Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Entropía cero
(Ayer, en La Nueva España)
ENTROPÍA CERO
El grado de previsibilidad de un debate de orientación política (respetemos el voluntarismo del sintagma, “orientación política”) es absoluto: según la posición que ocupen con respecto al poder, así se comportan los partidos políticos. Optimismo y anuncios de futuro, quienes están en el Gobierno. Pesimismo y aviso de tiempos peores, quienes están en la oposición, eso sí, si es que no se invierten las tornas tras las próximas elecciones, que entonces ellos traerán la bonanza, o si el Ejecutivo no rectifica y hace caso de sus propuestas o los llama a su seno.
Por supuesto, eso no obsta para que todos reclamen el que haya acuerdos, es decir, que los demás se avengan a sus planes.
Dirán ustedes que ese antagonismo de posiciones entre quienes están en el poder y los que no lo están es lo natural y que, por tanto, difícilmente puede esperarse otra cosa. Es cierto, pero esa previsibilidad va más allá de ese enfrentamiento general, y se extiende al discurso de cada uno, reiterado año tras año. Videlicet, ¿a quién le extraña que el PP ponga la solución de tantos problemas en la bajada de impuestos?, ¿que Podemos centre su discurso en la cooficialidad y la reforma estatutaria o pida subir los impuestos?, ¿qué IU lo haga en la política industrial?, ¿que Ciudadanos y Vox pongan su ímpetu oratorio en la cooficialidad y la reforma estatutaria, pero en sentido inverso a Podemos; y, unos y otros, en la “debilidad” o “sumisión” de Barbón frente a su conmilitonancia madrileña? ¿A quién le extraña?
(Por cierto, y en eso de la sumisión o sucursalismo desde el poder, ahí los quería ver yo. ¡Si repiten discurso y consignas hasta cuando están en la oposición!)
Del mismo modo, todos son creyentes en el burru cagarriales, todos hacen como que creen que el dinero cae del cielo —algunos lo creen—, los que evidencian ser creyentes y los que parece que no. Unos, como el Ejecutivo, ofreciendo más y más (eso sí, si le aprueban los presupuestos), o, como la oposición de izquierdas, pidiendo más y más, más derechos, más bonos, más pagas, más descuentos, más ayudas…; el PP, ofreciendo lo mismo con menos recaudación, dicho sea con permiso del señor Lafter. Luego ocurre que, al igual que con el bono social de la electricidad, una parte (y todo, al final) la paga la sufrida clase media trabajadora (por usar el hipogrifo huero de Sánchez) en su recibo de la luz, mientras los beneficios propagandísticos son para el Gobierno
Por lo demás, todos siguen empeñados en batallas irresolubles: la caída demográfica, el despoblamiento rural, por un decir, y con propuestas que no enfrentan lo que se puede enfrentar de la cuestión (los problemas de la conciliación para la empresa y los particulares, el cambio de mentalidades al respecto de la natalidad, por ejemplo; la feroz política contra el sector primario de todos los gobiernos).
Para encontrar alguna información novedosa, para que la contemplación de tres sesiones de oratoria tautológica previsible proporcione algún fruto, es necesario descender al escenario y a la representación de los discursos: la vestimenta o peinado de cada uno, sus gestos al oír al contrario, el tono de su voz en las réplicas o contrarréplicas, su enfado o los melismas lanzados para intentar seducir…
En ese aspecto, lo más entrópico de estos días, subrayado por todos los comentaristas y especialmente aquí, en La Nueva España, por una magnífica pieza literaria de Javier Cuervo, ha sido el discurso atropellado, “enfragado” (de “Fraga”, con mayúscula, no de “fraga”, ‘breñal`), de comedor de sílabas y palabras, de don Adrián.
¡Bon appétit!
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