La Laboral: mentiras y alucinaciones


                  
                   (Asoleyóse en La Nueva España del 27/02/20)




                   LA LABORAL: MENTIRAS Y ALUCINACIONES


                La izquierda municipal xixonesa (y parte de la no municipal, pero sí manifestada) ha conseguido alcanzar una de las mayores cotas del ridículo conocidas, que no es mérito escaso. Rechazó una propuesta del PP, que recogía una movilización popular en ese sentido, para que la Universidad Laboral empezase el itinerario para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. La razón: estar vinculada al franquismo y una serie de proposiciones que iban de la mentira a la pura evidencia histórica, pero todas con la misma argumentación: 1936-1975 (o 79, acaso): todo caca, el diablo, ¡vade retro, Satán!

                No tardó cuarenta y ocho horas la alcaldesa en rectificar y abanderar la propuesta de pedir para la Laboral esa declaración de Patrimonio de la Humanidad. ¿Las razones de su conversión? No la hubo, según ella, sino que se explicaron mal en su momento: estaban de acuerdo, pero no por los motivos (arquitectónicos) que el PP exponía en el pleno, sino por otros. Mentira, pura mentira. Acudan ustedes a leer las lindezas que PSOE, Podemos e IU eructaron en el consistorio xixonés para comprobarlo.

                ¿Cuál es el argumento que emplea doña Ana González para rectificar (la razón es, evidentemente, el clamor ciudadano contra el disparate)? Pues que ellos enfocan ahora correctamente el asunto. ¿Cómo? Su argumento se basa en una palabreja “resignificación”. El valor de la Laboral no es el arquitectónico ni el histórico, deturpados por su origen, sino la sanación que ellos, el PSOE, han hecho del centro, dedicándolo a otras cosas, liberándolo de su pecado. Esto es, que gracias a que ellos, dándole otros usos, al modo en que Quevedo quemó Garcilasos en la casa que en su día ocupó Góngora para purificarla, lo han santificado “resignificándolo”. En último término, si la Laboral merece emprender ese camino es gracias al PSOE, y ahora sí, puesto esto en el papel, ya puede empezar a andar.

                Si ustedes leen LA NUEVA ESPAÑA del 15 de febrero  de este año (“Gijón. Hace 25 años”),  verán allí cómo Vicente Álvarez Areces (el “resignificador” posterior) negaba que los 40.000 metros cuadrados del campus y la Laboral hubiesen sido transferidos al Ayuntamiento y la autonomía, como lo negó durante muchos años. Esa negativa traslucía un rechazo enfermizo (¡tan izquierdista!) a hacerse cargo de una realidad “franquista”. Y fue esa actitud infantil la que permitió durante muchos años el deterioro de la Laboral y puso en marcha la muy discutible construcción del campus de Viesques, cuyas dependencias hubiesen sin duda encontrado acomodo sobrado en el espacio de Girón-Moya. ¡Ay, la memoria histórica, siempre hemipléjica!

                Pero, por otro lado, el sustrato de esos discursos está constituido por un menesteroso desconocimiento de la realidad (toda la complejidad social de cuarenta años de historia se reduce al nombre del Maligno y su adjetivo) y representa, además, una ofensa a los millones de ciudadanos que, al margen del régimen político, construyeron sus vidas personales, familiares y sociales, ignorándolo, sorteándolo o, acaso, combatiéndolo.

                Milio Rodríguez Cueto nos dejaba en estas páginas (“Un símbolu… ¿de qué?”) lo que para él y su familia fueron el centro, en que estudió y sus instalaciones. Como para todos los xixoneses, todo aquello no emitía olor azufre a distancia, ni los educadores ni las piedras conseguían trasmitir a ningún alumno los valores del fascismo, más bien al contrario.

                ¿Se podrá decir aquí lo que significó la obra de las universidades laborales, en toda España, para tantas familias obreras y de pocos medios que pudieron dar a sus hijos estudios, pensión y alojamiento gratuitos que no podrían haber recibido de otro modo? ¿El notable impulso de progreso personal y colectivo que supusieron? ¿O anotar los miles de militantes y directivos de PSOE, IU, CCOO y UGT que de esos centros salieron? Bueno, de momento, y con permiso de la señora Lastra, se puede.

                Desde que Carrillo me hizo expulsar en 1964 del par­tido comunista por crimen de revisionismo, sé a qué atenerme. Sé que se considera de derechas ceñirse a la realidad, analizarla rigurosamente, condición preliminar a toda voluntad seria de reforma y de transformación. En cambio, ser de izquierdas consiste en proclamar de ma­nera voluntarista y dogmática la ruptura social, el salto adelante. O mejor dicho, en el vacío”.

                Son palabras, irónicas pero precisas,  de Jorge Semprún Maura, que, mutatis mutandis, vienen bien al caso, para comprobar que el pensamiento alucinatorio es parte constitutiva de un cierto discurso izquierdista. En esta ocasión, además, lo han acompañado de mentiras. En lo que sí han sido señeros ha sido en el nivel de ridículo alcanzado.

                ¿Insuperable? Esperen a la próxima.


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