Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Un libro de fotografías y una reflexión
(Ayer, en La Nueva España)
UN LIBRO DE FOTOGRAFÍAS Y UNA REFLEXIÓN
El día 21 de julio presento en la sala Loreto de Colunga, con éxito de público y la presencia de varios ediles de la corporación local, incluida la alcaldesa, mi última novela, “En el muro de tu corazón”. El llevador local de la cultura, el eficaz Manuel del Rivero, hijo del dibujante e impulsor cultural Isaac del Rivero de la Llana y hermano del también dibujante del mismo nombre de su padre, con la amistad de los cuales me honré y honro, me regala un libro de fotografías, “Colunga en la memoria 1906-1936”.
El volumen, que está editado por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Xixón y por el Pueblu d’Asturies, con colaboraciones colunguesas, recoge algunas de las fotografías que se han conservado de Emilio Alonso García, y lleva un prólogo de María José Priesca Balbín, colunguesa de nacimiento.
Emilio Alonso vivió entre 1872 y 1948. De familia de ebanistas, se aficionó a la fotografía y vivió de ella al tiempo que ejercía el oficio de carpintero. Tuvo una pequeña estancia como retratista en Cuba, pero volvió a Colunga al poco tiempo.
Emilio Alonso es parte de una destacada familia colunguesa que ha tenido varios artistas: así Humberto Alonso, acuarelista, fallecido recientemente; nombres y textos de familiares que escribieron en asturianu pueden verse en “Testos de la familia Alonso de Colunga” (Cartafueyos, númberu 53, ALLA). Hay otros Alonso en el concejo, naturalmente, algunos también notables en el ámbito cultural, como aquellos a que pertenece José Antonio Fidalgo Alonso, erudito y cronista oficial de la villa, pero eso son otros lópeces, digo, alonsos.
La colección de semeyes de “Colunga en la memoria” está dividida en varios apartados: familia, paisaje, retratos, y este, a su vez, en infancia, juventud, madurez y familia, vejez y muerte. Como todas las fotografías del pasado, el álbum nos permite consideraciones diversas, la señardá de los paisajes perdidos, la observación de las posturas y gestos de los retratados (frente a los de hoy, los personajes no sonríen ni, menos, enseñan los dientes en sonrisa), la reflexión sobre los avances de la riqueza colectiva y la desaparición de la miseria. Y, luego, ante cada una de las personas, podemos emitir un “y este quién es” y, como el anciano de “El Tragaluz” bueriano, advertir en nosotros el pruyimientu de “rescatarlo”.
Dos fotografías me invitan especialmente a la reflexión. La una se halla en la página 111 del libro. Son un conjunto de mujeres jóvenes, dieciséis en total, en tres filas, más una, de no mucha edad, que parece ser su maestra, y que ocupa el centro. Son aprendices de una llamada Academia Central de Corte. La otra, en la 113. Es un grupo de teatro formado por diecisiete jóvenes, alguno un niño; uno de ellos viste un uniforme, tal vez de municipal, tres el de guardia civil, algunos van ataviados como proletarios y otros como señoritos; los dos de la izquierda, en primera fila, tienen en sus manos sendas escopetas.
Las imágenes son, respectivamente, de 1928 y 1935. No puedo dejar de estremecerme al pensar que poco tiempo después, esas treinta y cuatro personas se verán sumidas en la vorágine de la Guerra Civil, en que todas habrán pasado miedo y visto el horror de ella, en que quizás no hayan sobrevivido y en que posiblemente, en aquella república nada idílica en que había grupos que entendían la violencia contra el diferente o el adversario como un derecho o un deber consustancial a su papel en el mundo, algunos de ellos se habrán convertido en enemigos —de clase o personales— de los otros.
Y ese pensamiento me lleva a la actualidad. No es infrecuente la noticia de que a un individuo se lo insulta, persigue o agrede, al grito de “facha”, por llevar la bandera de España en su ropa o en su vehículo. Aunque no siempre, en ocasiones son jóvenes los que tienen esas actitudes y actúan de esa manera.
Los elementos constitutivos de ese comportamiento son sencillos: entienden que la bandera de todos (la de la Constitución, que todos pactamos y aprobamos, la que abrazó Carrillo) es la bandera del enemigo; que por solo llevar la bandera de España quien la lleva ya queda definido y se ha convertido en “el mal” que se ha de perseguir, castigar o destruir.
Ustedes, sin duda, podrán hacerse algunas consideraciones y preguntas al respecto. Yo quiero señalar que esa mentalidad ha sido alimentada de forma pertinaz durante décadas, aunque no se haya pretendido conscientemente conformar ese acúmulo final. Por ejemplo, portando en las manifestaciones de forma sistemática la bandera republicana, como emblema de la única España de verdad, de la única España aceptable. Por ejemplo, fabulando sobre una II República idílica y ocultando la violencia sistemática de algunos grupos en ella, y la predisposición progresivamente más generalizada de convertir al adversario en enemigo. Por ejemplo, convirtiendo un golpe de Estado que tenía la pretensión de establecer una dictadura de tipo socialista —tales motivaciones y realidad se ocultan— en una especie de aventura heroica aureolada de un significado difuso y confuso, pero en todo caso aplaudible, aventura realizada por los buenos y orientada al beneficio de toda la humanidad, y que, implícitamente, y de forma subliminal, parece sugerirse como ideal para el futuro.
No hace falta ir a partidos políticos o fuerzas sindicales para constatar ese discurso. Pueden ustedes pasar por muchas facultades de letras y muchas clases en la enseñanza secundaria (y no sé si en la primaria también).
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