LOS HIJOS NO
PERTENECEN A LOS PADRES
Efectivamente, como dice la ministra Celaá: no tienen
obligación alguna de alimentarlos, de darles techo, vestirlos, protegerlos,
cuidarlos, velar por su salud, pagar sus estudios, seguir pagándolos, incluso, pasada
la mayoría de edad, si un juez así lo decide… Ninguna. Lo que prueba
fehacientemente, puesto que esas obligaciones no existen, que los hijos no son
de su pertenencia, que es lo que implicaría obligaciones inalienables hacia
ellos. ¿Que no es así? ¿Entonces qué quiere decir tan elocuente dama?
Como ya es habitual en la retórica política actual, en que
la mentira, la falacia, la inadecuación entre lo dicho y lo que se quiere decir
son materia de cada día, la ministra se expresa con impropiedad. Lo que quiere manifestar
es que en materia de educación de sus hijos [al margen de sus inexcusables
obligaciones materiales] las decisiones de los padres quedan supeditadas a las del
Estado en el ámbito de los centros de enseñanza.
La toma de actitud y la imprecisa expresión de doña Celaá
se producen en el contexto del “barullo” creado por la propuesta del llamado
“pin parental”. Lo califico así, como “barullo”, porque ha provocado miles de
reacciones —en su inmensa mayoría, contrarias a la objeción parental— y porque,
en muchos casos, la cuestión se ha abordado sobrevolando los hechos o
ignorándolos para centrarse en los principios. Permítanme decir un par de cosas
tan solo.
La primera, lo que pretenden los partidarios del veto no es
poner objeción alguna a los contenidos de los programas y las clases oficiales
—donde ya se predica sobre todo lo predicable—, sino que los padres puedan
oponerse a que sus hijos asistan a algunas actividades extraescolares que no
les parezcan adecuadas, ya por razones morales, religiosas, de simple pudor o
de pacatería. Subrayémoslo, porque pretende hacerse pasar la cuestión como una
objeción al núcleo de las enseñanzas que el Estado, a través de su ministerio
de Educación, establece. Cuestión bien menor, por tanto.
En segundo lugar, quienes tan enconadamente se oponen al
veto parental desconocen o quieren desconocer el grado de militancia fervorosa,
el fervor apostólico que manifiestan algunos de quienes concurren a esas
charlas extraescolares: no todos son benéficos, sabios y neutros informadores.
(Digamos, de paso, que ese fervor adoctrinador se da muchas
veces en el curso diario de las clases, años tras año, como muchos saben. Un
solo ejemplo. Clase de literatura. Pérez de Ayala. Agrupación al Servicio de la
República. Evolución personal posterior y desilusión con la República ante los
desórdenes y quema de iglesias. Primera fila. Exclamación de un alumno de 18
años, sobresaliente en todas las materias: “¡Ah, entonces la República no era
tan buena!”: reflejo de curso tras curso de adoctrinamiento).
Quienes también se
dedican a las medias verdades mentirosas son la ministra Calvo y el ministro de
Justicia, Juan Carlos Campo, cuando afirman que los delitos de rebelión y
sedición no existen en el resto de Europa. Es mentira, y tienen penas más altas
que las nuestras en muchos casos. Se pueden denominar los actos de una u otra
manera, pero ningún país permite los golpes de Estado o la secesión. Doña
Carmen es vieja conocida por sus hallazgos intelectuales, como su “El dinero
público no es de nadie” o aquel glorioso éxito de su mecanismo inherente de
traducción (un mecanismo que aún no ha descrito Noam Chomsky), cuando volcó el
latín “dixit” (de “Calvo dixit”) por un “Dixie” en “Ni Pixie ni Dixie” (los
ratones). En la mentira y el hallazgo cultural se adscribe ahora el de
Justicia: “Las figuras penales de la sedición y la rebelión son propias del
siglo XIX, cuando se atacaba con tanques”. ¡Gobierno solidario este! Lo del XIX
y los tanques lo dice, sin duda, no por ignorancia, sino para ponerse al nivel
del profesor universitario Iglesias cuando confunde a Newton con Einstein o atribuye
a Kant libros que nunca escribió.
Por cierto, en pleno siglo XX (siglo ya de tanques), Macià
y Companys, ambos de ERC, cometen sendos actos de rebelión —o, si lo prefieren,
de sedición— proclamando la independencia de Cataluña frente a la República.
Sin tanques, por cierto.
¿Les suena ello de algo a Calvo y Campo?
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