La culpa fue del chachachá y unos cursinos

(Ayer, en La Nueva España) LA CULPA FUE DEL CHACHACHÁ Y UNOS CURSINOS Asunto Errejón, circunstancia y coyuntura. Empezaré por ella, Elisa Mouliaá, la ciudadana que denunció ante la Policía una agresión sexual de don Íñigo. Es actriz, divorciada. Tiene 35 años. Ante todo: “Yo sí la creo”. Creo todo lo que cuenta en la denuncia: que van a una fiesta en el coche y que don Íñigo le marca lo que tiene que hacer y que le tiene que dar un beso; que en el ascensor él la besa metiéndole la lengua; que después de un tiempo en la fiesta la lleva a una habitación donde la besa, la toca, le quita el sujetador, la tumba, saca el miembro viril, le lame los pechos, sin su consentimiento; que después se marchan en el mismo coche y sube a casa del varón, donde este vuelve a los besos y los tocamientos, y ella le recuerda que “solo sí es sí”. Sí la creo, pero no lo puedo creer -que es cosa distinta-. Una dama que ha sido invadida sin su consentimiento, entra después con el agresor en una habitación y ocurre lo que no esperaba, más tarde sube a su casa y vuelve a suceder lo que tampoco esperaba. En declaraciones posteriores confiesa a una amiga: que estaba «ilusionada con Íñigo», y que «le tenía en un pedestal». «Pensé que podía ser una historia de amor preciosa, pero, en lugar de encontrarme con algo romántico, me encontré con una persona que lo único que quería era tocar mi cuerpo y meterme la lengua». Déjenme repetirlo: no lo puedo creer. Una mujer de 35 años a la que se acosa una vez proporciona una segunda ocasión y una tercera. ¿No sabe lo que es inevitable que pase? ¿Y esa declaración de que esperaba encontrarse algo romántico y no a alguien que quisiera “tocar su cuerpo y meterle la lengua”? Reitero: yo sí la creo, pero no lo (que no “la”) puedo creer, me parece inconcebible, más en una sociedad como la actual, donde las relaciones amorosas se entienden fundamentalmente como sexo -miren ustedes las campañas para avisarnos acerca de la pornografía infantil- y donde expresiones como “amor romántico” suenan a cursis, anticuadas y fuera del entendimiento dominante hoy de esas relaciones, me parece inconcebible, digo, que alguien con esos años y esa trayectoria esperase otra cosa de una ligazón de proximidad, y más que no sospechase la reiteración de esas conductas. Y vamos a don Íñigo. En su carta de confesión/despedida destacan tres cosas: la primera, que está muy malín y que por eso se encuentra a tratamiento; la segunda, que sus problemas nacen del exceso de trabajo por mejorar el mundo; la tercera, que todos sus males se han agravado por vivir en una sociedad neoliberal y por el patriarcado. O sea, nos viene a decir, “además de darme las gracias por mis esfuerzos en pro de un mundo mejor, apiádense de mí porque la culpa no es enteramente mía”. ¡Prubín! Pues no, las culpas son siempre del actor, de cada uno de nosotros, lo demás son dis-culpas, retórica, decir que “la culpa fue del chachachá”. Vuelvo un momento a doña Elisa. Sí puedo creer que tuviese a don Íñigo “en un pedestal”. No lo puedo creer pero sí lo creo. En realidad, no ha hecho cosa distinta a lo que han hecho tantos y tantas: poner en un pedestal toda esa chatarra ideológica ferruñosa y toda esa retórica de vendedor de milagros de feria que don Íñigo y sus conmilitones vienen pregonando desde hace una década. No entro en las explicaciones y justificaciones de diputados y partidos de la tropa conmilitonera tras la autoexculpación de don Íñigo y las denuncias que están apareciendo, pero sí quiero subrayar una cosa que me alegra: tras el escándalo, los de Sumar, a fin de tratar de evitar nuevos errejonazos, van a poner en marcha para sus notables, “con carácter obligatorio”, cursillos de cristiandad, digo, de feminismo. Amén.

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