Ayer, en LNE: Todos queremos más


                                             TODOS QUEREMOS MÁS

                Sé que muchos lo han pasado mal estos meses de cierre o confinamiento, que muchos autónomos y empresas pequeñas se encuentran en muy difícil situación y que les esperan aún tiempos difíciles, incluso en el supuesto de que no haya retrocesos en la lucha contra la pandemia. Por tanto, todo el mundo tiene derecho a quejarse y pedir. Pero, en todo caso, el nivel de peticiones da la impresión de ser inabarcable por ningún tipo de presupuesto, ni siquiera en forma de maná europeo o celeste.
                En una muestra de demandantes, ocupan el primer lugar, por su número, los autónomos, pequeños comerciantes, comerciales o trabajadores por cuenta propia, reparadores, artesanos, ganaderos, queseros…; sigue después el mundo de la cultura: músicos, actores, pintores…, y de sus representantes y gestores o de los empresarios del sector (galeristas, por un decir). Particular y no menor es la cuenta de los hosteleros, hoteleros chigreros (un sector de la primera lista hecha en este párrafo), empresas ligadas al turismo y los viajes, y sus empleados. Pero también han acudido a la queja y demanda de ayudas sectores industriales poderosos y, en el gremio hostelero, hasta han llegado a manifestarse ante el Congreso 200 altos chefs. Es decir, “desde la princesa altiva, a la que pesca en ruin barca”.
                Caso especial es el de los 3,4 millones trabajadores de estas empresas colocados en ese limbo que son los ERTE, en el cual se encuentran como el gato de Schrödinger: no saben si, abierta la caja, volverán a su puesto o acabarán en la calle. Por cierto, y en relación con ellos, un dato escandaloso: a finales de mayo, después de casi tres meses, novecientos mil trabajadores seguían sin cobrar  la prestación.
                (Dos notas positivas: la primera, la reactivación económica ha empezado, se nota la actividad en las calles, muchos han vuelto a sus trabajos, incluso ha regresado gente sin cobrar el ERTE; segunda, aunque todo el mundo ha perdido dinero, es evidente también que no pocas de estas empresas han podido reabrir).
                Un grupo especial del “todos pedimos más” lo constituye el gremio hostelero, que, aparte de solicitar un plan de rescate del sector “como el de la minería y la siderurgia”, reclama aumentar el aforo y disminuir la distancia de respeto a un metro, como si ya no existiera el riesgo del coronavirus y como si no viésemos todos los días que es imposible mantener la distancia de dos metros entre los clientes que se sientan en las mesas.
                Queda finalmente, en otro nivel del discurso, el de los porcentajes del PIB. No hay aquí tampoco sector manifestante –incluye tanto trabajadores del sector como economistas o políticos que sobre él hablan– que no haga hincapié en la distancia que separa su participación en el PIB con la que en otros países europeos existe. Así, en sanidad, en investigación, en universidades, en industria, en defensa, en enseñanza, y un largo etcétera, todos predican que debe subir su participación en el PIB, sin que nadie señale qué debe bajar, de modo y manera que la totalidad del PIB (100%) debería ser en realidad una totalidad de 150% u otra cifra mágica y matemáticamente imposible.
                ¡Qué le vamos a hacer! La vara de pedir y exigir es larga, la de dar y solucionar está limitada por la dolorosa vara de castigo de lo factible, de la realidad. Aunque es posible que algunos de los peticionarios, al igual que doña Carmen Calvo manifestó que el dinero público no es de nadie, piensen que el dinero no es nada, que son sencillamente números que se materializan al solo conjuro de la voluntad.
                O que los proporciona el burru cagarriales, aquel engaño con que unos feriantes hicieron creer a un incauto que el animal proporcionaba reales de oro con solo levantar su rabo.
                ¡Ah!, ¿pero que saben ustedes quiénes son los feriantes? Comuníquemelo, por favor; ya ven, yo aquí, en mi eterno despiste, sin enterarme.




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