Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
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Más fondos mineros y la mujer de Lot
(En La Nueva España,, el 02/01/2022)
MÁS FONDOS MINEROS Y LA MUJER DE LOT
Han llegado de Europa una buena cantidad de millones, los llamados Fondos Next Generation, una parte de los cuales (615 millones) está destinado a iniciativas relacionadas, de forma más o menos imprecisa, con el turismo, y que tienen como finalidad principal, sobre su promoción, los tópicos del momento: la sostenibilidad, el ahorro energético, la digitalización, la resiliencia… El total de proyectos asciende a 169 en diferentes comunidades autónomas. A Asturies le corresponden 22,86 millones que se reparten entre cuatro ayuntamientos y dos mancomunidades.
Es posible que tanto la intención de las autoridades europeas como la del gobierno español y las comunidades y ayuntamientos sea la mejor, pero a mí me parece que estamos fundamentalmente ante otros “fondos mineros” que, una vez invertido el dinero, poca riqueza y poco empleo van a producir. Incluso, es difícil que atraigan otro turismo más que el que ya llega naturalmente a esos lugares donde se producen las inversiones, aunque, eso sí, los visitantes pueden tener más lugares donde ocupar su tiempo. Pues, efectivamente, en toda España la mayoría de los proyectos, al margen de la digitalización y la mejora energética, consisten en abrir nuevas rutas peoniles o cicloturísticas, mejorar las existentes, adecuar edificios o lugares para un nuevo uso, comprar bicicletas o alquilarlas, disponer nueva señalización y cosas semejantes, con escasas excepciones.
En Asturies llama la atención la propuesta del Ayuntamiento de Xixón. Incluye la recuperación de las baterías (de guerra) alta y baja de l’Atalaya (Cimavilla), y la del cabo San Lorenzo. Acondicionamiento del refugio antiaéreo de la Guerra Civil de Cimavilla y recuperación del de Begoña, “para reivindicar la memoria histórica”.
Es curioso que ochenta años después de una guerra fratricida y tras cuarenta años de democracia, la obsesión de la izquierda siga estando centrada en la Guerra Civil, o mejor, en borrar la memoria histórica de quienes vivieron la guerra y la dictadura y, a consecuencia de haberla vivido y de saber sus causas y las responsabilidades de cada uno, decidieron enterrar aquella etapa como la de dos visiones enfrentadas de únicamente buenos y únicamente malos. Porque, por poner, se podría también reconstruir un recorrido virtual de iglesias quemadas y dinamitadas durante el 34 y la guerra ¬—y dejémoslo aquí—, a fin de completar la “memoria histórica” y enseñar de verdad a las nuevas generaciones lo que fue aquella época y, de paso, recordar cómo la valoraron a partir de 1960 quienes la vivieron, y algunos, como Azaña, ya en plena contienda.
Pero sobre ese discurso “reconstructor” de la historia tan caro a gran parte de nuestra izquierda existe una componente más, lo que podríamos llamar “el síndrome de la mujer de Lot”, que, según la leyenda, quedó convertida en estatua de sal por mirar atrás al abandonar Sodoma. Es lo que en un reciente artículo de LA NUEVA ESPAÑA el expresidente Rodríguez-Vigil denominaba injustamente “villismo” (y digo injustamente, pues es propiamente el socialismo o izquierdismo mayoritario generalizado en Asturies el que piensa y actúa así), la pretensión de vivir en un pasado imposible o querer volver a él, y negarse a aceptar el mundo tal como es y evolucionar para tener éxito en el presente y en futuro.
Y es ese síndrome de la mujer de Lot, tan extendido como mentalidad y discurso, el que viene condenándonos desde hace décadas a una progresiva marginalidad (a pesar de los esfuerzos de muchos), decadencia y emigración, tal como ven quienes, propios y extraños, nos observan desde fuera o llegan aquí por primera vez.
Memoria histórica: PDP y Óscar Alzaga
Memoria histórica
Queda entovía pel mio barriu esta pintada del PDP, el partíu que tuvo como cabezaleru a Óscar Alzaga, y qu'atropó non más qu'una relativa mozaína de votos en toa España.
Non mui lloñe, a menos de 150 m, quedaba hai dos años otra pintada igual. Pel restu de Xixón yo nun les veo. Nun sé si sobrevivieron tanto nel mio barriu porque hubo militantes mui trabayadores, porque'l barriu conservó munchu tiempu baxos ensin ocupar o porque, cenciellamente, yo nun caleyo peronde les hai. En tou casu, ehí queda esti ñiciu de memoria histórica del PDP, del so cabezaleru, Óscar Alzga, y del so emblema.
Otra de memoria histórica
¿Nun ye buena?
¡Ah! ¿Que nun s'alcuerda de pa ónde queda Grecia? ¿Y que cómo Syriza? ¡Que será "cereza"!
Con LLamazares, por la memoria
(Asoleyóse en La Nueva España del 06/05/17)
CON LLAMAZARES, POR LA MEMORIA
Don Gaspar Llamazares, en
representación obviamente de IU, acaba
de registrar en el Parlamentu una propuesta para, digamos, “acendrar” la
memoria histórica. De La Nueva España del 11/04/17 sustancio algunos de los
puntos principales de esa propuesta: la puesta en marcha de un comisionado de
la memoria histórica, el diseño de un Instituto Asturiano de la Memoria, la formación de una Comisión de la Verdad
sobre los crímenes del franquismo en Asturies (“sin ánimo de revancha”), la
constitución de un Consejo de la Memoria Democrática, y todo ello, con la
finalidad, entre otras, de “transmitir la memoria a las futuras generaciones”,
naturalmente, a través de los planes de enseñanza.
Por otro lado, don Gaspar señala
en su escrito la fuerte especificidad de Asturies en toda esa materia de
enfrentamiento, violencia y crímenes, especificidad que haría más deseable (o
necesaria) toda esa indagación y legislación, con el propósito, deduzco, de que
los asturianos del futuro no solo conozcan aquellos trágicos años, sino que su
conocimiento les sirva para evitar repetirlos.
Conociendo a don Gaspar y la
ecuanimidad con que enfoca cualquier cuestión, tengo que reprochar al
periodista que sustancia la iniciativa de IU que lo haga de forma incompleta,
ya que es seguro que no pudo dejar aquél de incluir en su propuesta la memoria
del Golpe de Estado del 34. Porque si queremos que las futuras generaciones
sepan de aquellos años y de ellos extraigan fructíferas enseñanzas, ¿cómo sustraer
de su conocimiento tal hecho, que fue terrible en sí por el número de muertos,
la violencia desatada, la destrucción cultural (la biblioteca de la Universidad
hubo de ser repuesta mediante la generosidad de un erudito de la familia de los
Pidal, Roque) y, sobre todo, el clima de odio y terror que creó o agrandó, en
el conjunto de España y, muy específicamente, en Asturies? Es más, resultó un
vector importantísimo de los muchos que acabaron desembocando en el golpe de
estado franquista y la dictadura posterior.
Es, sin duda,
un elemento constitutivo de la historia y la memoria de esos años ese golpe de
estado, como lo es el saber qué pretendían exactamente los sublevados, que era
aquello que Belarmino Tomás expresó en Sama al anunciar la rendición: «Si
Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y Zaragoza hubieran respondido como hemos
respondido nosotros, en estos momentos el socialismo se habría implantado en
todo el país. Nosotros hemos vivido en régimen socialista desde el día 6.
Nosotros, los asturianos, hemos cumplido». Es decir, una dictadura. Y también
será un buen elemento de reflexión para los escolinos actuales y futuros el
advertir cómo determinadas fuerzas políticas asturianas corren siempre a
ejecutar las órdenes de Madrid o a defender
los intereses de otras partes, dañando o poniendo en peligro los de los
asturianos, que siempre subordinan. Así sucedió con el “embarcazu del 34”, que
dejó a los alzados solos, o cuando Aranda hizo correr a las izquierdas a
defender Madrid mientras él ocupaba Uviéu, o en la ocasión de Santillana, en el
2003, en que los socialistas deciden defender los intereses de los catalanes en
detrimento de los de Asturies. Vocación de autoinfligirse daños que tal vez
alguna de esas comisiones de la propuesta de don Gaspar sea capaz de indagar si
se debe a la peculiar configuración del ADN de los asturianos (acaso herencia
de los primeros pobladores) o, simplemente, a la doctrina de las iglesias en
que profesan algunos grupos políticos.
Y, cómo no, de paso, del empleo del término “revolución”
para aquel golpe de estado y de la admiración hacia el mismo, envuelta en una
especie de nostalgia de que no se hubiese convertido en efectivo, que tantos
mantienen, podrán ver con claridad meridiana las generaciones presentes y
futuras cuál es el modelo de sociedad que para todos nosotros sueñan y/o
preconizan algunos.
Por tanto, y como no dudo de que todo ello esté contenido
en la propuesta de don Gaspar, mi voto a favor de esa ecuánime iniciativa.
Güei, en LNE: Con Llamazares, por la memoria
(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos)
Con Llamazares, por la memoria
Xuan Xosé Sánchez Vicente 05.05.2017 | 03:47
Con Llamazares, por la memoria
Don Gaspar Llamazares, en representación obviamente de IU, acaba de registrar en el Parlamentu una propuesta para, digamos, "acendrar" la memoria histórica. De LA NUEVA ESPAÑA del 11/04/17 sustancio algunos de los puntos principales de esa propuesta: la puesta en marcha de un comisionado de la memoria histórica, el diseño de un Instituto Asturiano de la Memoria, la formación de una Comisión de la Verdad sobre los crímenes del franquismo en Asturies ("sin ánimo de revancha"), la constitución de un Consejo de la Memoria Democrática, y todo ello, con la finalidad, entre otras, de "transmitir la memoria a las futuras generaciones", naturalmente, a través de los planes de enseñanza.
Por otro lado, don Gaspar señala en su escrito la fuerte especificidad de Asturies en toda esa materia de enfrentamiento, violencia y crímenes, especificidad que haría más deseable (o necesaria) toda esa indagación y legislación, con el propósito, deduzco, de que los asturianos del futuro no solo conozcan aquellos trágicos años, sino que su conocimiento les sirva para evitar repetirlos.
Conociendo a don Gaspar y la ecuanimidad con que enfoca cualquier cuestión, tengo que reprochar al periodista que sustancia la iniciativa de IU que lo haga de forma incompleta, ya que es seguro que no pudo dejar aquel de incluir en su propuesta la memoria del golpe de Estado del 34. Porque si queremos que las futuras generaciones sepan de aquellos años y de ellos extraigan fructíferas enseñanzas, ¿cómo sustraer de su conocimiento tal hecho, que fue terrible en sí por el número de muertos, la violencia desatada, la destrucción cultural (la biblioteca de la Universidad hubo de ser repuesta mediante la generosidad de un erudito de la familia de los Pidal, Roque) y, sobre todo, el clima de odio y terror que creó o agrandó, en el conjunto de España y, muy específicamente, en Asturies? Es más, resultó un vector importantísimo de los muchos que acabaron desembocando en el golpe de Estado franquista y la dictadura posterior.
Es, sin duda, un elemento constitutivo de la historia y la memoria de esos años ese golpe de Estado, como lo es el saber qué pretendían exactamente los sublevados, que era aquello que Belarmino Tomás expresó en Sama al anunciar la rendición: [.................................................................................................................................................]
AMNISTÍA, MEMORIA Y VERDAD
AMNISTÍA, MEMORIA Y VERDAD
En estos
momentos de excitación en que se pretende una especie de revisión histórica de
la Transición, un relato fantasioso de la República y en que todo ello se
envuelve parcialmente en el confuso discurso etiquetado como «memoria
histórica», no estaría de más que realizásemos un ejercicio real de memoria
histórica, de memoria sobre la historia.
Quizás
convenga traer aquí, para empezar algunas citas. «Pero, fundamentalmente, mi
regreso se debió al convencimiento de que en el año 36 habíamos cometido muchos
errores todos los españoles y que era necesario repararlos». «A mí la
responsabilidad de lo que sucedió en el 36 siempre me mortificó». «En alguna
ocasión dije que en este país nos teníamos que amnistiar unos a otros para que
el futuro que habríamos de hacer en común fuera nítido, sin sombras». Son
palabras de Rafael Fernández a Juan de Lillo en un libro que la editorial
Ayalga publicó en 1983. (Quizás, antes de seguir, haya que recordar que Rafael
Fernández era miembro de las juventudes socialistas en 1934 y que, yerno de
Belarmino Tomás, fue miembro del Consejo de Gobierno de Asturias y León durante
la guerra. A su regreso del exilio —para contribuir a la reconciliación, según
sus palabras— fue el primer presidente de Asturias).
Pues bien,
esas palabras de Rafael Fernández no contienen un pensamiento aislado,
coyuntural o dicho taimadamente por razones coyunturales. Era ese un
pensamiento generalizado entre una gran parte de los españoles, de los que
fueron vencedores de la guerra y después constituyeron parte del poder y del
entramado civil de poder durante el franquismo (muchos padres o abuelos de
ilustres socialistas y comunistas de ayer y de hoy; muchos ilustres socialistas
o comunistas de las primeras décadas después de la muerte de Franco) y de los que
fueron derrotados, encarcelados aquí o exilados fuera. Y por eso, el acuerdo
sobre la construcción del estado democrático y de las concretas normas
democráticas que hoy tenemos no fue fruto de un trágala ni constituyó un mal
menor, se levantó sobre ese consenso, en el que unos desmontaron desde la
legalidad franquista la dictadura y los otros encontraron como idóneo construir
la democracia no a través de un imprevisible proceso de inestabilidad y
violencia, sino desde el consenso pacífico de la apertura de un nuevo, moderno,
europeo y democrático tiempo. Ello, además, no fue un invento de los
franquistas en los estertores de la dictadura, ni fue fruto de la sumisión de
las otras fuerzas. No era más que la plasmación de la política de
«reconciliación nacional» que el PCE había proclamado en 1956, el concreto
objetivo del denostado como «contubernio de Munich», en 1962; las palabras
expresadas por Negrín o Prieto en el exilio, o el «paz, piedad y perdón» del
presidente Azaña y 1938.
Pero es que,
por otro lado, la República, que se nos quiere presentar como un oasis donde
«el lobo con la oveja hacían ayuntamiento», no fue ningún modelo de democracia,
ni de tolerancia ni de acierto político. Es una rotunda falsedad, subrayémoslo,
una rotunda falsedad que la mayoría de los actores de la época fuesen
demócratas. En primer lugar porque, en Europa entera, una parte importante de
la izquierda pensaba imponer su dictadura y eliminar (sí, físicamente también,
al menos si era necesario) a sus oponentes; y lo mismo ocurría en el ámbito de
la izquierda: socialismo y comunismo, fascismo y nazismo no eran dos formas de
estar en la vida social pugnando con los adversarios, sino sin ellos. Cuando el
citado marido de Purificación Tomás se entera de la sublevación de Franco en un
mitin en Sotrondio —reconocerá más tarde— pensó «¡qué alegría: ahora vamos a
por ellos!», y ese «ellos» no eran los militares sublevados, sino la república
burguesa y los burgueses, los ciudadanos que no fuesen de la secta, es decir,
usted y yo, nuestros trasuntos.
Y, a mayor
abundamiento, no es cierto que en la actuación violenta de la izquierda (de la
mayoría de ella, al menos) se actuase en defensa de la legalidad democrática,
sino para imponer la dictadura (la revolución) socialista. No es necesario acudir
al testimonio de Josep Pla sobre la revolución del 34 en Asturies, ni al de
Chaves Nogales, que La Nueva España rememoraba el domingo 20. Basta con acudir
a las palabras de Belarmino Tomás: «Si Cataluña, Valencia, Madrid, Bilbao y
Zaragoza hubieran respondido como hemos respondido nosotros, en estos momentos
el socialismo se habría implantado en todo el país. Nosotros hemos vivido en
régimen socialista desde el día 6. Nosotros, los asturianos, hemos cumplido».
Y, con respecto al 36, lean ustedes a George Orwell y su Homenaje a Cataluña para comprobar cómo una componente esencial en
parte del bando republicano era la revolución, no la democracia, y cómo se las
gastaban aquellos tipos —con qué exquisito respeto a la legalidad y a la
verdad— para liquidar a los suyos que no eran «del todo suyos». Aunque quizás
no haya que ir tan allá, para subrayar cómo al menos hasta el Bad Godesberg de
1979, en las filas del PSOE la palabra «socialdemócrata» constituía poco menos
que un insulto y la democracia, motejada de «democracia burguesa», una filfa,
una componenda para engañar hasta tanto no se pudiese instaurar el socialismo.
En cuanto a las filas del PCE, nada más que recordar cómo destacados demócratas
posteriores salen de sus filas en Asturies cuando la organización carrillista
abandona el «leninismo», práctica y teoría caracterizada, como todos saben, por
su acendrado respeto a legalidad, a la propiedad y a la vida.
Pues bien, en
estos momentos hay en marcha un discurso mistificador y demagógico que falsea
la historia o que trata de ocultarla, con el pretexto argumental, además, de
escribirla o darla a conocer de verdad. En esa voluntad y proceder hay razones
variadas y contradictorias: intereses de partido, rencores y frustraciones
personales, la lucha por el reconocimiento, que Hobbes dictaminó como un
poderoso motor de los actos humanos, la ambición de algún destacado personaje
que quiere convertirse en algo así como la conciencia de los españoles, la
ignorancia y el desconocimiento de la historia, la de aquellos que siguen
soñando con «el fin de la historia» como cumplimiento de las profecías
hegeliano-karlistas, etc.
En muchas de
ellas —no solo de izquierdas, también de derechas—, late la misma idea que
enseñoreó tantas conciencias de las primeras décadas del siglo pasado: la de
que el adversario no es como nosotros, no tiene nuestra misma cualidad o
calidad, y que, por lo tanto, su derecho a estar o gobernar es espurio y
rechazable. En otras late una manifiesta
voluntad de engaño: se está haciendo creer a muchos que solo con el
cambio de la Constitución o de la forma de Estado todos los problemas
económicos del presente quedarán solucionados (me han parado en la calle varias
personas para decirlo, se eructa ello en tertulias variadas).
Yo solo quiero recordar aquellas palabras que aquellas mujeres con su
marido en paro decían en una tienda de comestibles mientras trataban que la
tendera siguiera concediéndoles apuntes en la libreta: «¡Total para esto!
¡Estamos igual que antes! ¿No decían que solo con lo que comía el Rey
comeríamos todos?».
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