Los oricios y una mala lectura del Génesis

(Ayer, en La Nueva España) LOS ORICIOS Y UNA MALA LECTURA DEL GÉNESIS La opinión pública ha seguido estos días con interés “la resurrección del oriciu”. Vedado desde 2016 el arcín, hace unos días se ponía en marcha un plan experimental en dos pedreros y con la participación de dos cofradías y nueve recolectores. A la vista de los resultados de ese experimento, se podría realizar un levantamiento generalizado de la veda. Pertenezco a una asociación llamada Volver al Pedreru, constituida cuando el Gobierno de Álvarez Areces prohibió la pesca del pulpo por parte de los ciudadanos comunes. Junto con varios cientos de personas, y ante la perspectiva de que pudiese abrirse la recolección de oricios de nuevo -algo que los asturianos llevan practicando al menos desde el “asturiense”-, presentamos una serie de firmas exigiendo que la apertura de la veda no fuese exclusivamente para los que viven de ella, “los profesionales”, sino para los ciudadanos comunes, los mal llamados “pescadores deportivos”. Los bienes de la mar no son bienes privados, son bienes mostrencos, es decir, pertenecen a cualquiera que acceda a ellos. Otra cosa es que, por razones varias, su venta y comercialización, su lucro, se reserve a determinados profesionales. Ahora bien, en ningún caso se puede atribuir a ellos el dominio exclusivo de lo que son bienes de todos. Sin embargo, la Administración, los sucesivos gobiernos, se vienen comportando de facto como si así fuese, entregando progresivamente a las cofradías de pesca la recolección exclusiva de los frutos de la mar. De esa forma, a los paisanos, a los ciudadanos comunes, se nos ha expulsado de la costa para la captura de pulpos (en su día) o de andariques, para la recolección de percebes o mexones (anémonas) y, nos tememos, ahora pretenden excluirnos de la recolección de oricios. Tengo la sospecha de que los gobiernos asturianos realizan una mala lectura del Génesis y que, cuando se dice allí (I-26) que Dios manda a los hombres “enseñorearse de los peces del mar”, ellos leen “que las cofradías y los profesionales se enseñoreen en exclusiva de los frutos del mar”. O, tal vez, tienen una Biblia apócrifa. Contra la apertura generalizada de los arizos al común verán cómo se argumenta que existe un número altísimo de licencias de pescadores deportivos, muchísimos miles, y que, evidentemente, toda esa gente pescando acabaría pronto con el recurso. Sin embargo, ello nunca fue así. Miren, miren ustedes lo que decía la propia Consejería en un informe del 29 de febrero de 2015, cuando decidió la veda generalizada del oriciu: que la pesca “deportiva” nunca supuso “demasiado castigo al recurso” y que había sido el abuso de los pescadores profesionales (páginas 1, 3, 4) lo que había causado la sobreextracción, en la zona occidental especialmente. Es más, proponía establecer solo la veda en la zona occidental, donde trabajan casi exclusivamente los pescadores profesionales que se dedican a la recolección del arancín. Por qué se estableció una veda con carácter general, en vez de parcial, pueden suponerlo. Pero si el Gobierno -señalemos a los últimos responsables, no carguemos a las espaldas de la Dirección General de Pesca la responsabilidad- quiere argumentar con el número de licencias para excluir al ciudadano común, sabe que es ese un argumento falaz, es decir, que miente. Los gobernantes saben que la asistencia a los pedreros, aun en los tiempos en que no había esa prohibición, es absolutamente insignificante. Estos son los datos de la observación directa y minuciosa de la propia Consejería: “El número de mariscadores por pedrero presentó una media de 0,9, observándose que, aunque hubo casos aislados de 22, 23 y hasta 45 mariscadores en un pedrero, en más del 90% había menos de tres mariscadores (en la mayoría de los casos no había ninguno)”, situándose la mayor afluencia en solo los concejos de Villaviciosa, Cuideiru y Xixón, fundamentalmente en el mes de marzo, y con escasa afluencia el resto del año (Informe del Centro de Experimentación Pesquera, de 20 de diciembre de 2012). Como ven, nada que ver con los miles de licencias que realmente existen y que están relacionadas en su mayoría con usos de recreo playero y veraniego o que ya no se utilizan o lo hacen en barcos (El informe anteriormente citado señalaba que las licencias habían aumentado exponencialmente “de forma artificial” y que “el número de licencias en sí mismo, actualmente, no es un indicador válido para conocer el número de practicantes de la pesca marítima de recreo”: Pero las razones, poderosas razones, no acaban aquí. En tres meses de apertura de la posibilidad de recolectar oricios a pie en el pedreru descubierto (a partir de un coeficiente 100), en los meses de febrero, marzo y abril, el total de días en los que sería factible la actividad sería de diez u once, y eso contando con que las condiciones de la mar (cuando escribo esto hay una vagamar que, como dice un amigo que presidió la cofradía llastrina, no puede hoy uno bajar al pedreru “ni a llámpares”) o del cielo no lo hagan imposible, que inevitablemente lo harán algún día. Y el número de quilos que se pueden extraer, los que se podía, es de cinco. Así que, teniendo en cuenta asistencia real, días hábiles, número de quilos, ya me dirán ustedes donde está el peligro. ¡Como no sea lo del Génesis apócrifo! En todo caso, el gobierno debe ampliar el objetivo de su mirada y pensar en quién es el sujeto de su gobernanza, si un número muy reducido de ciudadanos o el hipotético conjunto de ellos. Y no existe ningún problema en compatibilizar unas cosas con otras. En lo personal, tengo que decirles, créanme, que es esta para mí una cuestión más de fuero que de huevo, exclusivamente de fuero en realidad. No me veo, en esos meses tan fríos y mojándome inevitablemente hasta la rodilla, andar agachándome para recolectar oricios, como no me vi en los últimos años en que podía hacerlo. Otra cosa es que atopara, prácticamente en seco, unos cuantos y los comiera allí mismo, en crudo, cosa que, de no reconquistarse el derecho, no podría hacer, bajo pena de severísima multa. Ridículo, ¿verdad? Tan ridículo como injusto. Xuan Xosé Sánchez Vicente

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