Orgullo, arqueología, disensiones

 (Trescribo, como davezu, los primeros párrafos)

Orgullo, arqueología, disensiones

He señalado muchas veces la vergüenza ajena que me produjo el título con que la "inteligencia" asturiana rotulaba una exposición sobre la cultura y las gentes anteriores a la invasión y al expolio romanos: "Pueblos bárbaros en la frontera del imperio", ejemplo perfecto de nuestro complejo de inferioridad y de nuestra asturfobia. Actitud, por cierto, no muy distinta a la esquiva fórmula con que el Gobierno asturiano ocultaba este verano lo que se estaba celebrando, el que 1300 años atrás había nacido el Estado asturiano con forma de Reino y que duraría dos siglos como tal.
Uno, que es, al menos, un patriota emocional, siente alimentado su entusiasmo cuando la evidencia muestra que nuestros antepasados disponían de termas en sus castros antes de que los romanos llegasen aquí. O que labraban el oro para anillos, torques y diademas como los más consumados orfebres.
No menos orgulloso de su pasado se encuentra uno cuando una historiadora como María Josefa Sanz (LA NUEVA ESPAÑA, 17/11/18) subraya una evidencia: la cultura de una sociedad donde, en aquellos siglos medievales mal llamados oscuros, "la gente era capaz de asentar por escrito el contrato de venta de unos pumares en Taborneda (Illas)". Aunque para percatarse de la profunda civilidad de aquellos tiempos no hace falta otra cosa que mirar para los monumentos que Xovellanos denomina como "arte asturiano" y que nos empeñamos en rebajar conceptuándolos como un mero anticipo de una perfección ulterior, "prerrománico": Valdediós, Lillo, Santa Cristina.
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