Estamos en guerra

(Ayer, en La Nueva España) ESTAMOS EN GUERRA Aunque no lo veamos o hagamos como que no lo vemos. En la frontera oriental de Europa, en la frontera occidental de los países no regidos por la ley y gobernados en democracia. Rusia ocupó Crimea en 2014 y no tuvo respuesta. En febrero de 2022 invadió Ucrania con la perspectiva de conquistar el territorio en pocos días y poner un gobierno prorruso, como al que hasta hacía poco había existido. Hasta el momento, tras casi dos años de guerra, el conflicto está más o menos estabilizado, con el frente en el territorio ucraniano invadido. Es evidente, además, que sin el respaldo económico y militar de EE UU y la UE Ucrania no podría resistir. Por otro lado, el conflicto ha causado el desplazamiento interno de 7,1 millones de personas y la emigración de 7,2, al margen de los miles de muertos, la miseria y la destrucción. Ante el estancamiento de la situación, se han alzado algunas voces que entienden que lo razonable sería una negociación en que Ucrania cediese algún territorio. Parece una pretensión inútil no solo porque, por el momento, parece inaceptable para Ucrania, sino porque también lo es para Putin. Quienes no quieran verlo ahí tienen las declaraciones de Putin: el día 13 de diciembre aparecía en televisión para afirmar: “Habrá paz cuando cumplamos nuestros objetivos en Ucrania: desnazificación, desmilitarización y estatus neutral”; es decir, en el momento en que, conquistada Ucrania, puedan poner allí un gobierno títere, sitúen fuerzas de ocupación e incorporen definitivamente partes de la actual Ucrania a Rusia. Y ello no es más que un paso en un proyecto de expansión territorial o, por lo menos, de establecer una zona de influencia o dominio que venga a coincidir con las posiciones territoriales de la URSS antes de su colapso, en los años noventa. Desde Rusia, por ejemplo, se ha amenazado recientemente a Polonia, a la que se ha advertido que “podría perder su condición de estado si continúa con su actual rumbo”, y lo mismo se ha hecho con otros países fronterizos o próximos. No hace falta que les señale a ustedes cuánto se parece este proyecto político ruso al “lebensraum” hitleriano, a la teorización del “espacio vital” de un estado para justificar su expansión a costa de sus vecinos. Esa indisimulada amenaza rusa provocó que varias naciones, entre ellas las históricamente neutrales Suecia y Finlandia, solicitasen su adhesión a la OTAN, como instrumento de defensa. Putin ya ha amenazado a Finlandia por ello, como si el primer paso hubiese sido dado por los finlandeses inmotivadamente. Las posiciones de Rusia gozan de muchos putineros en Europa, especialmente, en España. En ello se conjugan un conjunto de factores ideológico-emocionales que se combinan en diversas proporciones: un comunismo y una admiración por la Rusia soviética más o menos confesos o conscientes, el odio o malestar con la cultura democrática occidental y con la sociedad libre y de libre mercado (pero sin estar dispuestos a perder ni una sola de sus ventajas), la satanización de EE UU como el responsable de todos los males del mundo... Desde esas premisas, vienen manifestando su oposición a la defensa de Ucrania (es decir, la petición de su entrega a Rusia, en la práctica) mediante dos discursos: uno, el de la paz y el de la negativa a ayudar a Ucrania porque ello retrasa la paz, como si no hubiesen sido los atacados los ucranianos, como si Putin desease un acuerdo distinto al de la derrota y la sumisión. El segundo de los argumentos es el de que Occidente (EE UU, la OTAN) habría incumplido la promesa (verbal) de no extenderse por los territorios que en su día Rusia había conquistado tras la II Guerra Mundial. Aun siendo así esto, lo incontrovertible es que la guerra y la invasión de territorios ajenos provienen de Rusia, y de nadie más. Esa admiración de los putineros se realiza, sin duda, desde una estrella lejana de nuestra galaxia, desde la que, pobres, son incapaces de ver cómo los opositores a Putin se envenenan con polonio, como Litvinenko, sin duda avergonzados de sus denuncias sobre la dictadura, o desaparecen de las cárceles, tal, hace quince días, Navalni, sin que nadie sepa de su paradero. ¡Pobres! ¿O se trata, en realidad, de otra cosa? Lo más peculiar de nuestros putineros es que algunos de ellos forman parte del Gobierno de España, en lo personal y en cuanto a organizaciones políticas, o son algunos de los que lo sustentan. Y aún resulta más escandaloso, si es verdad lo que numerosas fuentes, documentos y confesiones de parte manifiestan, que Junts y el bienamado Puigdemont acudieran a Rusia para conseguir apoyos, económicos, electrónicos y de otro tipo, para el golpe de Estado de 2017 y para, en su momento, el sustento ulterior de la proclamada república independiente. Con estos bueyes aramos (y votamos). P.S. Plasmo, abluco, al ver la sorpresa o escándalo con que algunos socialistas contemplan la persecución por parte de Junts y ERC a jueces y fiscales, por haber cumplido estos la legislación y haberla aplicado, acusaciones que, a veces, se realizan nominatim, como han hecho los socios-peana de Sánchez en el Congreso. Cliso, estelo, al ver el silencio aquiescente de la presidenta del Congreso ante ello, o al ministro de Justicia afirmando que “defenderá a los jueces de cualquier tipo de descalificaciones o intento de injerencia”. ¡Pero si fue lo que firmaron en sus pactos con Junts! ¡Pero si admitieron a trámite en el Congreso comisiones para tal fin! El 28/11/2023 planteaba yo aquí, en LA NUEVA ESPAÑA, una serie de preguntas a los votantes y militantes del PSOE. Esta era la última: “¿Les parece bien o mal que se haya pactado abrir comisiones de investigación en el Parlamento para juzgar a los jueces que han aplicado la ley durante estos años, la ley, por cierto, aprobada en el Parlamento por la mayoría, el PSOE entre ellos? ”¿Creen ustedes que, a partir de ese acuerdo, habrá jueces que se lo pensarán dos veces antes de encausar a políticos que se sospeche que han cometido delitos?”.

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