Inteligencia y palabrería

(Ayer, en La Nueva España) INTELIGENCIA Y PALABRERÍA El lunes 30 de junio se manifiesta doña Ione Belarra sobre una página de La Nueva España. “Por sus palabras los conoceréis”, suele decirse, que no es una cita bíblica, pero sí una verdad apodíctica. Pero también por sus silencios. He aquí el más importante de los no emitidos por la exministra de Derechos Sociales: “Este es un momento muy peligroso para la humanidad. Las principales amenazas son Netanyahu y Donald Trump”. ¿De un puntu que invadió Crimea, después Ucrania, y que pasa el día bombardeando sus pueblos y ciudades, ni una mención? Pero me interesan más sus palabras. Después de calificar la industria de defensa en Asturies como “un chantaje a la ciudadanía asturiana” y de calificar de “hipócrita” a Barbón por defenderlo, afirma: “Se debe apostar por la industria, pero no por la de la guerra, que siembra dolor y muerte en todo el mundo. Asturias y España podrían ser una potencia en la industria sanitaria, pero es algo por lo que el Gobierno no ha querido apostar”. Déjenme primero señalar esas inferencias en el vacío, esos sofismas: ¿La industria de armamentos “siembra dolor y muerte en todo el mundo”? Serán los armamentos, digo, no la industria, si llega el caso de usarlos. Y en caso de que se nos ataque, ¿sería mejor defendernos con gomeros o, tal vez, con palabras? ¿Y por qué esa industria es “un chantaje a la ciudadanía asturiana”? ¿No tenerla -con sus empleos y salarios- no sería un chantaje? Pero el núcleo de su palabrería es otro, el de que podría Asturies ser una potencia en otra industria (¿por qué en la sanitaria? ¡Ah, sí, porque cura!). ¿Cree la exministra que se puede apostar por algún tipo de industria? ¿Piensa acaso que las crea el Gobierno, como las creaba con Franco? ¿Ignora que para cualquier industria hacen falta técnicos y técnicas que demanden los mercados? ¿Y, fundamentalmente, capitales, que es, por cierto, nuestra gran carencia desde el XVIII, con la pequeña excepción de la repatriación de capitales cubanos a principios del XX? ¿De dónde piensa que salen? ¿Que acaso caen del cielo? ¿Que basta con declararlo en los programas electorales? ¿Conoce, tal vez, algún conjuro para lograrlo? ¿Y, por cierto, ignora que, en ocasiones su fuerza u otras de discurso parecido hacen todo lo posible para que no se instalen aquí determinadas industrias, y lo logran? Al oír este sermoneo de palabras vacías, yo siempre me pregunto por la inteligencia de quien las emite. Porque es muy posible que crea que eyecta una verdad, es decir, que habla sobre el mundo. Sé que el cerebro humano es muy complejo, que una parte del mismo puede manejar las habilidades cognitivas para, por ejemplo, fabricar unas magníficas madreñas, pero el resto puede moverse en la oscuridad o la confusión y pensar, pongamos, que existen fuerzas sobrenaturales que gobiernan nuestras vidas, o creer en ciertas construcciones discursivas que prometen resolver el mundo en el futuro y la felicidad universal para todos. No ignoro tampoco que muchas personas, en especial en la política, pero también los charlatanes de feria y adivinadores, están dotados de un saco eyaculador de frases que expulsan ante determinados estímulos -el público, el micrófono, la cámara, la prensa-, al modo en que el pulpo proyecta tinta en ciertas circunstancias. Pero mis consideraciones van más allá. Es evidente que esa verborrea vacua tiene un público. ¿Esos ciudadanos que son sus destinatarios asienten sin más al ruido inane que perciben? ¿Lo aceptan y aplauden como una certeza? Y, cuando uno reflexiona sobre quienes constituyen un conjunto importante de los que asienten a ese discurso, gentes que podríamos llamar intelectuales o profesionales, créanme, se sumerge uno en un océano de incredulidad, primero, y de preocupación, después.

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