Iberico de bellota (acorns) in the Estrella de Castilla factory in Guijuelo, near Salamanca, Spain”. Razón tienen, pues, los socialistas, y especialmente el ministro Luis Planas en quejarse de Garzón y en corregirlo: "Los alimentos de España son los mejores productos agroalimentarios del mundo y todos cumplen con los mayores estándares de calidad”. Imprecisos: ¿Qué son las macrogranjas? Pues no existe ese concepto en la legislación española. Así que son lo que a Garzón o sus coopinólogos les parezca excesivo, ¿2.000, 3.000, tal vez 4.000 animales. ¿Pero existe legislación al respecto de cualquier explotación ganadera? Sí. ¿Se vigila la contaminación? Sí. ¿Se permite el maltrato animal? No. ¿Hay fallos de vigilancia? ¿Deben modificarse las leyes? Actúe el ministro desde el Gobierno, no haciendo propaganda de su discurso sobre el mundo en un medio de gran difusión. Está, además, su discurso ideológico: en España se come demasiada carne –proclama–, parte de la resistencia a reducir ese consumo está en el machismo: «Quienes han criticado mi campaña [una anterior de julio, de la que ahora hablaremos] son los hombres que sentían que su masculinidad se vería afectada por no poder comer un trozo de carne o hacer una barbacoa». Como un tertuliano cualquiera, como un… evitemos el término asturiano. Y es que estas declaraciones eran una segunda vuelta de unas semejantes en julio, que también corrieron a contrariar el ministro Luis Planas y Pedro Sánchez. ¿Se acuerdan?: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto, eso es imbatible”. Seguramente para don Alberto es don Pedro otro de esos afectados en su masculinidad cuando se les pide reducir el consumo de carne. Tal vez disparaba directamente contra él, en venganza. Porque la entrevista se presenta también como una queja contra el propio Gobierno del que forma parte. El periodista recuerda que sus declaraciones fueron rechazadas y que se hizo chanza de ellas por los propios compañeros del Ejecutivo. Y presume don Alberto: “Fue la primera vez que alguien en un gobierno español decía lo que llevan diciendo los científicos desde hace mucho tiempo”. Añadiendo: “Necesitamos seguir insistiendo y no hay un solo partido político que nos apoye. Ninguno. Ni siquiera en el Gobierno de coalición”. La reacción del PP mordiendo en las palabras de don Alberto e insistiendo en ellas es lo esperable en un partido de oposición, como también son esperables las reacciones del PSOE a la vista de la garzonada. Lo que sí resultó una novedad llamativa fue la respuesta del mundo podemita: negó las declaraciones de Garzón (“un bulo”) e hizo correr con éxito entre los suyos el bulo de que todo era un bulo, como primera línea de combate. Solo algunos, cuando se les apretaba mucho, precisaban que lo importante era la defensa de la ganadería extensiva, y no aquellas “naderías” de la exportación de carne de mala calidad y el maltrato. Y aquí llegamos a la parte mollar de la cuestión, en la que nadie repara o quiere entrar. Si eliminamos la ganadería intensiva y permitimos solo la extensiva (la del ganado en libertad, para entendernos), como pretenden don Alberto y sus coopinólogos, ¿cuál será la producción de proteínas?, ¿cuánto su costo en las tablajerías o los supermercados?, ¿quién podrá acceder a ellas?, ¿volverá a ser el pollo un plato excepcional para Navidades y grandes ocasiones?, ¿los huevos quedarán reservados, como encarecía la frase tradicional, para los padres? En los últimos tiempos, los grandes discursos de izquierdas parecen olvidarse del objetivo central de toda política, el ciudadano común, especialmente el que tiene más dificultades para acceder a bienes y servicios.

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