El cerebro demediado

Ayer, en La Nueva España EL CEREBRO DEMEDIADO Supongo que ustedes irán anotando como yo: no hay petición minera que no suscite una inmediata oposición, una total oposición. Igual da que se busque oro, fluorita, cobalto, tierras raras, lo que sea. “Non na mio quintana”, dicen los vecinos. Destruye el medio ambiente y contamina, proclaman los ecologistas. Y lo mismo ocurre con las instalaciones que pretenden producir energía que no provenga del carbón o del petróleo, igual da que sean paneles solares, molinos de viento, plataformas marinas. Aquí la oposición es la misma: vecinos, pastores, marineros, los omnipresentes medioambientalistas, todo el mundo está en contra, por motivos diversos y razones variadas. Incluso, en el fondo de muchas de esas protestas, especialmente, de las de los que no están afectados directamente por las futuras instalaciones, aparece la vieja condena contra el dinero: “es que van a ganar mucho dinero con ello las empresas”. ¿Y cómo y por qué, si no, iban a invertir? ¿Por altruismo? Y, sin embargo, todos los oponentes están a favor de las energías limpias si se los encuesta; preocupadísimos por el medio ambiente y la contaminación, se proclaman; en contra de la quema de energías fósiles y a favor de las no contaminantes. Pero… ¡Pues como no sea a través de un milagro…¡ El mecanismo mental es el de un cerebro demediado, que parece responder a una interpretación errónea del mandato evangélico, “que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”, “que tu hemisferio izquierdo no tenga en cuenta lo que piensa tu hemisferio derecho”. En el fondo es lo mismo que ocurre con esas encuestas en que, preguntados los ciudadanos, por los pactos de Estado y los acuerdos entre partidos, casi todo el mundo está de acuerdo, pero luego, en concreto, manifiestan su más rotunda oposición a que “los suyos” pacten con “los otros”. Pero es que, además, no habrá ninguno de esos ciudadanos que no exija que se cree empleo y se liquide el paro, que los salarios y las pensiones sean “dignas”, que estas suban de acuerdo con el IPC, que se invierta más en sanidad, en protección social, en carreteras y hasta en cultura… Pero todo ello, por supuesto, sin realizar acción alguna que perturbe lo consueto, el paisaje vecino o la tranquilidad presente. Es decir, mediante la magia. Lo cosa va más allá aún. España es rica en una amplia serie de minerales que no son muy abundantes en el mundo, algunos de ellos necesarios, por ejemplo, para las baterías de los coches eléctricos. Muchos, sobre cubrir nuestras necesidades, podrían exportarse. Ahora bien, tanto las protestas vecinales como las de ciertas organizaciones, unido a los temores políticos de las Administraciones, hacen que cientos de proyectos de investigación y explotación se encuentren parados. Tal parece que, tras los argumentos expresos, anduviesen agazapados los ancestrales temores a los dáimones de los espacios inferiores. Y, sin embargo, ello no nos impide importar esos minerales para los procesos industriales en que los necesitamos o utilizar los bienes en los que se emplean, eso sí, pagando precios elevados y sin mirar en qué lugares se explotan y con qué cuidado hacia el medio ambiente se hace. Y, naturalmente, sin que nos importen las consecuencias que tal actitud de despilfarro tiene para nuestro bienestar y empleo. A esa contradicción entre deseo y consecuencias, entre discursos y efectos, a esa demediación del cerebro, individual y social, hace tiempo que, sin grandes disquisiciones teóricas o psicológicas, ya le dio respuesta nuestro refranero: “ñeros y páxaros, nun pue ser”.

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