Ayer, en La Nueva España: Palabras vacías, palabras retumbantes

 


PALABRAS VACÍAS, PALABRAS RETUMBANTES

                Las frases huecas, las palabras que parecen decir algo o quieren decirlo son parto frecuente en nuestra sociedad. He aquí la más usual en estos días, dicha por políticos “de toda clase”: “apelamos a la responsabilidad individual” se dice para que las personas actúen con precaución y respeto a los demás al respecto de la enfermedad pandémica. Como si ello tuviera alguna traducción en la realidad. Desde el principio de la misma existen ciudadanos que se cuidan y cuidan a los demás por civilidad, por conciencia o por miedo. Otros no lo hacen ni lo harán. Una parte porque vive permanentemente en una cápsula personal y social, y las normas generales, la sociedad en su conjunto, le son indiferentes o ajenas. Otros porque no respetan esas normas, de forma voluntaria. Algunos, como los alucinistas, porque no creen que tenga realidad el coronavirus, otros –especialmente entre los jóvenes– porque se creen inalcanzables por la enfermedad. Poco más valor que un exorcismo tiene la frase.

                Como se ve por el uso de las mascarillas, que, al menos en grandes zonas de España lleva casi todo el mundo, las medidas preventivas se imponen porque se teme la amenaza de sanción. De ahí que, junto a su uso general, una parte de los que con ella circulan lo hagan con ella solo “en prevengan”, con la mascarilla de barbiquejo, bajo la nariz o en la mano, por si apareciese el guardia.

                De ahí también que una gran parte de los contagios se produzcan cuando ya no existe la amenaza o la vigilancia: fiestas, botellones, reuniones familiares… Y ya ven ustedes la responsabilidad a la que se apela. De quienes han pasado por los dos bares “de vida alegre” de Xixón donde se ha detectado covid, ¿cuántos han aparecido? ¿Cuántos, en su caso, estarán contagiando a sus compañeros de trabajo, a su familia? Responsabilidad individual. La de quienes ya la tienen, antes de ser exhortados.

                He aquí un catedrático universitario: “La juventud está preparada en cuanto a formación, pero le falta sentido crítico. Defiendo bajar el voto a los 16 años para que los adolescentes tomen responsabilidades y reflexiones sobre el futuro”. Debe conocer a pocos adolescentes y sabe poco de su información sobre el mundo. Pero, además, si la mayoría de los adultos votan según su prejuicio, lo que está proponiendo es, simplemente, que, en su mayoría, voten según el prejuicio que se les inculca en su pandilla, en su familia, en sus redes. Un solo ejemplo de responsabilidad, reciente: colegio mayor Galileo Galilei. Fiesta ibicenca. 80 positivos. Tasa de contagio superior al 40%. 25.000 alumnos sin clase. Podrían multiplicarse los casos sobre el comportamiento de la juventud mejor preparada de la historia.

                Hay algunos profesores universitarios que tan alto suben que en las nubes habitan.

                Y ahora palabras retumbantes: El manifiesto de 55 sociedades científicas españolas pidiendo a los políticos que los escuchen, que se dejen de discusiones y que actúen. “Ustedes mandan, pero no saben”.

                No seré yo quien defienda todas las actuaciones de los gobiernos, muchas de las cuales he ido criticando desde marzo, pero convendrá poner las cosas en su sitio. Si ustedes leen las tablas del Sinaí de ese manifiesto verán que, al margen de abroncar a los políticos y de exigir ser los abajofirmantes los que decidan qué hacer, no hay más que una sola medida concreta propuesta, que, por otro lado, está ya en marcha. Pero obvian, por supuesto, cualquier consideración sobre el conflicto entre la economía y la lucha contra la enfermedad, el coste de las medidas y las intervenciones, la legislación sobre las competencias de las autonomías, etc.

                Pero, sobre todo, se olvidan de la historia “de la ciencia”, “de los saberes de los expertos sobre el coronavirus”. ¿Les recuerdo algunas, todas de especialistas de toda condición? Probablemente el virus se reduciría notablemente en el verano, como la gripe. El virus se transmitía fundamentalmente por el contacto con los objetos. ¿Cuántos españoles han acumulado guantes tras aquellos momentos en que no los había a la venta? ¿Quién lleva hoy guantes? Las mascarillas no tenían mayor importancia, lo fundamental era la distancia. No lo decía únicamente don Simón, no, lo decían la mayoría de los especialistas. Y todavía hoy muchos virólogos tienen muchas dudas sobre su utilidad, y hay países en que no son obligatorias, salvo si no se puede guardar la distancia social. En la transmisión del virus se estableció como medio fundamental la saliva, de ahí la distancia. Hoy una parte de la comunidad científica habla de las gotículas diseminadas en el aire (los aerosoles) y aumenta la distancia a más de cinco metros y el tiempo de duración en el aire del virus a un tiempo indefinido. Quienes lo han propuesta inicialmente se corrigieron después y han vuelto a afirmarlo. Una parte de la comunidad científica no lo acepta.

                ¿Y saben algo sobre cuánto tiempo dura la inmunidad en quienes han superado el coronavirus? ¿Sobre si es fácil o no que uno se vuelva a contagiar? ¿Sus interacciones con la gripe común? Podrían hacerse muchas más preguntas. Dejémoslo ahí.

                Por favor, un poco de humildad sobre lo que “sabemos”.

Algunos se quieren demasiado y se oyen demasiado, así que hablan con palabras retumbantes, pero no llenas de contenidos precisos, y como lo hacen contra el pimpampum universal, los políticos… ¡éxito asegurado!

1 comentario:

José Fdez dijo...

Me ha gustado el artículo, cargado de razón y de fina ironía.