Sobre'l llobu y la Ribera

Articulu de Juan Luis Rodríguez-Vigil en LNE del 03/10/2021 JUAN LUIS RODRÍGUEZ-VIGIL Ya no hay cabras en Cabrales (ni en casi ningún concejo) Los muchos lobos, demasiados, que campan por los montes de Asturias 03·10·21 | 04:01 1 Si hay algún asunto en el que se hayan entremezclado de forma más sólida y eficaz la mentira, el fanatismo y la imprevisión es en la reciente prohibición absoluta de controlar el crecimiento de las poblaciones de lobos, que acaba de establecer el Ministerio de Medio Ambiente que dirige la señora Vicepresidenta Rivera. Creyéndose amparado ese Departamento por el deseo (cierto) que la mayor parte de la población tiene en proteger el medio ambiente, y en la consiguiente necesidad de adoptar decisiones adecuadas para afrontar con éxito el cambio climático, la señora Rivera ha ordenado muchas medidas, algunas, acertadas sin duda, pero también hay que decir que bastantes de ellas, y por cierto, las de mayor calado, lo han sido de forma asaz precipitada, escasamente prudente y nada previsora de sus efectos negativos. Esta del lobo es una de ellas, y muy gorda. Pero no es la única. Porque la falta de previsión en el tema eléctrico también clama al cielo. Lo primero que hay que decir, porque es el punto de partida obligado para analizar toda la serie de gratuitos despropósitos que se pretende que sufran los ganaderos asturianos es que la decisión del Ministerio sobre el lobo parte de una monumental mentira, de todos conocida: el lobo en Asturias no es, no ha sido nunca, una especie animal en riesgo de extinción, y los planes autonómicos sobre el mismo, al menos el plan asturiano actual, no buscan reducir el número de lobos a términos numéricos que dificulten su supervivencia o que alteren su capacidad eugenésica, sino que solo pretenden evitar el crecimiento natural descontrolado de la especie, un riesgo que la experiencia demuestra que es evidente. Y esto lo sabe tanto la Sra. Ministra como, y sobre todo, sus asesores áulicos que, con algunos socios locales asturianos, son los que han inventado el relato del pobre lobo moribundo, siendo perfectamente conscientes todos ellos de que mienten. Y de que mienten daba fe ya en 1986 el libro oficial titulado El lobo (canis lupus) en España. Situación, problemática y apuntes sobre su ecología, del que son editores Juan Carlos Blanco, Luis Cuesta y Santiago Reig. Además, desde entonces aquí, el lobo ha aumentado claramente sus efectivos, al menos en Asturias, como lo prueban los datos oficiales, que están publicados y son accesibles para quien los quiera conocer. Y hay que decir también que desde 1986 al presente siempre han existido normas e instrumentos de control plenamente legales, prudentes y eficaces en la doble dirección de asegurar la vitalidad de la especie lobuna y el derecho de los ganaderos a que la administración proteja en lo posible a sus ganados de los desmanes loberos. En ese sentido se han pronunciado reiteradas resoluciones judiciales que han desestimado una y otra vez injustificadas demandas de entidades supuestamente defensoras del lobo, normalmente tan vocingleras y querulantes como escasas de socios efectivos, y de razón. Desde hace siete mil largos años, cuando los primeros ganaderos que llegaron a Asturias desde el Este con sus ganados de ovejas, cabras y vacas, lo mismo que sus descendientes de hoy, han tenido que convivir, de mejor o peor gana, pero convivir al fin y cabo, con el lobo. Lo han hecho, y la verdad es pueden seguir haciéndolo durante otros siete mil años si existe sensatez, prudencia y los fanáticos no se meten por el medio a enredar. Y son fanáticos quienes a sabiendas de que su acción se basa en la mentira, la sostienen, y no la enmiendan, que es lo que ocurre ahora. El asturiano rural siempre ha controlado como ha podido los excesos del lobo, con cacerías y pozos loberos básicamente, pero nunca ha podido acabar con él. Solamente habría podido hacerlo la generalización de la estricnina, que afortunadamente fue prohibida a tiempo, y también justa y eficazmente perseguida, pues desde hace muchos años es algo ha desaparecido del hacer cinegético ilegal asturiano. Por ello el lobo ha llegado a nuestros días en libertad y creciendo, naturalmente en su espacio, que nunca puede ser el mismo que el del hombre. Al igual que en el pasado hoy el lobo causa daños, muy serios daños, en las ganaderías. Y eso hay que asumirlo, siempre que esos daños se sitúen en términos estadísticos tolerables y para eso están las extracciones legales del animal y, por supuesto, siempre que los perjuicios sean objeto de justa y rápida indemnización, que a veces, y por las singulares características del cazar lobero, no puede reducirse a las reses matadas o heridas graves, sino que habrá que extenderla a los conjuntos o rebaños que el lobo destroza y rompe, a veces para siempre. En Asturias hay espacio de sobra para ganados y lobos, si se controla adecuadamente el excesivo crecimiento natural de las camadas loberas como se venía haciendo hasta ahora. Esta política sobre el lobo que pretende ejecutar el Ministerio de Medio Ambiente es también un paradigma de imprevisión, una flecha lanzada al corazón de la ganadería extensiva asturiana y, por tanto, algo que está en manifiesta burla con las declaraciones gubernamentales sobre la necesidad de luchar contra la desertización y el despoblamiento rural, al cual, por el contrario, se va a contribuir decisivamente. Se podrá hablar mucho de llevar internet al medio rural y de hacer múltiples apoyos de todo tipo a quienes allí decidan vivir. Pero todo eso se convierte obligadamente en cháchara cacofónica si se atacan las fuentes reales de renta que ahora existen en ese medio. Y, desde luego, hasta que lleguen otros medios y sistemas de vida, y mientras llegan, que ya se verá si todo no queda en nada, la ganadería extensiva es uno de los pilares de economía rural asturiana. Y como el lobo es su principal enemigo, si se le deja campar por sus respetos sin control, esta cantado el final de esa ganadería y de todo lo que ella comporta, hasta el mantenimiento del paisaje del llamado Paraíso Natural, que es claramente antrópico y que ha sido creado y mantenido por los ganaderos asturianos a lo largo de muchos siglos. Ese paisaje, salvo que se cuide por quienes son sus verdaderos mantenedores: los ganaderos extensivos, se puede convertir en una mata informe de sebes y bosques mal cuidados, que con el cambio climático pueden convertirse en auténticas teas que se incendien año tras año destruyendo nuestro espacio y nuestro paraíso. Es a los humildes ganaderos asturianos a quienes hay que proteger y escuchar, y no a los supuestos ambientalistas, creadores e inspiradores de disparates o engendros tan costosos como inútiles, al modo del famoso Hospital de la Fauna Salvaje de Sobrescobio, que invito a visitar a todos los asturianos capaces de asombrarse aún ante los desvaríos, para que se lleven las manos a la cabeza ante una barbaridad que ha costado muchos millones de euros y que lleva seis años terminado, muerto de risa, sin acoger a un mal corzo o rebeco cojo, ni lobo tuerto, pudiendo ampliar su visita al vecino gallinero científico donde nueve o diez biólogos y veterinarios cuida de una o dos gallinas de urogallo sin conseguir sacar adelante ni un huevo, en un proceso que ha costado varios millones de euros de fondos europeos y que no supone precisamente un aval de eficiencia para solicitar nuevos fondos. Además de que el Gobierno asturiano haya decidido, muy correctamente (en una decisión que es obligado elogiar) oponerse ante los tribunales frente esta insensata y torpe actuación ministerial, sería muy conveniente elevar este asunto al ámbito parlamentario nacional y, de forma unida y coordinada por una vez, exigir en conjunto, unidos, todos los partidos asturianos y sus representantes parlamentarios en Madrid una clara y tajante rectificación de esta absurda política de sobreprotección del lobo sobre el resto de las especies animales con las que durante siglos ha compartido el espacio rural de Asturias.

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