LA PRÓXIMA, LOS DE OJOS RASGADOS
La inquietud proveniente de
China no nos va a abandonar durante un tiempo, pero, sin embargo, algunas
informaciones nos tranquilizan parcialmente, por ejemplo, cuando sabemos que
conciudadanos y coterráneos, como nuestro amigo Jaime Santirso, han regresado y
que cuando ustedes lean estas líneas él habrá salido ya de la cuarentena. Otros
siguen allí, como Santiago Herrero, que ejerce su labor como médico en Changchun,
ciudad que tiene, según él, “la apariencia de una ciudad fantasma” —supongo que
como otras tantas.
Aquí, sin embargo, las cosas
siguen su ritmo habitual, es decir, cercano a la inmovilidad absoluta. Por
fortuna, los clásicos nos han creado una parábola que describe a la perfección
nuestra no-historia. Es la tan divulgada “Leyenda del fraile y el paxarín”, tan
extendida en la Europa medieval y reconfigurada por Alfonso X en su Cantiga
CIII: Un fraile que duda de si sería aburrida o soportable la contemplación de
Dios por toda la eternidad como única fuente de placidez sale de su convento y
se entretiene en escuchar un paxarín durante lo que él cree unos segundos.
Cuando vuelve al convento han pasado “grandes trezentos anos ou mais”. Es la
forma en que la divinidad le hace ver que, si la contemplación de una simple
criaturilla puede divertirlo tanto tiempo, ¿qué no hará la de su Creador? Pues
bien, en nuestro caso, cuando un asturiano volviese de un trance semejante
hallaría que todo sigue igual.
Ramón Díaz, aquí en LA NUEVA
ESPAÑA, ha preferido acudir a una metáfora cosmológica para definir la misma
realidad: “Asturias, un agujero negro”. En ella repasa una serie de obras que,
si no proceden del big-bang democrático, llevan sin terminarse o están a medio
empezarse o sin empezarse desde lo que, en tiempos de paciencia ciudadana y
democrática, es una eternidad. Carreteras, como las de las estrechas vías que
hoy unen la costa occidental con los pueblos de nuestra frontera sur, y que
están provocando una tan sostenida movilización de vecinos, empresarios y
políticos, o la Autovía del Suroccidente; polígonos industriales que se han
convertido en una quimera, tales la Zalia o Bobes, poco más que barro y
plumeros; proyectos ferroviarios que discurren con la lentitud de un caracol en
el desierto, así la Variante del Payares, el soterramiento de Llangréu, el Plan
de Vías y metrotrén de Xixón; depuraciones que nunca pasan de las musas al
papel, digo, del papel a las tuberías y los desagües, como la de Xixón, cuya
conclusión habían prometido los señores Borrell, Silva y Areces en cinco años,
allá por 1991; espacios urbanos que parecen existir únicamente para que sobre
ellos se tracen planes y promesas por todo tipo de gobiernos, partidos y
políticos, como el entorno de Santullano y la fábrica de armas de La Vega; instalaciones
industriales como la regasificadora de El Musel, que devenga pagos y nunca ha
funcionado… ¿Y por qué no hablarles de las fechas que sucesivamente se han ido
prometiendo como fiensos para la conclusión de la obra y su puesta en
funcionamiento? Pero para qué causarles un imparable ataque de risa o
melancolía, según su humor.
Por cierto, a propósito de la
inquietud que de China proviene, ¿han anotado ustedes que allí han levantado un
hospital gigantesco, para mil camas en solo diez días?
Y volviendo a nuestras
sempiternas obras: cuando lleguen las próximas elecciones, municipales,
generales o autonómicas, miren directamente a los ojos de los candidatos. ¿Para
ver si les mienten? No. Para ver si tienen los ojos rasgados. Escojan a esos.
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