Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Ayer, en La Nueva España: La economía mágica de doña Yolanda Díaz
LA ECONOMÍA MÁGICA DE DOÑA YOLANDA DÍAZ
Leo y no me sorprendo. La ministra habla sobre la discutida subida del salario mínimo. Está a favor: “no se entendería por qué revalorizamos las pensiones y los salarios de los empleados públicos en un 0,9% y por qué íbamos a dejar a los asalariados que más lo necesitan con un pérdida de poder adquisitivo”.
He dicho que no me sorprendo. En efecto, para sorprenderse con estos hace falta mucha ingenuidad. Pero me llama la atención la falacia argumental. No digo nada sobre lo discutible de la subida a pensionistas y funcionarios en esta situación en que hay que multiplicar la deuda para atender los compromisos de gasto, en cualquier caso ya no tiene debate. Pero sí hay que señalar la diferencia entre un acto y otro. El Gobierno sí sube los sueldos a los colectivos que cobran por los presupuestos. Pone unos números en el papel y, después, a ver de dónde sale el dinero: parte sale de los impuestos, y de su subida; otra de la deuda que pagaremos mañana, pasado mañana o vaya usted a saber cuándo. Pero el Gobierno no sube el salario mínimo: manda que otros, los empresarios, se lo suban a sus empleados, esos gajes más los complementos de la Seguridad Social y otros. Y el empresario ha de sacar ese dinero de los beneficios de su negocio. Si hay margen para ello, contratará, si no, no. Saben ustedes, por otro lado, que los salarios más bajos tienen una escasa productividad, esto es, producen escasa rentabilidad con su actividad.
Lo que pasa es que muchas gentes de mentalidad económica mágica creen, allá en lo más hondo, que cualquier negocio y cualquier empresario son como las xanas de aquellos relatos que, habitantes en una fuente, podían regalar al afortunado que con ellas diera un hilo de oro que nunca se acababa por más que de él se tirase.
¿Creen que es un caso único el de doña Yolanda o el de doña Carmen Calvo cuando aseguraba aquello de que “estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie”? En absoluto, esta gente cree que dictando órdenes al mundo este mudará sus leyes inexorables a su voluntad. Y, si ello no sucede (suelen comprobarlo al poco de llegar al Gobierno), con echar la culpa al rival político o a alguna conspiración, arreglados.
Pero me dirán ustedes: ¿es posible que crean esas fantasías?, ¿que vean la realidad con esa mentalidad mágica? Pues sí y no: el cerebro es muy complejo. Lo que sí saben de sobra es que con ese discurso entre fantasioso y justiciero, con esas promesas irrealizables o que tienen consecuencias negativas sobre quienes serían en teoría sus beneficiarios, consiguen mantener en celo a su parroquia y, por tanto, en disposición entusiástica de acudir a las urnas a repetir voto y, en el entretanto, a combatir al maligno enemigo, en permanente desvelo éste para fastidiar la marcha del progreso hacia la meta (siempre lejana, pero siempre esperada) final.
Y es que el cerebro, esa máquina compleja y contradictoria que amangaranga razón, emoción, interés y ceguera, es capaz de —aun con el torcedor de una duda oscura levantándose allá en el fondo— creer cualquier cosa si la iluminan las luces de la pasión y el interés, que, lo sabe bien, son las únicas que deben marcar su camino.
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