Entre la incredulidad y el enojo

(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU ENTRE LA INCREDULIDAD Y EL ENOJO Me llega un comunicado de un centro comercial ofreciéndome una nueva tarjeta. Con asombro, veo que no es ya que no me la manden a casa, sino que para recogerla tengo que pedir cita previa. El abuso de la cita previa, tal vez medio explicable durante la pandemia, parece haber gustado en las Administraciones y en ciertas empresas, como algunos bancos. Y aun parece que esté para quedarse. En ciertas oficinas, incluso, no se puede pasar de la puerta sin ese requisito. Ni para hacer una pregunta sobre horarios, pongamos. Es un abuso y una tomadura de pelo. Para todo el mundo, en general, porque nadie está obligado a tener un ordenador o un teléfono móvil con capacidad internáutica. Pero es que, además, arroja a las tinieblas a muchísimas personas que son incapaces de moverse en esos ámbitos –y, créanme, algunas páginas son bastante coñazo y dificultosas- y las obliga a mendigar favores. “¡Sin piedad!”, así podríamos calificar el comportamiento de estas Administraciones y empresas. Y hablando de las conexiones internáuticas, leo en LA NUEVA ESPAÑA que vecinos de la zona rural de Xixón se agrupan para contratar el servicio con una determinada empresa. Hartos de tener conexiones muy deficientes o de no tenerlas. Y hartos, también o sobre todo, del bla, bla, bla de la Administración, que predica planes y da plantones (no de árboles, por supuesto). Ahí no estaremos a la cabeza, pero sí en otras cosas. Por ejemplo, en nuestro absentismo laboral. Cada día faltan al trabajo 26. 169 personas, 5.948 sin causa justificada. Medalla de bronce en el conjunto de España. Donde salta la incredulidad es al contemplar algunas leyes. He aquí que una desgraciada muchacha resulta asesinada con veinte puñaladas. Pues bien, la ley entiende que no es ese requisito suficiente para dictaminar que hubo “ensañamiento”. A veces la ley tiene razones que la razón no es capaz de comprender.

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