(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos)
El horror que no vemos
Los actos de Arabia Saudí siempre están sometidos al escrutinio de lo doloso, los de Venezuela y Rusia nunca
Xuan Xosé Sánchez Vicente 03.11.2018 | 23:34
El asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí en Estambul nos ha puesto ante los ojos que en un mundo que es, sin duda, mucho más pacífico y civilizado de lo que era en el pasado, siguen existiendo el crimen y el horror que acompañan a la humanidad desde su nacimiento (la familia neandertal de El Sidrón, por ejemplo, fue devorada por otro grupo humano y, tal vez, asesinada para ello).
El caso de Khashoggi es extraordinariamente horroroso y repulsivo. Periodista crítico con el régimen saudí, había entrado al consulado a buscar unos papeles para casarse. Detenido, fue torturado y troceado en vivo por los servicios secretos. Después sus restos fueron sacados del recinto en maletas, según parece. Para que nada faltase, un detalle de modernidad: el interrogatorio, tortura y descuartizamiento de la víctima fueron dirigidos por Skype desde Riad.
No es sorprendente que este crimen haya suscitado reacciones de condena por muchos gobiernos y la aplicación de sanciones, al menos provisionales, por algunos Estados. En el nuestro, ha servido para provocar otra vez el debate de las relaciones comerciales e industriales con Arabia Saudí.
Ahora bien, sorprende, en primer lugar, que haya sido el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, quien se haya convertido en la Némesis indesmayable del crimen del consulado de Estambul en nombre de la justicia, y que la comunidad internacional haya aceptado sin reservas el que abandere él esa exigencia de justicia. No olvidemos que, aprovechando un intento de golpe de Estado en 2016, purgó a más de 127.000 personas de la Administración: profesores, funcionarios, jueces, militares, todo aquel que no comulgaba con el impulso más islamista y más autoritario que Erdogan instauró en su país.
He dicho "sorprende", pero en realidad no sorprende: la opinión pública occidental tiene una doble capacidad visual para percibir la realidad. Por ejemplo, no se inmuta cuando los servicios secretos de Rusia asesinan con elementos radiactivos a exespías en Londres. Tampoco cuando Putin invade Crimea y Sebastopol y se apropia de ellas. Ni cuando, en un episodio que recuerda a la defenestración de Julián Grimáu, los servicios secretos de Venezuela lanzan al vacío a un opositor detenido.
No hace falta seguir. Es notorio para quien quiera verlo que, en general, existe un consenso entre los directores de la opinión mayoritaria de que sólo hay un grupo de países sometidos permanentemente al escrutinio de lo doloso o lo no doloso. Otro grupo, en cambio, goza del beneficio de que sus actos no son examinados nunca, y, de serlo, no son juzgados ni condenados.
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