De fauna urbana y monólogos


                                
                                (Asoleyóse en La Nueva España del 14/08/19)

                                      L’APRECEDERU

                           DE FAUNA URBANA Y MONÓLOGOS 

               Lamento no tener “la gracia que no quiso darme el cielo” para escribir monólogos, como Anxelu, Baldomero Fernández o mi hermano Rubén. Porque, ciertamente, sólo falta darle forma.
               2017. Muñó, Siero. Un jabalí enfurecido amenaza a un grupo de personas, entre ellos, niños. Un vecino trata de espantarlo con perros de caza. Los ataca. Dicho vecino se provee de una hoz y mata al suido. El Gobierno lo multa por “caza ilegal”, “arma prohibida”, “muerte del animal”. Total, con otras minucias, 9.300 euros. Sólo faltaba que lo hubiesen sancionado por estar “el arma” herrumbrosa. Dos años después, un juzgado exonera al valiente ciudadano. ¿No es justamente la materia cómica de un monólogo, desde el punto de vista de los disparates de la Administración?
               “No se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”, se lee en el Evangelio de Marcos. Pues también en materia de fauna perdemos el objetivo central  de toda actuación social, política, ética y administrativa. Un ejemplo patente: en 1567 el papa Pío V condena las corridas de toros porque en ellas mueren personas. Hoy quieren algunos prohibirlas porque en ellas mueren los animales.
               La fauna urbana o semiurbana se ha convertido en un peligro para los seres humanos. Los jabalíes, por ejemplo, causan entre el 20 y el 25 por ciento de los accidentes de coche. Proliferan, se adentran en las ciudades, ponen en peligro a la gente. Gaviotas y palomas se propagan como una plaga por toda la región. Las que llaman “ratas urbanas”, las palomas, entran en bares y cafeterías, comparten las mesas de las terrazas. También las gaviotas. Principalmente estas, llenan de excrementos los coches y, a veces, los vestidos. En ocasiones entorpecen los vuelos del aeropuerto.
               ¿Hacemos lo suficiente para limitar drásticamente su número y sus molestias? No, sin duda. Y, en muchos lugares, nada.
               Nos preocupa más el sábado que el hombre.

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